El corazón me va a cien.
Siento pura adrenalina en cada una de mis pulsaciones, como si de repente el mundo parara.
El sudor se hace con mi cuerpo, lo cual hace que niegue internamente asqueada ante la idea de que mi propia mala olor estuviera perturbando mi más querido santuario, soy Lorraine Evans después de todo.
Trago saliva con fuerza sin perder mi sonrisa, siento el brazo de mi tío Joe casi empujarme.
Finalmente frunzo el ceño al ver que Pierce no está ahí esperándome, al parecer toda la audiencia hace lo mismo, el cuchicheo empieza haciendo que las nauseas se formen dispuestas a salir de mi estomago.
Siento mis mejillas arder y soy incapaz de pronunciar palabra cuando mis ojos se encuentran con mi tío después de haber estado escaneando la sala entera.
Ni los decorados, ni los invitados, ni las largas mesas de comida rodeándome son suficiente para distraerme en esos instantes de que Pierce no estaba en su sitio.
Algo me decía que debí de haber echado a correr en ese instante, tal vez un ángel de la guarda, o aquella voz interna que es capaz de ver lo que nosotras no vemos cuando estamos enamoradas, probablemente así podría haberme ahorrado lo que sería la humillación más grande de la historia.
Entonces, sucedió…
Un grito, un golpe en la puerta, Pierce con la camisa desabrochada y los ojos perdidos, mientras a su lado Becky, mi secretaria, sonríe triunfal. Lo que parecía ser una mala broma, una mala trama para alguna novela turca que echan los domingos de abuelas se convierte en mi realidad. Mi secretaria con lo que creí que era el hombre de mi vida me habían fallado.
—Becky la gorda, uno, Rain la tonta rubia, cero—pronunció ella con malicia en los ojos como si estuviera disfrutando de esto.
Pronto siento como todo mi cuerpo empieza a pesarme, poco después lo último que siento es un grito de mamá socorrerme…
¿A caso era ella la única a la que le importaba?
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Editado: 21.11.2023