Quince noches en París

2. Avión

—Oye, much-

—Mira, ni siquiera me hable-s—le interrumpo cuando noto que se acerca a mi haciendo que mi corazón empieza a latir con fuerza, me odio por ello.

Me mira a los ojos y de pronto siento mi boca secarse.

¿Cómo podía ser tan guapo y grande a la vez?

¿Cómo podía intimidarme con tan solo acercarse?

¡A mi! A la gran y exitosa Rain Evans, la mujer que seduce sin dejarse seducir…

Ni que fuera una monja de convento capaz de dejarse llevar por el momento.

—Pe-

—Shhh…—vuelvo a responder y encima de mala manera con los ojos fuera de órbita para enfatizar que no quería nada de nadie.

—Ni siquiera me has preguntado mi nombre—susurra él, en sus ojos verdes puedo jurar ver al mismo tiempo pequeños toques canela, demasiado atrapantes para ser de un hombre tan bruto—Ni que quiero hacer en París, ni a qué me dedico—añade él con sorpresa.

Lo miro con cara de pocos amigos.

—¿Quieres que hagamos una pulsera de la amistad también?

Él me mira con el ceño fruncido decepcionado ante mi actitud, al parecer nuestro amigo el buen troglodita francés no estaba acostumbrado a encontrarse con Rains Evans, personas que no mostraran ni un poco de interés ni simpatía ni humanidad por el resto.

—Eres mucho amargada.

—Y tu eres muy egocéntrico por pensar que me importa tu vida—me defiendo con rapidez mirándolo con horror, poco después lo señalo con el dedo acusador—Y es muy amargada para tu información—añado caminando hacia mi asiento.

Él suspira con fuerza tomando el único asiento a mi lado.

Trago saliva con fuerza cuando el azafato de vuelo empieza a dar las indicaciones, las manos me empiezan a sudar y las piernas poco después a temblar, empiezo a moverme inquieta por mi asiento. El troglodita con barba de dos metros francés parece notarlo.

—Algo me dice que será un vuelo muy largo…—susurra con pesadez.

—No sabes tu cuanto— me hubiera gustado responder con algo más serio, pero por mi actitud ya se podía leer que las alturas y los aviones no me causaban precisamente simpatía, siempre volaba con alguien de confianza, si no era Pierce, era mamá y si no era tío Joe. Ahora estaba sola en un vuelo con un extraño a mi lado.

—¿Oh, tienes miedo verdad?—pregunta con burla cuando mis uñas se aferran a los asientos como si me fuera la vida en ello, poco después toma mi mano y la coloca encima de la suya, cálida y grande me abriga al instante.

Lo miro a los ojos sin poder gesticular palabra.

—Tranquila, doudou—susurra él poco después mientras echa su cabeza para atrás, cierra los ojos como si no estuviera sintiendo mis uñas clavarse en lo más hondo de su piel.

Ni siquiera sabía qué significaba esa jodida palabra pero en ese momento agradecí tener algo a lo que aferrarme, algo que no fuera frío y de plástico, algo como otra persona en la que sostenerme.

Pronto el sueño se apoderó de mí, lo cual mi mente agradeció al instante, decidí sin soltar su mano colocarme a mi lado para dormir, eso pareció molestarlo de inmediato, de un tirón obliga a mi cuerpo a caer encima de su pecho.

—Bonne nuit—susurra sin abrir los ojos como si no fuéramos dos desconocidos abrazados, como si no tuviéramos nuestros cuerpos a cuatro milímetros.

—Bonne nuit—repito yo mientras me acomodo encima de él.

 

(***)

 

El azafato de vuelo me despierta con preocupación.

—Señorita Evans—susurra.

Yo gimo disgustada sin querer abrir los ojos, siento demasiada calidez para hacerlo.

—Señorita—vuelve a susurrar.

Finalmente abro los ojos muy a mi pesar encontrándome con que como si hubiera soñado, el gigante francés ya no estaba. Aun asi había dejado su chaqueta encima mío.

Frunzo el ceño sin entender.

“¿Y qué esperabas? ¿Qué te invite a un croissant?” me pregunto de mala manera a mi misma, el joven azafato me mira como si estuviera loca.

—Señorita, ya hemos llegado, es usted la ún-

—Sisisi, ya voy—asiento sin dejarlo terminar caminando hacia la salida.

 

(***)

 

Tomo aire con fuerza cuando veo una pareja pasear de la mano en el aeropuerto.

Mi mirada se para en mi, no entendía que es lo que me estaba pasando definitivamente estaba fuera de este mundo. Las cosas se habían torcido de una manera sobrenatural.

Esto de querer ir de independiente no es lo mío, ahora estoy en otro país, sin dinero, sin móvil, sin nada excepto un abrigo de un hombre que no conozco.

Coloco mis manos en los bolsillos para encontrarme con lo que era una nota.

Era su nombre, había dejado su nombre junto a una frase, un favor por un favor, doudou.

Lo guardé en mi bolso, junto al billete de vuelta a casa.

¿Quién demonios se cree? ¿De verdad se piensa que en París es tan conocido como para que solo con decir su nombre puedan darme detalles?

¡Imbécil!

¡Cretino!

Puedo imaginarme los titulares cuando sepan que la gran Rain Evans se había ido sin avisar a nadie durante quince días sin depender económicamente de nadie excepto ella misma. Ya puedo estar pensando en que estilista voy a escoger para las entrevistas…Esto superara a Shakira y su éxito.

Suspiro con fuerza esbozando una leve sonrisa.

Algo positivo debía tener mi estupidez.

No puedo evitar recordar no sin antes romper un poco más todo mi interior, el hecho de cómo el viaje había sido diseñado por Pierce, todo porque Becky quiso…

Todo porque escuchó a Becky suspirar por París…

¿Cómo pude ignorar eso?

¿Cómo no pude haberlo parado en ese momento?

¿En qué demonios estaba pensando?

¿Qué él dejaría de quererla por mi?

¿Qué podría ser feliz con un hombre que no me ama?…

Qué ingenua y estúpida fui…

Me llevo una mano a la cabeza, siento de nuevo un leve mareo posarse en mi cuerpo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.