—Oye, much—
—Mira, ni siquiera me hables —lo interrumpo en cuanto noto que se acerca. Mi corazón empieza a latir con fuerza. Me odio por ello.
Me sostiene la mirada, y de pronto mi boca se seca.
¿Cómo podía ser tan guapo y tan imponente a la vez?
 ¿Cómo podía intimidarme con solo dar un paso hacia mí?
A mí. A la gran y exitosa Rain Evans, la mujer que seduce sin dejarse seducir…
Ni que fuera una monja de convento dispuesta a dejarse llevar por el momento.
—Pe—
—Shhh… —le corto de nuevo, con los ojos fuera de órbita para enfatizar que no quiero nada de nadie.
Él me observa, claramente divertido.
—Ni siquiera me has preguntado mi nombre —susurra con un deje burlón. Sus ojos, verdes con destellos color canela, son demasiado atrapantes para un hombre tan bruto—. Ni qué quiero hacer en París, ni a qué me dedico…
Lo miro con cara de pocos amigos.
—¿Quieres que hagamos una pulsera de la amistad también?
Frunce el ceño, decepcionado. Al parecer, el buen troglodita francés no está acostumbrado a encontrarse con gente como Rain Evans, alguien que no muestra ni un ápice de simpatía, humanidad o interés por el resto.
—Eres mucho amargada.
—Y tú muy egocéntrico por pensar que me importa tu vida —me defiendo con rapidez, señalándolo con el dedo acusador—. Y, para tu información, es "muy amargada", no "mucho amargada" —añado antes de girarme hacia mi asiento.
Él suspira con fuerza y, para mi horror, toma el único asiento libre: el de al lado.
Trago saliva al notar que el azafato empieza a dar las indicaciones de seguridad. Siento las manos sudorosas, las piernas me tiemblan. Me muevo inquieta en mi asiento. El troglodita de barba y dos metros de altura lo nota.
—Algo me dice que será un vuelo muy largo… —murmura con pesadez.
—No sabes cuánto… —Quisiera responder con seriedad, pero mi incomodidad lo dice todo. Nunca me gustaron los aviones. Siempre volaba con alguien de confianza: Pierce, mamá, mi tío Joe. Ahora estoy sola, con un desconocido a mi lado.
—Oh, pero tienes miedo, ¿verdad? —pregunta con burla cuando mis uñas se aferran al asiento como si me fuera la vida en ello. Antes de que pueda replicar, toma mi mano y la coloca sobre la suya. Es grande, cálida, firme.
Lo miro a los ojos, muda.
—Tranquila, doudou —susurra, recostando la cabeza contra el respaldo, cerrando los ojos como si no sintiera mis uñas clavándose en su piel.
No tengo ni idea de qué significa esa jodida palabra, pero en ese momento agradezco tener algo a lo que aferrarme. Algo real, vivo, humano.
Pronto el sueño me vence, y antes de darme cuenta, me acomodo inconscientemente sobre él. Lo noto moverse incómodo y, de un tirón, me atrae completamente hacia su pecho.
—Bonne nuit —susurra, sin abrir los ojos. Como si no fuéramos dos desconocidos abrazados. Como si no tuviéramos nuestros cuerpos a cuatro milímetros de distancia.
—Bonne nuit —respondo, sin pensarlo.
El azafato de vuelo me despierta con suavidad.
—Señorita Evans… —susurra.
Gimo disgustada. No quiero abrir los ojos. Estoy demasiado cómoda.
—Señorita… —insiste.
Finalmente cedo. Pero él ya no está.
Mi ceño se frunce al instante. Me incorporo, sintiendo aún el calor de su cuerpo en mi piel. Como si fuera un sueño.
Pero no lo fue.
Porque ha dejado su chaqueta sobre mí.
«¿Y qué esperabas? ¿Que te invite a un croissant?», me recrimino mentalmente.
El joven azafato me observa como si estuviera loca.
—Señorita, ya hemos llegado. Es usted la ún—
—Sí, sí, sí, ya voy —lo interrumpo, caminando hacia la salida.
El aire de París me golpea con fuerza.
Veo a una pareja paseando de la mano. Sus risas. Su complicidad.
No entiendo qué me pasa, pero me siento fuera de este mundo.
Querer ser independiente no es lo mío. Ahora estoy en otro país, sin dinero, sin móvil, sin nada… excepto el abrigo de un hombre que no conozco.
Metiendo las manos en los bolsillos, encuentro algo.
Es una nota.
Un nombre.
Y una frase.
"Un favor por un favor, doudou."
Cierro la mano sobre ella y la guardo junto con mi billete de vuelta.
¿Quién demonios se cree?
¿De verdad piensa que en París es tan conocido como para que solo con su nombre me den detalles?
¡Imbécil!
 ¡Cretino!
Pero la verdad es que mi mente sigue en otra cosa.
Imagino los titulares cuando descubran que Rain Evans desapareció en París sin avisar a nadie, sin depender económicamente de su familia por primera vez en su vida.
Esto superará a Shakira y su éxito.
Suspiro, esbozando una leve sonrisa.
Algo positivo debía tener mi estupidez.
Pero el recuerdo vuelve.
 Golpea fuerte.
 Y rompe otro pedazo de mí.
Este viaje fue planeado por Pierce.
Porque Becky quiso…
Porque escuchó a Becky suspirar por París…
¿Cómo no lo vi?
 ¿Cómo no lo detuve?
 ¿Cómo pude pensar, aunque fuera por un segundo, que él la dejaría de querer por mí?
 ¿Cómo fui tan ingenua?
Llevo una mano a mi cabeza. Siento un leve mareo.
No sé qué demonios estoy haciendo.
 Una tontería tras otra.
Pierce tenía la reserva, el control, todo. Pero yo robé los billetes. Pensé que así lo descolocaría.
Tal vez ellos tenían razón.
 Tal vez solo soy una cara bonita con un corazón vacío.
Tal vez haber crecido rodeada de lujos sin ganarme nada me hizo sentir que nada en mi vida se sintió como un hogar.
Vuelvo a buscar la nota.
No hay más remedio.
Solo me queda seguir con la cagada monumental que acabo de hacer.
Descubrir qué me depara esta ciudad.
#19545 en Novela romántica 
#3511 en Chick lit
comedia romance, millonario deseo amor, vacaciones desastre caos
Editado: 01.03.2025