Quince noches en París

3. Sebastien Blanc

—Señorita—la llamo—¿Sebastien Blanc?—añado a pesar de saber que no obtendría respuesta por parte de ninguna persona de esa multitud.

Sebastien Blanc…

Sebastien.

Blanc.

No le hacia justicia.

Todo ese hombretón y llamarse como una estudiante de clase media de Erasmus…

¿Quién lo habría dicho?

La joven cruza de largo, la miro con los ojos fuera de órbita. ¿Cómo se atrevía a ignorarme? ¡A mi! ¡A la gran Rain Evans! ¡La misma estúpida que decide marcharse sin previo aviso y lo peor de todo sin apoyo económico de nadie excepto de si misma!

Bueno no la culpaba probablemente yo también habría pasado de mi de no ser mi.

Quiero decir, nunca fui el tipo de persona que se paraba a ofrecer ayuda al prójimo asi que supongo que lo justo es que ahora pague la factura por ello o al menos sepa lo que se siente. Y solo para aclarar, por si os habéis quedado con ganas de descubrir como se siente cuando paras a alguien en la calle y que esa persona te trate cual mendigo suplicando por pan, es una jodida mierda.

Qué novedad… ¿No?

Qué raro…

Quiero decir, lo raro aquí sería que algo de toda esta locura a la que me he sometido llegara a salir algo positivo. Algo digno. Algo con lógica o sentido.

Un grupo de niños choca contra mi, suelto un insulto por lo bajo mientras sigo mi camino.

Dios mío, había olvidado lo que era caminar en la gran ciudad.

Pronto la sensación de repente voy más ligera me pone en alerta.

Dios mío, no puede ser, palpo de nuevo mis bolsillos encontrandome con que no hay nada. Mis ojos se salen de órbita mientras la respiración se me congela.

Mi única esperanza se había ido al garrete.

Entonces logro divisar la figura de ese grupo de niños, no dudo en correr como si me fuera la vida en ello, total no tenía nada más que perder. Corrí detrás de ellos entre la multitud, ellos en cambio parecían estar en su salsa.

Pronto entramos en un callejón y luego aparece ante nosotros un viejo edificio que a pesar de verse imponente por tamaño y diseño original, ahora estaba abandonado, miro con los ojos con fuera de órbita como desaparece poco después. No dudo en entrar.

—¡Un ladró-n!—grito con fuerza entrando encontrándome con un anciano malhumorado.

Me mira de pies a cabeza, finge una sonrisa.

—Bienvenida al hostal—sonríe de forma poco hostil.

—N—hago una pausa confundida—No soy una clienta. Aquí ha entrado un ladrón, varios de hecho—añado buscándolos con la mirada.

—Lo sé hija, hay muchos ladrones hoy en día, de hecho uno quiere cerrarme el hostal—sonríe—¿Puedo ayudarte en algo?—añade.

—Busco a Sebastien Blanc—suelto con pesadez, el rostro del anciano se tiñe de mil colores distintos—¡Qué sepan los ladrones que no tengo nada de valor, ellos mismos, nunca me han gustado los niños!—añado con fuerza sabiendo que probablemente estuvieran ahí escuchando.

—¿Sebastien Blanc?—pregunta el señor de nuevo como si estuviera viendo un fantasma detrás mío.

—Sí, Sebastien Blanc. ¿Lo conoce?—inquiero yo confundida.

—Claro que lo conozco es un hijo de p—

—Ni te atrevas a continuar, por favor Jean—susurró con malestar el troglodita francés apareciendo.

No dudo en voltearme con sorpresa.

Mis ojos se clavan en los suyos.

La única posibilidad de sobrevivir estos quince días.

La única forma de volver como la reina superviviente que era y poder clamar al mundo que Rain Evans era lo suficientemente fuerte como para irse donde quisiera sin la ayuda ni depender de nadie.

—Es un idiota estirado—sigue relatando el hotelero.

—Gracias por la advertencia, estoy escapando precisamente de ese tipo de personas—aclaro caminando de nuevo hacia la entrada ignorando al troglodita francés—Que sepan los ladrones que no tengo ni un duro y que si quieren podemos incluso aliarnos—añado de nuevo en alto buscando ser escuchada.

El amigo francés de casi dos metros mira la escena con nerviosismo, mira al tal Jean y este rápidamente me mira a mi con horror.

—Me he confundido, quise referirme a Arthur, mi casero, un hombre sin escrupulos de negocios que de poder estafar estafaría incluso a su abuela, se quiere hacer con mi hostal, reformarlo y anexarlo a su compañía de hoteles—susurra como si le hubiera llegado un mensaje por telepatía—Sebastien en cambio es un hombre dulce, atento, agradable, tanto que se ha ofrecido a reformar con sus propias manos el hostal conmigo en estos quince días que me quedan antes de rendir cuentas con Arthur—aclara con una sonrisa mirando al tal Sebastien.

Nuestro buen amigo francés lo mira con una sonrisa postiza, de esas que ponía el tío Joe cuando le decía que opinaba de mis peinados en la secundaria. Lo mira los suficientes segundos en silencio como para hacerme dudar de su inteligencia o capacidad de responder. De hecho parecía que estuviera en un trance.

—Sabes que siempre estaré para ti—susurra él entre dientes.

—No quiero promesas, quiero tu palabra—añade Jean sin borrar la sonrisa.

—Jean…

—Sebastien…—repite ahora entre dientes el anciano.

Parecían estar en una verdadera batalla campal.

—¿Quince días trabajando quieres?

—Sí—sonríe con orgullo.

—Sabes que soy un hombre ocupado—le recrimina.

—Ella huye de los personajes estúpidos y estirados, no tiene ni un duro, asi que ambos podéis hospedaros aquí junto al resto de huéspedes—aclaro con una sonrisa de lado a lado Jean.

Miro la escena sin entender.

—Es inútil, dentro de quince días demolerán todo este cuchitril—afirma Sebastien encogiéndose de hombros.

—Eso no es lo que diría Sebastien Blanc…

—Jean—le espeta con furia.

—¿Aceptáis o no?—pregunta Jean mirandonos a ambos.

Lo miro con una sonrisa.

—No parece que esta niñita sepa mover una mesa—se burla Sebastien.




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