Sólo había estado una vez ahí, sólo una y recordaba cada detalle. Era obvio que habían cambiado muchas cosas pero otras seguían iguales, por ejemplo, la misma puerta negra y oxidada que se encontraba al inicio. También estaban esas tres fuentes, pero ahora lucían más viejas y sin tanto mantenimiento. Y esa pareja, tal vez juntos desde el inicio de la historia.
Una señora me contó, que cada año viene una joven a visitarlos y siempre trae un clavel con ella. En fin, recuerdo el camino perfectamente. Caminar recto hasta esa pared azul y dar vuelta a la derecha, cuento diez tumbas y justo ahí es el lugar.
Es extraño todo lo que se va pensando mientras se camina en un panteón, mientras observas las tumbas y a la gente que llega a visitar. Lamento tanto no haber sido valiente, tan valiente como para venir un día después de la escuela, o del trabajo. De todas formas, en estos momentos ya no me importa tanto. Estoy aquí y me alegro por eso.
Después de unos minutos de caminar, me detengo, giro levemente y bajo la vista. Ahí está, con flores hermosas alrededor. No aguanto y lloro. No aguanto y me arrodillo. No aguanto y con ambas manos, empiezo a acariciar la tumba, tan fría y sombría. No aguanto y pido perdón. Resisto y respiro. Resisto y sonrío. Resisto y hablo.
-Hola… -Digo al fin – Perdón por no haber venido antes. No había sido tan fuerte como hoy. No sé exactamente si vengo a brindar compañía o a recibirla. Probablemente la segunda, y siendo honesta, vengo a que me escuches – me quedo callada unos segundos. Respiro.
-Quisiera contarte algo…