—No... No... No...—repetía sin cesar—No puede ser... llegaré tarde... No puede ser ¡Maldición!
Si era sincera no era su culpa. Ayer estuvo hasta la media noche con esos archivos. ¿Era excesivo? Sí. ¿Lo admitiría delante de otro ser vivo? No.
—¡¿Qué...?! ¡No esta...!!—revoloteaba por su apartamento—No... No... No puede estar pasando...
Si su agenda no aparecía pronto, tendría problemas. Ahí estaba apuntado literalmente todas sus funciones. Si, en pleno siglo veintiuno aún usaba un cuadernillo en vez de una sofisticada laptop. No la culpen. No es que les tuviera tirria a la tecnología solo... no le gustaba fiarse tanto de ella. Prefería lo tradicional, lo más seguro. Claro y por preferir eso, ahora estas perdida. Su conciencia no ayudaba. Como siempre.
No podía seguir perdiendo el tiempo. Bueno por algo tenía memoria. Talvez no era perfecta, pero algo era algo.
En menos de lo que creyó se encontró encontraba saliendo del vestíbulo. En menos de lo que creyó un auto se estaciono frente a ella—¿Anderson? —Le extraño tras verlo por la ventanilla.
Anderson. Ese era el nombre del conductor. Para su sorpresa era alguien jovial y divertido. Para su desgracia él fue la razón por la que empezo tarde con el papeleo y llegaría tarde al trabajo.
—Amatista —saludo mientras rebuscaba algo con su mano derecha—¿Qué tal? —pregunto cordial
—Fatal... —respondió apenada, ahora que lo pensaba talvez en ese auto se había quedado su agenda, su apartamento estaba de cabeza de tanto buscar—Por si acaso no sabrás si acá se...
—¿Esto?—preguntó sacando un cuadernillo con una funda de cuero
Sus resplandecientes ojos color miel se le iluminaron—Mil gracias... —Sujeto su agenda—salvaste mi vida —no estaba exagerando por mucho que pareciera
—No es para tanto
—No estoy exagerando, esto es lo que me ha salvado el pellejo mas veces de las que puedo contar —aclaro mientras se subió al auto
—Pues eso explica porque esta tan llena—anuncio arrancando el auto
—¿La leíste?—cuestionó con recelo antes de guardarla en el bolso que traía
—Pues de algún modo tenia que devolvértelo —aviso—. ¿En serio vas los domingos a la biblioteca? ¿Qué tienen de interesantes los libros?
—¿Qué tanto leíste? —dijo revisando su libreta—. Podrías apresurarte es que voy algo tarde
—Solo hasta hasta la mitad, me canse después de las 25 hojas —explicó tras colocar su pie en el acelerador—. Sujétate —advirtió y acelero lo más que pudo.
La secretaria lo hizo tan rápido como puedo. Por poco y se estrella contra el respaldar del asiento del conductor. Anderson debió haberle avisado con más antelación, no solo cuando ya lo había echo. Un resoplido escapo de sus labios. Separó los labios para reprochar algo, pero tan pronto como lo hizo el auto se detuvo intempestivamente ocasionado que se golpeará contra el respaldar del asiento. Era oficial. Nunca más volvería a subir a esa cosa.
—Llegamos —avisó con un tonito divertido al inicio y apenado tras ver los papeles desparramados por los asientos. Levanto al vista hasta la castaña solo para encontrarse con una muy despeinada y nada contenta Amatista
—¿No te olvidas de algo? —pregunto viendo los papeles.
—¿Ahora me crees? —dijo con una sonrisa avergonzada
—Un poco —respondió saliendo del taxi para ayudarla
—No... Yo puedo —lo detuvo.
—Vas tarde —le aclaro—. No refutes solo guíame —aviso
Amatista resoplo. Para su mala suerte tenía razón. Camino mostrándole el camino. Con esto sería la primera vez que llegaba tarde. Odiaba hacerlo. Demonios.
Anderson seguía caminado detrás de la secretaria. Odiaba la sensación dentro de él. Caminar por esos pasillos le traían demasiados sentimientos encontrados. Sentimientos que más le valdría no sentir.
—¿Para quién trabajas? —cuestionó con un poco de tensión
Ambos ya estaban parado frente a la puerta. El rubio deseó que por alguna gran hazaña del destino esa puerta no diera a la oficina de quien creía.
—Para el gerente de la empresa
Aquellas palabras aplastaron sus esperanzas. Maldición. Podía tener más mala suerte.
—Soy su secretaria —aclaro mientras daba leves golpecitos a la puerta
Decir que Anderson estaba un poco inquieto seria mentir. Dios. Odiaba este lugar. Le traía recuerdos que quisiera olvidar. A mala hora se ofreció a ayudarla. Ver al supuesto jefe de la castaña era lo que menos quería.
—Pase —escuchó aquellas palabras cargadas de cierta superioridad que conocía a la perfección
Amatista poso la mano en la manija y dispuso a abrir la puerta.
El primer impulso de Anderson fue salir del lugar. Por un segundo su mirada se poso en la castaña. Imaginar el sonoro griterío que "el jefe" le daría. Negó con su cabeza y la acompaño por detrás.
Arthur se encontraba sentado en su silla de cuero que emanaba grandeza y respeto. Al verlos entrar arqueo la ceja. No por Amatista sino por quien le acompañaba. Este escuchó las disculpas sentidas que daba su secretaria tenía. Hizo un ademan con la mano para que callará aún sin quitar la vista del sujeto que estaba detrás de la castaña.
—Amatista —la calmo—. Eres la mejor secretaria que he tenido. Por un simple retraso no pasara nada —aseguró colocando la vista en ella—. Además esta es la primera vez que llegas tarde en tus tres años que llevas en la empresa. Descuida —aviso con amabilidad y un muy gentil tono comprensivo—. Pero espero que no se vuelva a repetir —trató de sonar severo, mas fracaso en el intento
Anderson frunció el ceño. ¿Había oído bien? Ese tipo había sido ¿Amable? ¿Con una mujer? Además ¿Dijo tres años? ¿Amatista llevaba trabajando para él durante tres años? Anderson no lo podía creer. Él conocía el carácter de Arthur, eran hermanos a su pesar. El rubio había visto a Arthur despedir a la servidumbre femenina por cosas mucho menores, como traer mal el uniforme o hablarle sin que él se lo pidiera o simplemente porque estaba de mal humor. El hecho que fuera tan amable con una mujer era alarmante.