Quizá lo debería aceptar

Capítulo 8: Te amo, te amo, te amo

—Ven a mi oficina —ordeno Arthur con voz clara sin siquiera mirarla cuando paso por su lado.

Amatista trago grueso.

Bien. No podía ser tan malo ¿Verdad? Seguro la llamaría para decirle que fue un exabrupto nada apropiado de su parte. Que talvez tuvo un pésimo día y no midió sus acciones. Sí. Seguro eso diría. Seguro para eso la estaba llamando. No había ni la más remota posibilidad que fuera porque su jefe tuviera sentimientos por ella. Era ridículo. Incluso él mismo lo dijo. ¿Lo hizo? ¿O solo asintió incomodo? No tenía que pensarlo. Ella no tenía porque pensarlo. Es más esas absurdas ideas ni siquiera hubieran aparecido de no ser por las constantes indirectas de Anderson. Fingió no entenderlo. Sí. Fingió que jamás había sentido ninguna insinuación de su jefe. Sí. Era más fácil. Más sencillo y cómodo. No esperó que él la besará y menos que ahora la llamará a la oficina.

Un enorme suspiró salió de sus labios. Tenía que ir. Mientras más lo retrasará peor sería. Mientras más lo retrasará más ideas invadirían su mente.

Camino con pasos firmes hacia el lugar. No tenía nada de que preocuparse. Ella no había nada malo después de todo. En todo caso si algo se complicaba siempre podría fingir ingenuidad total. Eso funcionó antes. ¿Por qué no lo haría ahora?

La secretaria se detuvo frente a la puerta. Antes de levantar la mano para dar unos leves golpes en la puerta su jefe hablo.

—Entra —Amatista volvió a tragar grueso.

Debía dejar de ser una cobarde. ¿Dejar de ser? Es lo que había sido toda su vida. Por eso preferiría mil veces un libro a un amigo. Los libros no traicionaban. Por eso prefería hundirse en su trabajo a entablar conversación con un desconocido.

Haciendo fuerza de su mejor mascara de seguridad y valentía poso su mano en la puerta y la abrió. Tenía un plan de contingencia. Se encontraba cargando varios archivos y juntas demasiado engorrosos, pero importantes. Solo sería cuestión de tomar primero la palabra de modo que su jefe no podría hablar del incidente. Sí. Así lo llamaría a partir de ahora.

—Jefe —comenzó con un claro tono en la voz—. El próximo martes tiende una junta a las 10 de la mañana para dis...

—No te llame para hablar de trabajo Amatista —aclaró con brusquedad.

—¿Por qué no?! —chilló con desesperación mientras movía diversos papeles entre sus manos buscando alguno que fuese en extremo importante y que no pueda ser aplazado. No había. El pendiente más próximo era hasta dentro de dos semanas. Las desventajas de ser eficiente—. Aun nos falta tocar el tema de su próxima elección, los eventos de caridad de medio año, el aniversario de la empresa, los temas de las juntas y todavía no empiezo con... —trató de hablar lo más apresurado que ponía, en parte por los nervios y en parte para confundirlo. 

—Amatista —la interrumpió parado frente a ella. Muy frente a ella.

Al instante soltó todos los portafolios mientras retrocedía por inercia mirando a cualquier lado que no fuera él.

Arthur mostro una leve sonrisa. La ponía nerviosa. ¿Cuan más nerviosa podría ponerla? Abusar de su poder sería impropio en él. Por otra parte, ayudar a su linda secretaria que se encontraba de cuclillas en el suelo, no parecía tan impropio.

—Te ayudo —se ofreció imitándola con un tono suave y unos ojos grises resplandecientes.

—No —casi imploró después de alzar la mirada, estaba muy frente a ella de nuevo—. No hace falta —corrigió antes de ponerse en pie con unos cuantos folios en los brazos. 

ÉL esbozo una ligera sonrisa, le encantaba verla tan nerviosa. Arthur se puso en pie, piso algunos papeles al acercarse a ella. Juntas y documentos. No podían ser menos importantes, siempre podía ordenar a alguna pasante que imprimiera unos nuevos. Pero momentos como estos, eran poco y exquisitos. 

—¿Qué sucede? —pregunto sin apartar la mirada de ella por ningún momento.

Amatista demoró un poco en responder, no dejaba de retroceder cada vez que él se acercaba. ¿Por qué esta oficina no fue más grande? Amatista nunca le tuvo temor a los lugares cerrados, pero estar atrapada en estas cuatros paredes era apabullante. Sabía que atrapada no era la palabra correcta. Ella podría salir, por supuesto que podría hacerlo, pero no sin antes hablar del incidente. ¿Por qué simplemente no podía pasar el tema y punto? Ni siquiera significó algo realmente. No significo algo para ella. ¿Pudo significar algo para él? 

—Nada —No era creíble en absoluto. Nada de lo que saldría de sus labios sería creíble con ese tono tan entrecortado.

Un resoplido de disgusto salió de sus labios al chocar contra algo frio y duro. Una pared. ¿A quién se le ocurre colocar una pared en este lugar? ¿Acaso tuvieron poco presupuesto? ¿Por que esta oficina tuvo que ser tan pequeña? ¿Por qué ella tuvo que estar metida en esto?

—¿No quieres saber por qué te bese? —pregunto su jefe mientras relamía su labio superior.

La joven movió la cabeza en negativa. No quería oír nada. No quería saber nada. Estaba muy feliz con su ignorancia.

—¿No tienes curiosidad? —Aún seguía avanzando. 

La castaña volvió a negar. Si era sincera estaba mintiendo. Ella era muy, muy curiosa. Por supuesto, en cosas que le interesaban. Saber porque su jefe estampo los labios sobre los de ella, era una información que prefería nunca descubrir. Él era su jefe y ella su secretaria. Fin de la historia. Tan simple como eso. Si tan solo pudiera ser tan simple.

Cuando menso se dio cuenta, él ya estaba pegado a ella. Cuerpo a cuerpo. Su mirada descendió. Diablos. Él subió su mano hasta la nuca de la joven, su piel era tan suave, tan cálida. Suspiro. Ella se estremeció. Solo quería creer que eso era parte de una pesadilla, una de la cual daría todo por despertar. Sus ojos se quedaron como platos fijos en el suelo. Él quería ver esos hermosos ojos que iluminaban su vida así que la agarro suavemente del mentón y le alzo la mirada. La secretaria estaba como un tomate. Uno muy maduro y apetitoso.




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