—¿Conoces a Pamela? —preguntó su jefe sentado en su silla con una voz tranquila. Demasiado tranquila.
—De vista —respondió con monotonía—. Pero se él tipo de mujer que es.
—¿Eso lo sabes con solo verla?—cuestionó.
—No —respondió—. Anderson me contó...
Un carraspeo incomodo la hizo detenerse. Maldición. No debió mencionar a Anderson. No pudo evitarlo. Le hicieron una pregunta, ella solo quiso resolver de la manera correcta.
—¿Qué pasó con mi hermano? —espetó con un tono mordaz. Empezó a extrañar el tono calmado. Talvez demasiado.
La incomodidad reinaba en el lugar. Amatista jugueteaba con sus manos. No podría decirlo. La cachetada habría sido mejor. Mil veces mejor.
—Él me conto que fue su novia —respondió. Era la verdad, a medias, pero lo era. Después de todo eran hermanos. Por más que Arthur menospreciara a su hermano, mínimo tendría que saber algo tan básico como aquello.
—¿Qué más?
—Es privado —Amatista solo podía esperar que no explotará.
—¿Privado? Claro, me olvidaba que tienes asuntos privados con mi hermano.
Amatista mordió su lengua para no responder. En definitiva si ella tenía asuntos o no con alguien no era asunto de su jefe. Mucho menos debía trata de hacerla sentir culpable por algo que ella no lo era. Un resoplido escapo de sus labios. Si tan solo Arthur lo podría entender.
—Supongo que como son tan cercanos, debes estar al tanto de la tórrida relación que tuvo con esa ramera. Si es que así se le puede llamar a eso —refunfuño—. Que mas se podía esperar ese pedazo de alcor...
—No le...—mordió su lengua antes de empeorar la situación, por la escueta mirada de su jefe le dio, solo podía asegurar que no lo consiguió
—Por supuesto, por poco olvido como odias que me expresé así de él —dijo con un tono tal como si Amatista estuviera interesada en Anderson.
Amatista no añadió nada más. No tendría caso. A estas alturas ya lo sabía.
—Avísame si ella vuelve a aparecer —ordenó volviendo a adquirir ese tono calmado.
—¿Por que?—preguntó. En definitiva su rebelde boca tenía que arruinarlo por completo.
Arthur estuvo tentado a responderle, a lo largo de esos tres años ella había sido más que su secretaria. Él solía darles explicaciones, mientras más largas mejor, así pasaría más tiempo con ella. Ahora eso no tenía el más mínimo caso. Ella estaría pensando en alguien más. En un pela gato insignificante. Ojala nunca hubiera aprobado su ingreso a la empresa. Pero no pudo denegarlo. El tipito contaba con el apadrinamiento de un socio y un miembro del Consejo. No podía ir contra eso. Ha veces ser el gerente, el presidente era tan inútil.
—Tengo mis motivos—aclaró con total seriedad. No debía seguir permitiéndole libertades que a ninguna otra mujer permitió. ¿Por qué en la única mujer en la que tuvo que fijarse tuvo que estar enamorada de otro? ¿Era alguna cruel broma del destino?
—Pero...
—No te estoy consultando nada —advirtió severo—. Ahora retírate.
—Pero yo...
—Ahora —ordeno cortante. Dolía tratarla así. Más dolía saber que prefería a su hermano que a él. Más dolía saber que un pela gato era más importante. Más dolía saber que su corazón ya estuviera ocupado. Más dolía saber que nunca le correspondería.
Amatista no pudo percibir nada de eso en aquellos ojos grises que se rehusaban a mirarla. No es que quisiera que lo hiciera pero quería tanto que las cosas volvieran a ser como antes. Amatista estaba a punto de girar sobre sus talones y obedecer. A punto siendo la palabra clave.
—Jefe... —dijo con voz clara.
—¿Que? —preguntó como sino le importará.
—Hm... pues... —respiro y tomo valor para preguntar. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Las cosas no se podían poner más raras entre ellos ¿O sí?—. ¿Podemos volver a lo de antes? —Ya era tarde para lamentaciones. Ya había preguntado.
—¿Antes? —se extraño con una combinación de sorpresa y enfado.
—Hm... —noto que eso le incomodo. Talvez si había algo que perder—. Sí —respondió.
—¿Te refieres a cuando tú no sabias lo que yo sentía por ti? —aclaro por fin mirándola. Estuvo mucho más tranquila cuando él no la miraba. Debió cerrar la boca. No hubiera muerto por hacerlo. Debió salir cunado pudo.
Amatista no respondió. ¿Qué se suponía que tenía que decir? ¿Sí?
—¿A cuando tú podías entrar y salir a libre disposición, y yo tenía que contenerme las ganas de abrazarte, de besarte, de que estés conmigo y solo conmigo? —pregunto con cierto fastidio que iba en aumento.
Amatista tragó grueso. Un simple no hubiera sido más que suficiente. No había necesidad de usar ese tono tan mordaz. No debí decir nada. Se lamentó.
—Con su permiso —dijo cortésmente antes de intentar retirarse.
Ella estaba agarrando la manija de la puerta. Solo a unos pasos de salir de aquel pequeño lugar.
Arthur respiro profundo y le dijo en un tono mas ameno al parase de su silla y abalanzarse contra ella.
—Quédate —pidió tan excesivamente cerca que lo único que la castaña puso hacer fue obedecer.
Él la estaba abrazando por la espalda. Esos fuertes brazos estaban a la altura de su abdomen la apretaban hacia él cada vez más. La retenía sobre en su regazo sin ninguna intensión de alejarse de ella. No pudo evitar estremecerse. La secretaria necesitaba su espacio personal y lo necesitaba ya. Él tenia puesta su barbilla sobre la cabeza de la joven mientras ella se inquietaba, sentía una respiración ansiosa que la incomodaba. Estuvieron así por un momento. Momento vergonzoso para ella, pero feliz para él.
—¿Por qué? ¿Por qué no me amas? —pregunto con un temor imposible de ocultar. Arthur en punto creyó que talvez podía ser masoquista. ¿Por qué otra razón terminaría preguntándole eso? Él escucho ese nombre saliendo de esos rosados labios. ¿Por qué preguntarlo? ¿Por qué torturarse con eso?