—¿Quién es? —preguntó una voz que le puso los pelos de punta
Anderson no haría caso a su miedo. Ya habían pasado dos semanas y no quería seguir de tal modo. Anderson ya estaba decidido a recuperar a su amiga. Era con la única que lo podía entender. La única que podía entender lo que era sentirse basura por no ser correspondido. Un resoplido salió de su garganta. No vacilaría esta vez. Ya días atrás había venido pero no se atrevió a llamar a la puerta. Un gran nudo se instalaba en su garganta y se negaba a desaparecer. ¿Cómo le pediría perdón si ni siquiera podía pronunciar esa palabra? No era por orgullo o algo parecido. Anderson no era un ser orgulloso. Solo que esa palabra sacaba a la luz muchas cosas. Cosas que querría olvidar. Amatista lo sabía. Pero dudaba que eso la volviera más condescendiente. Ya había sido claro con Pamela. Ya no le afectaba tanto como antes. Pero aún estaba ahí. Sacarla deliberadamente de él sería como... como extirpar algo muy importante, algo que dolía y sangraba cada vez que lo intentaba.
En fin, así fue como termino erradicando por completo esa palabra de si mismo. Aprendió a vivir con eso. Nunca cometía cosas realmente malas para que necesitara decirlas. Pero ahora sí.
—¿Quién es? —volvió a escuchar el rubio
Trataría de disculparse y si era necesario lo diría. SI había alguien que lo podría comprender era ella. Solo a ella se lo diría.
Cundo estuvo a punto de decir algo una fuerte tos se apodero de su garganta. Talvez no fue tan buena idea pasear hasta tarde a noche con plena ventisca. Técnicamente no fue un paseo, fue más como una caminata de reflexión. Una caminata larga y pesada. Creyó que solo se trataba de un estúpido resfriado. Al parecer por lo fuerte de sus toser se equivoco.
—Amatista... —contesto por fin forzando la voz
—¿Qué quieres? —aún no abría la puerta, no era necesario para saber que estaba enojada. Él también estaría de ese modo si ella hubiera traicionado su confianza—. Vete —exigió a viva voz.
Anderson quiso alegar algo, pero la estúpida toz se negaba a cooperar.
—Por favor, tenemos...
—No teneos nada que ver, vete —repitió—. Yo confié en ti. —La pudo oír susurrar.
—Escucha, abre la puerta —le rogo de manera entrecortada cuando su visión se volvió borrosa.
Su garganta seguía picando. Tenía unas ganas insoportables de estornudar. Sus rodillas comenzaron a flaquear. Hacia frio. Debió levar algo más abrigador que un simple polo. Se apoyo en aquella puerta. No podía mantenerse en pie.
—No abriré —aclaró con firmeza—. Más vale que te vayas o llamaré a seguridad.
Amatista estaba dispuesta a hacerlo. No quería tolerar esto. Ella no era una persona sociable ni confiaba en la gente, sabía que las personas podían darte un puñal en la espalada. Ella tuvo razón. Anderson traicionó su confianza. Eso no lo perdonaría, a nadie.
—¿Me escuchaste? Llamaré a seguridad si no te retiras. ¿Me oíste? —preguntó con un tonito irritado.
No contestó. Pero se aún se escuchaba uno toseos del otro lado. La castaña creyó que solo lo hacía para asustarla. Después de unos minutos no lo oyó más. Si hubiera escuchado pisadas alejándose habría estado tranquila, pero no. Nada.
—¿Anderson? ¿A qué estas jugando? —interrogo con la mano en la manija
De nuevo, nadie respondió. Okey. Talvez estuviera escondido para saltar justo cuando ella abriera. Bueno pues si él haría eso ella le estrellaría la puerta en la cara primero.
—Anderson —llamo la joven teniendo la mano en la manija—. Anderson. —Él no respondía—. Si este es un truco para que te perdone no va a funcionar.
Un ruido ruido fuerte llegó a sus oídos, la joven abrió la puerta con prontitud y quedo boquiabierta al encontrarlo desplomado en el suelo.
—Anderson... —susurró tras colocarse en cuclillas a su lado
Por un momento se le olvido su enojo. Trato de levantarlo. No pudo. Pesaba demasiado. Se sentó en el suelo y lo trajo hacia si. Coloco su mano en la frente del rubio. Estaba ardiendo.
—Tienes fiebre... —mencionó preocupada—. ¿Cómo se te ocurre salir en este estado? —regaño sin apartar la vista de él
A duras penas logró meterlo al apartamento. Lo colocó sobre la cama. Necesitaba hacer algo para que le calmará la fiebre o empeoraría. Se fue hasta el baño para salir con varios paños mojados en la mano. Se los coloco en la frente. Al menos ayudaría un poco hasta que vaya a comprar medicamentos.
Ya era tarde. Más de medianoche. ¿Cómo pudo estar tan mal? ¿Cómo pudo venir con tan solo una remera? La castaña sacudió su cabeza y cogió algo de dinero de su billetera. Alguna de las farmacias aún deberían estar abiertas. Rogaba por ello.
Media hora demoró en volver. Lo veía jadear desde la puerta. Dejo los medicamentos en la mesa y volvió con él, le toco la frente. Exhalo con alivio. Por suerte ya no estaba tan caliente como antes.
Por la siguiente hora trato de hacer maravillas para bajarle la fiebre con alguno de los medicamentos. Para su alivio funcionó.
Se recostó en el sillón, aun seguía preocupada. Se le quedo mirando por un momento. Ella no tuvo que hacer nada de lo que había echo, no era su obligación, dejarlo botado en aquel pasillo hubiera sido lo más conveniente así no tendría que estar acomodándose en ese incomodo y duro sillón, pero no pudo hacerlo. Ella no era así. Mañana, si él se recuperaba lo podría echar de una vez por todas, mientras tanto acogerlo era lo único que podía hacer. La castaña le dio una ultima mirada antes de voltearse para intentar dormir. Más valía que Anderson se recuperará pronto.
***
Anderson intento recordar, pero no lo logró. ¿Cómo había llegado había entrado al apartamento de la castaña? ¿Y por qué ella estaba durmiendo en el sillón?
Un leve bostezo salió de los labios de la joven. Al abrir los ojos observó al rubio despierto y con semblante mejorado. De inmediato recordó la noche anterior, salió del sillón despavorida y fue hasta su lado, le toco la frente. Un suspiro de alivio salió de sus labios. La fiebre se había ido.