Quizá lo debería aceptar

Capítulo 13: Código de acceso

A pesar de que las cosas habían vuelto a ser relativamente normales entre ambos, a la castaña aún le era raro estar con Arthur en un auto, para ser más especifica, en el mismo auto en el que él la beso. No era un recuerdo grato ni de cerca. Pero tenían prisa, una incomodidad no podía atrasar su trabajo, aunque técnicamente era un día sábado, no estaba en horario laborable.

En fin, así era ella, trabajando en sus descansos. Al final se decidió ubicarse en los asientos traseros. 

No le entraba en la cabeza como pudo olvidarse de un evento tan importante. Tuvo que batallar mucho para agendar una cita con aquella modista. ¿Cómo diantres pudo no recordar eso? Si bien Amatista era consiente que había pasado un par de cosas, nunca antes su vida personal había influido en su vida laboral. Claro que nunca antes tuvo que lidiar con el regreso de Tailer o con hacerse amiga de un trastornado y menos con los repentinos sentimientos de su jefe. Bien. Amatista no era una maquina. Por mucho que esa idea le molestará tenía que aceptarlo, tenía defectos y limitaciones.

—Arthur —mencionó la secretaria.

Ese era otro punto. Si bien varias cosas habían vuelto a ser iguales, habían otras cosas en las que Arthur había exigido que cambiara. Su jefe insistía en que lo llamase por su nombre. Arthur. Aún le era difícil acostumbrarse. 

—¿Qué tanto conoces al socio Cooper? —pregunto con cautela.

Era extraño, pero a pesar de que ella siempre había visto lo mal que se llevaban ambos nunca antes se lo había preguntado. Excepto que hace media hora se encontró casualmente con Anderson en la residencia Park. No diría que su amigo fue muy explicito, es más a duras penas logró entender sus balbuceos. Desde entonces le estuvo dando muchas vueltas al asunto, debía hacerlo, junto con las resientes investigaciones que había echo y con las, estas vez importantes, pruebas que tenía. Amatista tenía planeado mostrarle a Arthur sus sospechas.

El lunes eran las elecciones y curiosamente Cooper no se había enlistado. Todos los años anteriores lo hizo. ¿Por qué esta vez no? Era algo que estaba dispuesta a descubrir.

—¿A qué viene esa pregunta? —cuestiono su jefe después de unos minutos.

Amatista lo examinó su rostro por un momento. Estaba tenso y ligeramente incomodo. ¿Acaso era un tema delicado?

—Nunca comprendí a que se debía esa relación tan acérrima entre ustedes —expresó con un tono monótono, ocultando por completo la creciente curiosidad que le crecían en los ojos.

Arthur soltó un resoplido cansado antes de contestar.

—Es por algo que paso hace años entre él y mi familia, aunque mi familia fue la que se llevo la peor parte.

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—Fue algo... —su jefe trataba de buscar las palabras correctas, pero por laguna razón no daba con ellas—. No quiero entrar en detalles —dijo finalmente—, pero por lo que veo él aún no lo ha superado.

—¿Qué tan terrible pudo ser para que no lo haya superado?

—No pienses en eso, solo es una suposición mía, sería muy patético que realmente esa sea la razón —expresó su jefe con una sonrisilla que daba mucho que pensar. 

—Pero ¿Qué fue lo que...

—Llegamos —interrumpió su jefe bajando del auto a toda prisa como si quisiera evitar el tema a toda costa.

Bueno, no tenía tiempo que perder. La modista ya lo estaría empezando y hacerla esperar con el tan especial encargo que la secretaria tendría, no ayudaría. A regañadientes bajo del auto y se metió en la boutique.

 

***

 

—Arthur, los informes ya los tiene el consejo ¿cierto? —pregunto una de vez ya de regreso en el auto mientras revisaba con mucho interés un articulo en su móvil.

No hubo respuesta por unos minutos. Unos tediosos minutos en los que ella se vio forzada a despegar la mirada del móvil y colocarla sobre él. ¿Por qué demoraba tanto en responder? Ella solo había preguntado para tacharlo de su lista de pendientes.

—Hm... —fue lo único que escucho salir de su jefe.

Arthur debía dar gracias tener la vista fija en el frente o unas dos lindas dagas afiladas habrían estado apuntando en su dirección.

—¿Hm...? ¿Qué quiere decir hm..? —soltó la castaña con un tonito más que molesto.

Arthur no respondió mientras fingía, nada convincente, estar entretenido en el camino.

—Hm, no es una respuesta —aclaró tratando de hacer que él dijera algo—. Arthur, ¿los informes están listos si o no? —pregunto con severidad sin oír ninguna confirmación de la otra parte—. ¿Arthur? —se inclino ligeramente hacia el asiento del conductor—. Lo hiciste, ¿verdad? —de nuevo, nada. Okey, esto estaba empezando a alarmarla, solo un poco. Talvez él relámete estaba muy concentrado en no chocar con alguien. Claro, concentrado cuando tenía la carretera libre sin ningún otro auto a la vista. Muy creíble—. Dime que lo hiciste , dime que lo hiciese —volvió a exigir más que un tono furioso en su voz—. ¡Arthur Archibald Park Miller! ¡Dime que lo hiciste! ¡Dímelo! —ordenó a viva voz.

Arthur no se atrevió a mirarla. Sabía que solo había una respuesta correcta, una respuesta aceptable, una respuesta que lo dejaría salir bien librado de aquel monologo. Lamentablemente no podía decirlo.

Por un momento algo cruzó su mente. Era extraño, él no tenía porque escuchar sus recamos ni gritos, es más, Arthur como su jefe podría callarla con una sola orden, pero había algo en esa idea que no le gustaba del todo.

Después de todo esa era la forma en la que habían coexistido por esos tres años. No podría decir era una relación laborable normal. Tampoco es que Arthur pusiera empeño en que lo fuera. Por una parte, su ego era una astillita contra lo que tenía que lidiar, Arthur nunca fue bueno recibiendo criticas y menos reproches. Pero había algo que hacia que los de Amatista sean menos desagradables y hasta tolerables.




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