—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar su jefe.
De seguro esperaba una respuesta. No se suponía que una empleada tuviera el acceso.
—Encontré el sello —se apresuró a decir esquivando su mirada—. Ahora solo falta colocarlo y...
—¿No me oíste Amatista? —interrogó con cierto enfado—. ¿Cómo lograste entrar?
—Con el código —respondió esperando que se conformará con eso.
—Amatista —repitió exigiendo una respuesta decente—. ¿Cómo es que tú tienes el código?
Ella odio el tono que él uso. No por el hecho de ser una secretaria significaba que iba a ser una empleada que se conformará con solo saber lo que le dijeran. Si ella hubiera sido de esa forma en la universidad, de segur no hubiera sido la mejor de su promoción. ¿Y de que te sirvió? Igual terminaste como una simple secretaria. Ella no haría caso. Había tenido esa charla demasiadas veces como para que realimente le afectará.
—Me lo dio alguien —respondió saliendo del lugar y cerrando la puerta.
—¿Quien? —escucho tras de sí.
—Alguien —murmuró queriendo evitar en tema.
—Amatista ¿Quién fue? —volvió a demandar—. Tú no puedes tener el código a tu libre disposición.
—Me lo dio McGregor —respondió por fin para dejar de escuchar ese tono que la estaba volviendo un poquito loca, su jefe aún no aparataba la mirada, no había falta que preguntará para que ella respondiera a regañadientes—. Le hice un favor y fue su forma de recompensarme —expliqué con la mirada en cualquier otro lugar que no fuera su expresión disconforme.
—¿Qué tipo de favor pudiste haberle hecho para que te diera el código? ¿Sabes que si el Consejo lo sabe perderás tu empleo? Yo puedo ser el presidente, pero no podré hacer nada por ti —aseguró con irritación.
Entonces eso era lo que le preocupaba. Le preocupaba perderme como su secretaria. Él no solo te ve como eso. Traté de eliminar esa voz. Arthur pudo haberlo dicho en muchos sentidos, no necesariamente porque sienta algo por mí.
—No estoy pidiendo que hagas algo, crees que no lo sé. A él también lo echaran si esto sucede, además dudo mucho que se arriesgue a que abra la boca. A él no le conviene que me echen
—No me gusta como estas hablando
—Lo sé, a mi tampoco me gusta —expreso con sinceridad—. Pero es la verdad, lo encontré en una posición comprometedora con su amante. Talvez mi testimonio por si solo no valga, pero la prensa solo necesita de un rumor para un chispa para arder.
La mirada de Arthur era evaluadora. Si estaba disconforme no lo dijo. Solo se limito a desviar la mirada y entregarme los fólderes.
—No vuelvas a usar ese código —ordenó luego que guardará el sello en donde lo encontré—. No quiero que confíes tanto en McGregor.
Celos. Podían ser celos. Por aquella mandíbula apretada y ese cuerpo tenso, habían grandes probabilidades de que se tratará de ello.
—No lo hago —aseguró obviando ese detalle—. Solo tengo la certeza de que tendrá sentido común —respondí con una sonrisa maliciosa, una que hace tanto no daba a nadie. Al menos no con el significado que esta tenía—. Además —pronunció atrayendo la mirada nuevamente de Arthur—, hay algo que tienes que ver —manifestó caminado por el lado izquierdo del pasillo. Arthur la siguió con los brazos colocados en la parte baja de su espalda.
***
—No puede ser —dijo sin apartar la mirada de la pantalla—. Estaban aquí. Ayer mismo me cercioré de ello. Puedo jurar que todo estaba gravado en...
—Amatista yo te creo —avisó Arthur para calmarla, no pareció servir de mucho—. Confió en ti absolutamente. Pero el Consejo...
—No lo hará, lo sé, lo sé —repitió frustrada. ¿Cómo fue tan idiota de no bajar una copia del video se seguridad? Claro. Ya lo recordó. Porque precisamente ayer vio a Tailer y como de costumbre, su cabeza confundió sus prioridades—. Sin pruebas no se puede hacer nada, no olvides que yo estudie leyes, lo sé a la perfección.
—¿Qué era lo que aparecía exactamente? —preguntó con la vista en ella.
—Cooper —respondió al instante—. Cooper estaba haciendo muchas transacciones a una cuenta desconocido a tu nombre —los ojos del presidente se ensancharon con incredulidad—. Y no solo eso, allí había un archivo en el cual tenía varios documentos que...
—¿Por qué no me lo dijiste? —cuestionó con preocupación, talvez rellenar unos cuantos documentos no lo alarmarían. Pero esto era diferente. ¿Transacciones a su nombre? Demonios. ¿Cómo pudo perderse de eso?
—Lo iba a hacer pero tu estabas en una junta y yo no te podía interrumpir y cuando acabaste no te encontré —explico lo que había sucedido el día anterior.
—Si vuelves a encontrar algo de esto avísame —ordeno con rotundidad—. No importa lo que yo este haciendo búscame.
La secretaria sintió sin pensarlo.—Lo haré. Que no te quepa la menor duda.
—Salgamos —ordenó—. No es bueno estar aquí —añadió dirigiéndose a la puerta.
La mirada de la mujer no se movió de la pantalla como si buscará algo que ella ni siquiera sabía. Un resoplido salió de sus labios y se obligo a salir del lugar detrás de su jefe. La próxima vez que lo viera no se le volvería a escapar. Tailer o no Tailer había cosas más importantes. Su corazón debía entenderlo.
***
Amatista prefería las caminatas a la luz de la luna en vez de ir en taxi. Eso serviría para despajar su mente. Eso serviría para actualizar sus prioridades. Paso tras paso con la mirada fija al frente pero sin ver nada realmente, su mente estaba a kilómetros de aquí. Al menos suponía que eran kilómetros. ¿Dónde estaría? ¿Viviría cerca?
Demonios. Ahí estaba otra vez. Se suponía que esa caminata era para despejar su mente, no para embobarse con Tailer de nuevo. Amatista había llegado a una conclusiones. Debía ponerse limites. Siempre lo decía. Siempre se lo decía. Pero le gustará o no quedaba en eso, palabras. Si tan solo pudiera esforzarse en ellos. Si realmente pusiera de su parte.