R E G N U M

Seis.

F E R N A N D A

 

 

Era el día de la ceremonia de bodas con el príncipe Felipe. Todos estaban invitados, y yo estaba lista para que nuestra boda se llevara a cabo. Sería algo sencillo, con aristócratas seleccionados. No necesitaba gastar mucha energía en algo que solo sería un juego para mí. Debía estar en guardia por si Enrique se le ocurría hacer algo. Según mis informantes, aún no ha partido al Imperio de Liun. Desde la tarde en que le revelé mi embarazo y mi boda con Felipe, no ha salido de sus aposentos.

 

La ceremonia sería privada para evitar interrupciones. Debía ser una boda pacífica donde pudiera salir temprano.

 

El vestido que usé para esta ceremonia era dorado, ajustado a mi medida por un reconocido diseñador del imperio. Sin importar cómo sería esta boda, era mi deber como Emperatriz resaltar.

 

Hice que adelantaran las cosas y, cuando menos lo pensé, ya se estaban dando los votos para cerrar esto.

 

—Yo, Felipe de Guazmon, te tomo como mi esposa y juro amarte, serte leal, cuidarte en la salud y enfermedad toda nuestra vida de aquí en adelante.

 

Miré al sacerdote para que agregara lo que discutimos ayer; él asintió.

 

Junto a otros sacerdotes, trajeron una copa y una daga, mientras llevaban dos pergaminos donde dictaban las reglas que creé minuciosamente.

 

—Mis súbditos —sonreí—, como su Emperatriz, es mi deber velar por su bien. Eso me lleva a declarar que, para que un hombre aspire a ser mi esposo, debe hacer un sello con sangre donde dedicará su vida a hacer lo que yo ordene. —Los murmullos no cesaban—. Esa copa es la bendición del Todopoderoso. Una vez que mi futuro esposo, —miré a Felipe, que solo observaba—, corte su mano y deje gotear su sangre en la copa, debe beberla para luego usar la misma sangre como sello en el contrato.

 

Lo sé, era una locura, pero debía ser este procedimiento el indicado para poder mantener bajo control a Felipe cuando se le ocurriera una absurda idea que pudiera destruirlo.

 

—Solo así lo aceptaré.

 

Eso fue suficiente para que se cortara la mano y las gotas cayeran en la copa. Miró su reflejo en el agua manchada de sangre y luego bebió. Pasó su dedo pulgar por la herida de sangre aún abierta y lo presionó sobre un lado específico del pergamino.

 

Sonreí.

 

—Yo, Fernanda María De Valencia, te acepto como esposo y juro protegerte.

 

No me atrevería a mentir en los votos, ya que la palabra para mí es sagrada. Solo llegaría a eso.

 

El obispo alzó sus manos al cielo y sonrió.

 

—Por el poder conferido a mí por la iglesia, los declaro marido y mujer. Puede...

 

Lo fulminé con la mirada. No iba a haber ningún contacto con este hombre solo por estar casados. No lo dejaría.

 

¡De ninguna manera iba a permitir que…!

 

Manos sostuvieron mi rostro y me hicieron verlo a los ojos. Me acercó, haciendo que quedara a una corta distancia entre nosotros, hasta tomar en un arranque desenfrenado nuestros labios y unirlos en un beso.

 

Mis ojos quedaron abiertos ante su repentino acto. No tenía idea alguna de cómo debía reaccionar.

 

Mordí su labio inferior para que se alejara, pero se mantuvo así hasta que me rendí y lo solté, con sangre saliendo de su labio.

 

—Esto acaba aquí.

 

Eso lo aseguré con la mandíbula apretada.

 

Ordené a mis sirvientas que le dieran un aposento nuevo a Felipe. Sería mi esposo, pero esta noche, como muchas que vendrán, la pasará solo.

 

Me senté en la cama y acaricié mi vientre. No lo entendía mucho; mi bebé está en descontrol cuando cualquier extraño me toca, como pasó con Enrique. No entiendo por qué es diferente con Felipe.

 

—Debes tener lealtad con tu padre, bebé.

 

Sonreí al recibir una patada como respuesta. Era como su aceptación ante eso.

 

Toques a la puerta hicieron que me frustrara. Me levanté, me puse mi bata de noche y la anudé. Abrí la puerta y me sobresalté al ver al príncipe Enrique sudado y con la respiración entrecortada.

 

Suspiré.

 

—¿Qué deseas, Alteza? No son horas para visitar los aposentos de una mujer casada y embarazada. Además, es contra la ley venir a la alcoba de la Emperatriz a menos que sea autorizado.

 

Él cayó de rodillas.

 

—Me contuve... me he contenido todo el día para verla y renunciar a todo por usted.

 

Sonreí.

 

—Si su alteza el príncipe Enrique hiciera eso, —Di cortos pasos frente a él y me crucé de brazos—, no tendría un matrimonio por el cual unirnos.

 

Él me miró con atención.

 

—Necesito poder. Si no lo obtuviera con el Imperio de Liun, tendría que ir por otro reino.

 

Él acepta, comprendiendo bien mis palabras.

 

—Se ha notificado en el Imperio Valencia que su Majestad tendrá concubinos, pero solo existirá un Rey y un Emperador.

 

Fue un pedido del consejo para hacer dos matrimonios con suficiente poder y beneficio para nuestro Imperio. Claramente, solo acepté con la condición de que yo sería quien escogiera a ambos.

 

—Es así como se dictó, Príncipe Enrique.

 

Él sonríe, y eso me deja helada.

 

—Por ello, como no ha proclamado a un Rey y Emperador, su Majestad La Emperatriz, aún puedo tener la oportunidad de ser uno de los dos.

 

Es tierno y divertido ver a un gran guerrero como él suplicar.

 

—Cuando la corona del Imperio de Liun sea tuya, aceptaré formalmente su propuesta de matrimonio, Alteza.

 

Era algo que solo podría cumplirse si su padre, el Emperador Ernesto, muere. Quiero conocer los alcances y hasta dónde llega un hombre por un rostro tan magnífico como el mío. Puedo tener bien claro qué tácticas puedo usar y hasta dónde puedo llegar. Lo que veo como un deleite es lo fácil que pueden ser manipulados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.