R E G N U M

Siete.

F E R N A N D A

 

Estaba sentada en el trono, con Felipe a mi lado, observando con una ceja alzada a los extranjeros que llegaron escoltados por los guardias y mi hermana Alba.

 

El primer extranjero al que permití hablar vestía ropas anchas, tenía mucha barba y un sombrero con pluma.

 

—Saludo a su Majestad —reverenció—. El reino de Admud trae obsequios para su Majestad y...

 

Permanecí impasible, manteniéndome erguida.

 

El hombre simplemente hizo una reverencia y se apartó, dando paso a la entrada de alguien más. Las puertas se abrieron y la candente luz del sol inundó la sala.

 

Una joven apareció ante nosotros, bailando de forma provocativa. Era común presentar a las mujeres de esa manera, con un velo cubriendo su boca y una sonrisa en los labios, piel morena y cabello largo y negro, realizando bailes sensuales para atraer la atención.

 

Tenía una sospecha de por qué la trajeron. La reconocí de mi juventud, cuando acompañaba a mi padre en las negociaciones de paz con varios reinos. Era Kamize, princesa del Reino de Admud, firme en sus creencias sobre la esclavitud de las mujeres y las ventas. Sabía que ella pensaba que solo un matrimonio podría poner fin a su sufrimiento o hacerlo aún más duradero.

 

Su mirada estaba clavada en Felipe, no en mí. Sabía que el Reino de Admud era cerrado de mente, pero no podía creer que pensaran que al casarme con Felipe él tendría algún control. Eso no sería posible mientras yo estuviera viva. Mi hijo sería el único que me sucedería; ningún otro tendría esta corona.

 

Alcé mi mano para detener la música, pero los músicos del Reino de Admud no me hicieron caso y continuaron tocando. Miré a mi hermana Alba, quien entendió de inmediato y pasó su espada por el cuello de uno de los músicos, quien cayó al suelo.

 

Acaricié mi vientre para calmar los movimientos de mi pequeño.

 

Todos gritaron en conmoción ante lo sucedido. La princesa Kamize estaba petrificada y me miró con el rostro pálido.

 

Sonreí sin poder contenerme.

 

—Usted —dije al representante del Reino de Admud, quien se acercó a mí con una gran reverencia, prácticamente postrado en el suelo—. ¿Jafi? —Ni siquiera hice el mínimo esfuerzo por recordar su nombre—. Sea como sea, explíqueme ahora por qué trajeron a esa muchacha.

 

Se le veía molesto, como si fuera difícil para él arrodillarse ante una mujer.

 

—Ah, verá... El Sultán Bellcas se enteró de que su Majestad se casó, así que envía a la princesa como un regalo de matrimonio para el nuevo Emperador.

 

Mis manos apretaron con fuerza los lados del trono mientras miraba con frialdad a ese hombre, provocando que temblara de miedo.

 

 

 

Observé de reojo a Felipe, quien me miraba sin tener idea de lo que estaba pasando. Su mirada era lo suficientemente pesada como para no darse cuenta.

 

 

 

—Esposo —mis palabras lo sacaron de sus pensamientos y sonrió con extrema alegría al llamarlo: "Esposo".

 

 

 

—Eh, sí. ¿Esposo? Oh —se puso muy sonrojado—. Dime, Esposa.

 

 

Era gracioso ver esa expresión, pero no era momento para eso. Debía hacer valer mi derecho como soberana del Imperio Valencia.

 

—Sé claro con el Reino de Admud —dije—. Como mi consorte, debes asegurarte de que tu esposa no manche su lengua con algo tan repugnante.

 

Él solo asintió con una sonrisa en los labios y miró con oscuridad penetrante al representante Jafi, quien se vio aún más amenazado.

 

—Soy el esposo de la Emperatriz Fernanda De Valencia y no necesito en absoluto a ninguna otra mujer. Mi único deber y propósito es servir a mi esposa.

 

La mirada de Kamize pasó de la admiración por las palabras de Felipe a la desilusión. Estaba aburrida de tan absurda escena.

 

Extendí mi mano a Felipe, quien la tomó con una sonrisa de cachorro que encuentra a su dueño. Me apoyé en él para levantarme, ya que mi embarazo estaba muy avanzado y el momento de dar a luz al futuro Emperador o Emperatriz se acercaba. Necesitaba hacer muchas alianzas para mantener la paz hasta que diera a luz a mi hijo.

 

—Majestad —Kamize se arrodilló ante nosotros y nos miró con la mayor inocencia que pudo fingir.

 

¿Te estás burlando de mí ahora, como antes? Quiero saber qué estás tramando, Princesa Kamize.

 

—Como Princesa de Admud, solicito pasar unos días aquí para conocer el imperio de Valencia, es una petición a su Majestad.

 

Serpiente hipócrita, intentas acercarte a Felipe para seducirlo y escapar de tu propio infierno.

 

¿Jugar un rato o cortar esto de raíz y no tener nada de diversión?

 

Sonreí.

 

—Yo, Fernanda, Emperatriz de Valencia, concedo que la princesa de Admud sea tratada como invitada.

 

Ella sonrió y reverenció.

 

—Le agradezco su Majestad.

 

Me sorprende que no se haya mordido la lengua.

 

—Todo acaba aquí.

 

Rápidamente, muchos hombres se arrodillaron ante mí en un intento desesperado por detenerme.

 

—Le pido que por favor, su Majestad, acepte nuestros presentes.

 

Felipe se interpuso entre ellos y yo, mirando con enfado a los hombres que estaban ahí, todos hermosos y elegantemente vestidos.

 

—No creo que mi Emperatriz desee...

 

Lo aparté y miré detenidamente a los jóvenes.

 

—Presenten un contrato matrimonial al secretario general y veremos si son dignos. Por ahora, me retiro.

 

Fue agotador. En cada momento, siento que mi resistencia disminuye más. Espero poder recuperarme al dar a luz al bebé. Debe tener mucha más resistencia. No será sencillo, pero debo criar a mi hijo de la mejor manera posible.

 

He pasado toda la mañana lidiando con problemas en los estados del imperio, contracciones, seguridad y problemas arquitectónicos. El Conde Lansel ha sido un gran secretario para mi padre, por lo que conozco su competencia. Es leal y eficiente. Agradezco su ayuda, aunque me pregunto si Felipe estará bien.




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