R E G N U M

Ocho.


F E R N A N D A

 

—Por el poder conferido por Dios, los declaro Marido y Mujer.

 

Enrique sostuvo mi mano y me reverenció hasta besar el dorso de esta.

 

—Se lo agradezco, Majestad. No tiene idea de cuán deleitado me siento de que usted sea mi esposa.

 

Desde la muerte del Emperador Ernesto y mi nombramiento como Emperatriz del antiguo imperio Liun, las responsabilidades y el exterminio de posibles levantamientos a la corona han sido completamente borrados. Alba, Julia y Enrique se han preparado para fulminar a las familias del imperio de Liun que no estaban dispuestas a ceder. Enrique puso tanto empeño en ello que logró terminar en una semana. Ahora estamos por concluir la boda que dará aún más fuerza e impulso al Imperio Valencia.

 

La mano de Enrique descansó en mi cintura y su aliento pegó en mi cuello.

 

—No puedo controlarme al pensar que pasaré mi primera noche con usted.

 

Me forcé a sonreír.

 

Ni yo.

 

Había sido una promesa que le cumplí cuando se envió junto a mis hermanas a exterminar a cualquier enemigo. Debo cumplir mi palabra. Él conoce mi estado. Nada más pasará. Tengo algo escondido en mi manga por si este hombre no hace lo que le ordeno.

 

—Espero que tenga entendido que si intenta algo que vaya en contra de mi voluntad, —sonreí mientras saludaba— no solo será nuestra primera noche, sino que será la última de usted con vida.

 

Él, aún con mis palabras frías, me miraba con adoración y completa obediencia.

 

—Juré ante Dios obedecer y querer todo lo que mi esposa desee —acarició mi vientre abultado con una patada de parte del bebé—. Prometo que querré al hijo de su Majestad la Emperatriz como si fuera mi sangre, incluso más sagrado que eso. Lo cumpliré.

 

Solo asentí.

 

Siendo honesta, no creo en absolutamente nadie. Desde las diversas situaciones de engaño que he vivido, solo veo un tipo de rostro para todos, y ese es el de buitres traicioneros que desean verme muerta. No tienen idea del miedo que siento en mi interior por lo que posiblemente podría suceder. Sin mí aquí, este bebé podría tener que padecer el fuerte peso de la corona junto con la aristocracia, que no se sabe cuándo cambiarán de opinión. Temo muchas cosas y desconfío de tantas. Necesito dar a luz a este bebé para sentir la calma de que estará mejor en mis brazos y solo en ellos.

 

Me aparté.

 

—Una sirvienta lo guiará a su habitación para que se aliste y luego vendrá a mis aposentos donde pasaremos la primera noche juntos.

 

Es lo único que pude decir antes de retirarme con mis damas.

 

Estaba agotada de tanta organización. Alba y Julia me apoyaron, sabían que con el embarazo no podría tener tal responsabilidad solo para mí.

 

Las damas me prepararon y luego me acompañaron hasta la habitación de Enrique. Debía pasar mi noche con mi nuevo esposo. Es algo que prometí y como soberana debo hacer cumplir nuestro deber. Tanto la reputación del príncipe Enrique como la mía pueden dar qué hablar a los sirvientes del palacio.

 

A pesar de no haber cumplido mi primera noche con Felipe, no he escuchado por ahora rumores de los sirvientes o de la nobleza. De igual modo, estaré pendiente. Querer degradar a mi primer esposo es como tratar de burlarse de mí.

 

—Salgan.

 

Todas se despidieron con una reverencia, caminaron con cautela para no tropezar. Era claro que es una grosería dar la espalda a la familia imperial, y más cuando se trata de la soberana.

 

Toques desesperados a la puerta hicieron que la mirara al instante. Caminé hacia ella con cautela y con una daga en mano, debía estar preparada para cualquier cosa. Al abrir la puerta y notar que se trataba de Felipe, con la respiración entrecortada y el sudor en su frente, me calmé.

 

Lo miré con altivez y frialdad.

 

Es insólito que visite los aposentos de su soberana.

 

—¿Qué haces aquí, Príncipe Felipe? —me di la vuelta y tomé de una de las mesas un perfume con olor a rosas—. No ordené que me visitaras.

 

Guardé la calma y mi honor por completo. Soy una Emperatriz, no cualquier mujer con la que se pueda tratar.

 

—Vino por su Majestad la Emperatriz.

 

Rodeé mis ojos ante lo obvio.

 

—Sé claro.

 

Caminó hasta mí con firmeza y me atrajo a su lado con rudeza al sostener mi cintura para que lo mirara a los ojos.

 

—Usted es mi esposa. Yo soy su primer esposo. Nadie más que yo debe tener el honor de pasar a su cama.

 

Sonreí con burla ante sus palabras idiotas.

 

Pegué con fuerza a su cara, haciendo que su rostro girara con todo su cabello.

 

—¿Qué autoridad crees que tienes para interferir en mi primera noche con el príncipe Enrique? —Lo afronté.

 

Nadie, ni siquiera mi madre, tuvo derecho alguno de intervenir en mi crecimiento. De niña siempre lo supe: yo sería la Emperatriz, monarca de este Imperio, la primera mujer que haría cumplir su voluntad sin tener alguna objeción sobre ello. Sería imposible que una persona pudiera corregirme o inclusive interferir en mis decisiones.

 

Absolutamente ninguna persona puede ir en contra de mi palabra.

 

A pesar de mi cachetada, Felipe mantuvo su compostura y me miró con determinación.

 

—¿Lo olvidó su Majestad la Emperatriz? —él no me temía— Soy su primer esposo y no ha tenido su primera noche conmigo.

 

Já… noto que esto del matrimonio construido ha hecho que se le suba a la cabeza.

 

—Es falso nuestro matrimonio, como el del segundo consorte, y en mi estado, igual no iba a pasar nada. ¿Por qué te metes? —Veo una molestia en todo aquello que intente ir en contra de mi.

 

—Yo no embaracé a su Majestad, —Esas palabras fueron un detonante en mi cabeza— por ello, como su primer esposo, es mi deber traer a la siguiente descendencia.




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