¿Dónde está el amor? Me pregunté muchísimas veces y es que, siempre había escuchado eso de que cuando se está enamorado la ilusión se apodera de ti y siente un hormigueo en el estómago, algo parecido a unas mariposas revoloteando. Yo lo más cercano que había estado de eso, es cuando me fijé en un compañero de trabajo con el que no tuve nada, porque no me atreví en aquel momento a decirle lo que me ocurría cuando pasaba por mi lado y me rozaba el brazo. Dejé pasar aquella oportunidad, una oportunidad para la que yo no estaba preparada pues tenía pareja por aquel entonces, una pareja a la que dejé en cuanto confirmé que sentía mucho más por aquel con el que no estaba, que por él, que dormía a mi lado y me había dado dos hijas.
Precisamente, mis dos hijas fueron las que me hicieron tomar la decisión de volver a intentarlo nuevamente, por aquello de que se supone que no podemos destruir una familia y que es mejor continuar con alguien que no amas, que buscar a ese alguien que te complemente. Por aquello de que, era lo correcto. Yo quería sentir esas mariposas nuevamente y además de sentir ese revoloteo, deseaba que fuese recíproco. Evidentemente, aquello no estaba destinado a durar, era imposible, le miraba y no sentía más que cariño por todo lo que habíamos vivido. Apenas tenía catorce años cuando empecé aquella relación y ahora con treinta no sentía lo mismo, no era ni un ápice de lo que yo quería, tenía que salir de ahí. Después de montar un negocio fallido, tomé la decisión de dejar aquello atrás, como fuese, saldría adelante, quería ser feliz, lo merecía.
Me quedé sin pareja, sin casa, sin trabajo... En un período de un mes, mi vida estalló por los aires, pero no importaba, seguro que vendría algo mejor. Me repetí eso, mil veces, era como un mantra. "Dios aprieta, pero no ahoga" me decían.
"Pues que apriete a otra" respondía yo.
Es cierto, aprieta pero no ahoga, aunque a veces tengas la sensación de que no hay salida, siempre hay una salida. Cuando se cierra la puerta, es verdad, se abre una ventana.
A mi me enviaron un ángel de la guarda, un ángel que también venía herido. Un ángel que igual que yo, quería sentir esas mariposas, estaba solo, nos complementamos dado que ambos, teníamos necesidad de que alguien nos lamiese las heridas y nos ayudase a cicatrizar.
Ahí llegó mi ángel, tres meses escasos después de que mi vida estallase, en mitad de una vorágine y una batalla que no me daba tregua. En seguida, nos fuimos a vivir juntos, aceptó todo lo que suponía estar conmigo, aceptó ejercer de padre sin serlo, aceptó lo más preciado que había en mi vida, mis hijas.
"Eres un loco inconsciente" le dije muchas veces.
Tenía que estar loco para querer estar conmigo, pudiendo estar con cualquier otra.
Nos fuimos a vivir juntos, encontré un trabajo estable y como parecía que todo iba bien... ¿Porqué no? Nos casamos. Apenas dos años después de conocernos, nos dimos el "Si, quiero" delante de nuestros amigos y familiares más cercanos. Dos años... Tan solo dos años después de aquella abrupta ruptura de una relación de casi dieciséis años, me casaba por la iglesia vestida de blanco, con un velo larguísimo y con mis hija pequeña portando las arras.
Después de esa boda, nos mudamos a otra ciudad, necesitábamos un cambio, había toxicidad en el ambiente que mis hijas estaban creciendo, su padre acechaba y no era una persona de fiar, por lo que decidimos alejarnos un poco. Éramos felices... Creo que si, pues la felicidad son solo pequeños momentos, de ahí que sea algo tan preciado, porque solo perdura pequeños instantes que se graban a fuego en nuestra memoria. Año y medio después de casarnos, me quedaba embarazada de mi tercera hija, tenía por aquél entonces casi treinta y cinco años. Un embarazo complicado, un parto largo, larguísimo, un postparto de mucho estrés... No tuve tiempo de pararme a pensar en si lo que estaba viviendo era lo que quería realmente o solo me había ido adaptando a las circunstancias. Si la vida que vivía era mi vida o la de otra persona.
Llegó el COVID, la pandemia nos puso a todos en alerta. Mostró lo mejor y lo peor del ser humano, nos recordó que somos mortales, la línea que separa la vida de la muerte, es muy fina. Hasta que no llegó ese virus, mi marido y yo, apenas nos veíamos, dado que conciliar nuestra vida familiar con los horarios de trabajo, en ocasiones, era complicado. Yo tenía horario de oficina, cuando yo llegaba el se marchaba o incluso habían días en los que no lo veía. Coincidíamos en su día festivo, nos veíamos por la tarde y a la hora de la cena, pero poco más.
Nos impusieron un toque de queda, una cuarentena... Era el momento de quedarse en casa, poco se sabía de lo que traía esa enfermedad que se propagaba como la espuma. En mitad de aquel caos, se rompió el menisco, aún si no hubieran restricciones él, estaba destinado a quedarse en casa y yo obligada a teletrabajar. Creo que ahí fue cuando me paré a pensar en si era feliz, creo que lo miré y vi que éramos totalmente opuestos. Él me amaba con todo su ser, yo le quería, le guardaba un cariño y un respeto enorme, pero no habían mariposas, ni esas ansías por verle a la salida del trabajo. A día de hoy, sigo queriéndole, es mi mejor amigo, sé que nadie me querrá como él lo hace, pero precisamente porque le respeto y creo que merece algo mejor, también le dejé marchar. Sí, siempre dispuesta para ayudar a todo el mundo, pensando en las necesidades de los demás antes que en las mías, pues para mi sería fácil fingir algo que no siento o llevar una doble vida, pero... ¿En que clase de persona me convierte eso?
El año pasado, a raíz de la muerte de una compañera de trabajo decidí ser franca, exponer lo que sentía y dejar mi matrimonio atrás. También es cierto que me ilusioné con alguien del pasado, alguien que iba y venía de tanto en tanto de mi vida, alguien que me nubló el juicio.
Hubieron mensajes, hubo pasión entre nosotros pero él no sabía, ni sabe a día de hoy lo que quiere, yo no estoy dispuesta a jugar al quiero y no puedo. Tengo claro que busco reciprocidad, alguien al que se le abra las carnes en cada caricia que le brinde. Alguien que me mire como si fuera la octava maravilla, como si jamás hubiera visto algo tan bello. Busco algo extraordinario que me ayude a crecer, que me haga sentir deseada, amada en todas las facetas, incluso en los días más duros, esos en los que ni yo misma me aguanto. Alguien... que me complemente y me entienda, aún sin abrir la boca.