Raabta

Capítulo 5

NUDOS REFORZADOS

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—¿Hay—preguntó Zeynep con un tono neutral, disimulando sus nervios—... algo más que deba saber?

—No lo sé, ¿importa si te lo digo? —preguntó con atención.

—Pues—retrocedió un poco para tomar aire—, si es la verdad, sí.

—En realidad no importa, porque ya decidiste creer lo que querías.

—Vi su brazo; su abrigo estaba roto y tenía un raspón en el codo, y tú siempre eres tan...—se detuvo antes de terminar.

—¿Desagradable?

     Onur permanecía atento a unos cuantos pasos de ellos, prestando atención a cada detalle de la conversación, pero sin involucrarse. «¿Por qué se miran tan lindo si se dicen cosas tan horribles?», pensó.

—Iba a decir impulsivo—explicó Zeynep torciendo los ojos.

—¿Yo soy el impulsivo?

—Sí—replicó firme.

     Mert pensaba que aquel domingo no había hecho ninguna diferencia para Zeynep, e incluso llegó a pensar que Zeynep solo lo estaba tratando con hipocresía.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó Mert entrecerrando los ojos—. ¿Solo vienes a reprocharme por empujar a tu novio?

—Entonces, ¿es cierto? —preguntó Zeynep recobrando su tono molesto.

—Sí, es cierto, empujé a tu novio—dijo Mert desafiante—¿Qué harás? —añadió apoyándose en el escritorio y cruzándose de brazos.

     Onur observó que Kerem venía al taller, dedujo que se había percatado de la presencia de Zeynep y por su cara se veía preocupado por lo que la chica reclamaba. Se acercó con rapidez al taller.

—Soy tan estúpida que por un momento de verdad creí que Adem me estaba mintiendo—dijo enojada llevándose un mechón del cabello detrás de la oreja—. No eres una buena persona, está en tu naturaleza ser así. Piensas que puedes tratar a las personas como quieras solo porque no eres feliz, pero no, eso no justifica nada.

     Mert sintió un gran vació que revolvió sus tripas.

     Se le ocurrieron mil respuestas, que se dispararon una tras otra en su cabeza, pero no pudo pronunciar ninguna en voz alta. 

—¡Zeynep! —intervino Kerem tratando de detenerla—. Cálmate, pasaron muchas cosas que no sabes, seguramente Adem te contó lo que quiso.

—¿Y tú cómo sabes? —preguntó desentendida—. Vi el brazo de Adem.

—Yo estaba con él.

     Mert, no quiso continuar con aquella conversación, se limitó a tomar el papel que se encontraba encima de la mesa, y se lo extendió a Kerem.

—Las firmas—pronunció gélido, ignorando a Zeynep—. Ahora, por favor váyanse.

     Kerem se volteó hacia ella y le hizo un gesto con los ojos para indicarle que no dijera más nada. Zeynep miró hacia Mert por última vez.

     Sin embargo, no obtuvo ninguna mirada de vuelta.

—¿Por qué no le explicaste lo que pasó?—preguntó Onur cuando se fueron.

—Da igual, al menos ahora sé lo que piensa realmente sobre mí.

—Estoy seguro que ese idiota se hizo la víctima.

—Ya no importa. No tengo ganas de seguir trabajando hoy. Cerremos el taller. Te pagaré lo que te debo por esta semana.

—Me pagas mañana; No hay problema.

—No, no, acá está tu dinero—respondió, abriendo la gaveta que estaba a su lado derecho.

Mert le extendió el dinero a Onur y se levantó de la silla. Bebió un poco de agua y tomó su abrigo del perchero de atrás.

—¿Irás a tu casa? —preguntó Onur curioso.

—No, daré una vuelta con la motocicleta—dijo Mert poniéndose el casco.

—¿Qué haremos con este auto? 

—Dile al cliente que lo puede retirar mañana.

     Al salir, se despidió de Onur y cerró el portón. Onur se quedó de pie unos segundos hasta que vio a Mert desaparecer velozmente hacía la salida.

     Los paseos en motocicleta para Mert, eran un escape parcial de todos sus problemas. Desde que había adquirido su motocicleta el año pasado, se había encargado de repararla y remodelarla a su gusto. Y ahora, se había vuelto una costumbre sacarla cuando se sentía sofocado, estresado, o depresivo. Así, terminaba recorriendo las carreteras de Estambul por horas sintiendo la adrenalina hasta descargar toda su energía. 

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     Ya era demasiado tarde. Todas las tiendas estaban cerradas y la oscuridad cubría el vecindario. Guardó la motocicleta en el taller y subió a su cas. Por las noches, era difícil ver algo en Umutla, pues las farolas de casi todos los callejones estaban descompuestas, así que algunas calles lucían más oscuras que otras.

     El clima estaba frío y Mert sentía sus nudillos helados. Metió sus manos dentro de sus bolsillos y agilizó el paso. A dos calles de llegar a su casa, se percató de la presencia de tres hombres que estaban a unos metros de él. 




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