Raabta

Capítulo 7

MANERAS DE DECIR TE QUIERO

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     Zeynep se quedó sin palabras después de aquella petición. Por un momento creyó que Mert podía leer sus pensamientos y temió que pudiera escuchar los halagos silenciosos que le había hecho por llevar aquella hermosa y descarada mirada.

—De—aclaró su garganta nerviosa—... ¿De qué hablas?

     Apartó al muchacho torpemente, soltándose de su agarre y desvió la mirada, dejando al descubierto sus nervios.

—Sabes de que hablo.

—No, no lo sé.

     Se dio la vuelta hacia la puerta, dispuesta a alejarse lo más pronto posible.

—¿Te da miedo estar a solas conmigo? —preguntó en un tono desafiante, mientras peinaba sus húmedos cabellos con los dedos—. ¿O necesitas que algún amigo esté contigo para ser valiente?

—¿Me estás provocando para que me quede? —dijo cuando estuvo al frente de Mert nuevamente—. ¿No puedes soportar que no quiera hablar contigo?

—Sí, puedo—replicó sonriente, al ver que su plan había funcionado—. Pero no creo que esa sea la razón por la que quieras irte.

—¿Y cuál es la razón, según tú? —se cruzó de brazos—. Ya que, al parecer, ahora me conoces más de lo que yo me conozco a mí misma.

—Pues, deberías tener más conversaciones contigo misma—se recostó en la mesa quedando a la altura de ella—. Así no estarías en la casa de un extraño preguntándole sobre cómo te sientes.

     Zeynep estaba comenzando a obstinarse, especialmente porque ella parecía alterada; y él, en cambio, lucía tan tranquilo.

     La muchacha bufó, y soltó un gran suspiro. Entreabrió los labios para decir algo, pero Mert la interrumpió velozmente al ver su estado de frustración.

—No quiero hacerte molestar—suspiró—. Quiero hacerte entender, que no puedes fingir que perdonaste a alguien, enojarte con esa persona un día, y usar sus penas o sus errores para ganar una discusión.

—Sé que lo que hice no estuvo bien, y ya te lo dije—sus ojos brillaron—. Pero por lo menos, tuve el valor de mostrarme arrepentida, y traté de arreglarlo. No puedes darme clases de vida, porque tú tampoco eres perfecto.

—No te estoy dando clases de vida —dijo levantándose de la mesa—. Sé que soy horrible a veces. Toda mi vida ha sido una pelea interna. Pero cuando te traté mal, me arrepentí de verdad, dejé las cosas atrás. Tú ni siquiera te disculpaste por lo que de verdad importaba.

—¡Cómo que no! —exclamó con las cejas fruncidas.

—Me disculpaste, pero en la primera ocasión volviste a recordar lo que sucedió. Y ahora volviste a disculparte, pero ni siquiera recordabas lo que me habías dicho aquel día —señaló con su mano izquierda hacia la ventana—. ¿Crees que no lo percibí en tus ojos cuando lo mencioné? Me dijiste mirándome a los ojos «piensas que puedes tratar a las personas como quieras solo porque no eres feliz» Y ni siquiera lo recordabas.

     Del intenso silencio que se había formado, nació un juego de miradas y reproches que parecía interminable. 

     Pero entonces hubo un ruido en la puerta principal.

—¡Mert! ¡Mert! —gritó una voz infantil desde afuera— ¡Mert ábreme la puerta, por favor!

     Mert se dirigió de inmediato hacía la entrada de su casa, y la chica permaneció estática, con un rostro que denotaba preocupación.

     Al abrir, un pequeño niño de un metro y medio, delgado y de unos siete años, se arrojó sobre Mert abrazándolo a la altura de su cadera.

—¡Mert, escóndeme! ¡Por favor! —suplicó el niño entre llanto.

—¿Khan? —Inquirió extrañado—. Está bien, campeón. No pasa nada; puedes pasar...

     Mert no pudo continuar sus palabras. Se quedó anonado al ver el rostro del niño. Estaba herido, había sangre en el borde de su labio, y sus mejillas estaban coloradas, marcando unos dedos sobre su delicada piel.

—¿Qué mierda te sucedió? —dijo Mert agachándose con dificultad a la altura del niño para verlo mejor.

—¡Déjame entrar, Mert! ¡Por favor! —suplicó nuevamente entre sollozos y miró hacia atrás con temor.

     Cuando el niño abrazó a Mert, Zeynep, quien seguía parada con expresión de impacto detrás de ellos, pudo admirar mejor su rostro y recordó que ya lo había visto antes. Era el mismo pequeño que esperaba en la puerta de Mert el domingo que había visitado a Samira.

—¿Alguien te está siguiendo? —preguntó Mert, zarandeando al niño para que reaccione—. ¡Dime, Khan!

—No sé, me escapé— respondió entre sollozos.

     Estando adentro, lo sentó en el mueble.

—¿Quieres agua? —preguntó Mert un poco enojado, detallando las heridas del pequeño.

      Asintió con la cabeza. Mert lo dejó sentado en el sofá y se dirigió a la cocina por un vaso de agua.

     En ese momento, Zeynep y Khan estaban solos en la pequeña sala. El niño seguía asustado, derramando lágrimas, y esbozando gemidos, mientras miraba sus pequeñas manos, que dejaba reposando sobre sus piernas.




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