CORAZONES ABIERTOS
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Finalmente, la vida de Mert volvía a la normalidad. Las marcas y las heridas abandonaban poco a poco su piel. Con los días, el dolor desaparecía y su vitalidad se reflejaba en su rostro. Todo parecía estar mejorando progresivamente con respecto a su salud, y su trabajo.
Aunque todavía tenía el yeso en el brazo, ya no sentía tanto dolor como antes y se estaba acostumbrando a hacer casi todo con su mano izquierda, sin importar que fuera más lento.
Onur había tomado el trabajo de repartidor en el restaurante después que Kamal aceptara las condiciones de trabajo que los chicos le ofrecieron. Les estaba yendo mejor de lo esperado; las propinas eran buenas y la paga no estaba nada mal, sin contar que la comida siempre era deliciosa. Y, a veces, era tanta que hasta sobraba para regalarles a los niños del vecindario o a las personas que lo necesitaban.
El muchacho salía en horarios específicos y desaparecía dos horas llevando los pedidos del almuerzo. Posteriormente, en la noche se llevaba la motocicleta una hora antes que cerraran el taller y luego la devolvía.
Mert cedió con la condición que Onur se quedara con las propinas; y el sueldo de las entregas lo guardaban aparte para hacer algo juntos en el futuro.
—Ojalá que Osman nunca salga de la cárcel—dijo Mert, al recordarlo de repente—. Khan se ve tan feliz.
—Amén—bufó con desagrado—. ¿Cómo va tu amistad con Zeynep? Ya no la he visto más por aquí, ni he visto más cambios en Umutla.
—Ha pasado cuando tú no estás. A veces va apurada y solo me saluda con la mano—hizo un gesto tranquilo, tratando de disimular su inquietud—, pero ya llevo como cuatro días sin verla...
—¿Ya llegaros a la parte donde cuentan los días sin verse?
Mert le lanzó el trapo sucio en la cara.
—El otro día vi a Adem, y cuando me vio comenzó a abrazar a Zeynep con exageración—comentó Onur.
—¿Sabes qué? —dijo girándose a su amigo—. No hablemos de él. Me pone de mal humor, siento que puedo pelear con cualquier persona cuando lo mencionas.
—Entonces, llegué en un mal momento—dijo Zeynep dulcemente, asomándose por la puerta, con una sonrisa llena de felicidad.
Él se giró deslumbrado y recorrió con sus verdes ojos el cuerpo de Zeynep. Ese día estaba diferente, más hermosa que nunca; su cabello ondulado se deslizaba sobre sus hombros, y un vestido largo y blanco dibujaba perfectamente su silueta; llevaba botas blancas cortas con tacón y un abrigo grueso color beige hasta la cintura
Notó que estaba mucho más arreglada de lo usual, y su angelical rostro brillaba gracias al maquillaje con tonos tierra que combinaban con sus preciosos ojos. Por más que trató de disimular su impresión, y esforzarse por actuar normal, no encontraba la manera de quitarle la mirada de encima.
—¿Interrumpí algo? —preguntó con nervios al ver que Mert no dijo nada—. Creo que llegué en un mal momento...
—No, Zeynep, para nada—intervino Onur—. Yo ya me iba a hacer los pedidos, Mert necesitará a alguien para pelear. Si quieres quédate y hazme la suplencia.
—Creo que no quiero pelear con Mert—rio tímidamente—. Ese es tu trabajo.
—Igual no creo que pueda—agregó Onur dándole una palmada a Mert en la espalda para que diga algo—. ¿Cierto, Mert?
—Sí—dijo sin escuchar lo que Onur había dicho.
El muchacho se marchó, con la motocicleta, dejándolos a solas.
—¡No te quedes ahí, pasa! —dijo finalmente, señalando hacía el escritorio—. Te serviré té.
Tomaron asiento.
—¿Y cómo estás? —dijo Mert.
—¡Super bien, mejor que nunca! —sonrió plenamente.
—Se nota—le lanzó una sonrisa cautivadora—. Estás hermosa... bueno, siempre lo estás. Pero hoy, te ves diferente.
—Gracias—sonrió y llevó un mechón detrás de la oreja—. Es que hoy, por primera vez, en mucho tiempo, salí a desayunar con mi mamá, y ayer me dieron el visto bueno en la universidad con el proyecto. Así que, tendremos permisos para hacer más cosas aquí.
—¡Me alegra escuchar eso! —sonrió mientras le vertía una taza de té— ¿Tú mamá estaba de viaje?
El rostro de Zeynep reflejó una expresión de tristeza, y sus labios volvieron a su posición normal desvaneciendo su sonrisa.
—Lo siento, si dije algo malo—se rascó la cabeza con nervios.
—No, está bien—dijo entre suspiros—, sucede que aún me cuesta hablar con normalidad sobre la situación de mi madre.
Jugó con sus dedos nerviosa, pero Mert sintió que se estaba esforzando para no llorar.
—Ella está enferma. Está internada en un hospital de trastornos mentales, y casi nunca la veo porque no le gusta verme, o hablar conmigo—confesó con lágrimas contenidas—, pero no es personal, no le gusta ver a nadie.
—Lo siento—soltó Mert incómodo—. No lo sabía, no habría preguntado nada.