UN DESCONOCIDO
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Luego de una limpieza profunda el taller volvía a tener decencia. Ni siquiera marcaban las siete y treinta de la mañana cuando todo estaba en su lugar. El silencio de la madrugada y el vacío de los callejones refrescaron la mente de Mert, quien estaba satisfecho con tanta calma en Umutla. No tardó en prepararse un té en la única taza sobreviviente del desastre y se sentó a las afueras del taller.
Eran tantas cosas que pensar que no supo por dónde empezar.
Sin embargo, admitió haber pagado su enojo con Onur.
—¡Buenos días, Mert! —replicó una voz infantil que sacó a Mert de sus pensamientos—. ¿Cómo dormiste?
Era Khan. El pequeño iba con su uniforme a la escuela.
—¡Hoy vendré al taller!
—Te estaré esperando—apretó la nariz del niño—. No olvides concentrarte en la escuela.
A medida que los minutos pasaron, las personas comenzaban a despertar. Así que entró a su taller.
Minutos después apareció Onur. El muchacho se quedó un rato de pie; pero al ver que Mert no le dedicó ninguna clase de atención, decidió ponerse el delantal sin preguntarle nada.
—¿Qué haces? —preguntó Mert tosco, antes que pudiera colocarse el delantal.
—Mert, basta—puso los ojos en blanco, dejó el delantal—. Ayer no quisiste escucharme. No puedes tratarme como si fuera un empleado, ¡somos amigos!
—Los amigos se dicen las verdades.
—¡Y sigue! —se sentó frente a Mert—. Me enteré un día antes que tú. ¡Hablamos tanto de esa mujer que no fue fácil para mí decírtelo! No sabía cómo reaccionarías, no sabía si querías saber sobre eso.
Mert comenzó a dibujar cosas sobre un pedazo de papel, mientras escuchaba.
—¿No puedes tratar de entendernos?
—Eso trato de hacer.
—Cuando me enteré de lo que sucedió, no pude creerlo. Le reclamé a mamá Samira por no decirte y le dije que te diría la verdad; pero luego llegaste tan feliz al taller y simplemente no pude—respiró con pesadez—. Comprendí que no era fácil decirle algo así a una persona que quieres..., y menos si está tan feliz.
Mert se tornó compasivo. Su mirada transmitió apacibilidad.
Sin embargo, fue incapaz de contestar.
—Da igual, Mert—se levantó molesto y le entregó las llaves—. Cuando quieras hablar sabes dónde encontrarme. Si no quieres que esté aquí, me iré. En el fondo sabes que no estás enojado conmigo, pero si esto te hace sentir mejor, bien por ti.
—¡Onur! —llamó la atención del chico antes de que se fuera—. Lo siento. Estoy molesto conmigo, ¿vale? Estoy molesto con mis padres por ocultarme cosas. Me siento extraño, como si no me conociera a mi mismo.
Onur suspiró aliviado que entendiera.
—Te entiendo, pero enojándote no arreglas nada.
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No hubo ningún rastro de Zeynep durante la mañana.
Mert se sintió como un adolescente desesperado revisando su teléfono a cada rato. Tenía las esperanzas de verla antes de salir al restaurante.
Terminó de ayudar a Onur sin intercambiar muchas palabras con él. Almorzó y salió con su motocicleta para llevar los pedidos. Había muchos pedidos, pero a Mert no le disgustó hacerlos; las propinas fueron buenas y no tenía nada de que quejarse.
Al terminar su jornada, partió al barrio nuevamente. En las afueras, observó el auto de Zeynep estacionado, hecho que lo hizo sonreír. Pero siguió con la motocicleta hasta su casa, sin detenerse en el taller.
Entró a su casa y sacó una caja de libros que se encontraba bajo su cama.
Comenzó a verlos y se quedó con unos cuantos que le gustaban mucho; los demás los devolvió a la caja y, mientras los colocaba en el baúl de la motocicleta, Samira se asomó por la ventana.
Lo miró con una sonrisa que difícilmente devolvió. Sin embargo, no la ignoró como lo había hecho ayer. Recordó que muchos de los libros que donaría se los había regalado ella y, en su momento, encontró la salvación en algunos.
La mujer le dijo que lo esperaría para hablar con él cuando volviera de su trabajo.
—Creo que llegaré tarde—replicó sin ánimos.
—¡Te esperaré hasta que llegues!
Exhaló con pesadez y cerró el baúl, encendió la moto nuevamente; pero en dirección a la nueva biblioteca de Umutla.
Antes de entrar escuchó la risa de Zeynep. Al ingresar se encontró con los hijos de Burak haciendo muecas ante la cámara de ella. Al parecer se estaban divirtiendo, pues nadie noto su presencia hasta que dejó la caja de libros en el suelo.
—¿Y qué opinas? —dijo Zeynep, mientras señalaba el lugar.
—Está quedando mejor de lo que imaginé—confesó observador.
Las paredes estaban pintadas de azul de Prusia, las luces blancas del techo aclaraban toda la sala, los estantes de madera tapaban la pared, y el suelo de granito marrón brillaba.
En una de las esquinas había una pequeña mesita acompañada de un pequeño sofá. Todo estaba quedando de maravilla. El piso de arriba ya estaba pintado, pero aún no tenía ningún tipo de muebles.
Zeynep le mostró unas cuantas fotos de cómo se veía antes la casa, y le hizo un recorrido por las otras habitaciones, aunque Mert se sorprendió porque seguía con la misma actitud distante de anoche.
—Estamos pensando en que este piso sea para los niños—acotó al subir al segundo piso—. ¿Tú que piensas?
—Pienso que estás rara—rascó su barba, sin quitarle los ojos a Zeynep.
—¿Rara? Estoy normal.
—Bueno—dijo Mert, volviendo la vista a la habitación.
—¿Cómo estuvo tu noche? —inquirió sin poder contenerse más.
—¿Mi noche? —preguntó extrañado.
—Sí—trató de sonar indiferente—. ¿No fuiste a visitar a esa chica a su casa?