UN DÍA AZUL
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El sol brillaba intensamente cuando el ferry estaba por salir. No había ni una sola nube cerca, sino que el día estaba precioso para pasear, pues tampoco hacía tanto frío. Pero Zeynep comenzaba a desesperarse; era casi hora de zarpar y Mert todavía no aparecía. Lo llamó, aunque no recibió respuesta.
—¿Por qué esa cara larga? —susurró Mert en su oído, haciéndola saltar del susto.
—¡Me asustaste! —lo miró con seriedad—. Mert, eres un impuntual—se cruzó de brazos.
—Te estaba comprando un café—se excusó ofendido y le extendió uno de los vasos que llevaba en las manos—. Por eso me tardé.
—Siempre tienes una excusa—tomó el café con pesadez—. Vamos a subir, para agarrar un buen puesto.
—Espera, espera—agarró su brazo—. ¿Siempre tengo una excusa? ¿Soy mentiroso?
—No dije eso, pero siempre llegas tarde y debo esperarte—reprochó con disgusto.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—Porque te excusé las otras veces, pero ya han sido varias—suspiró—. No importa, subamos ahora y hablemos luego.
Mert bufó y caminó detrás de Zeynep. La chica buscaba con la vista un buen lugar para sentarse, trató de visualizar algún borde para ver el paisaje durante el viaje. Aquel día el ferry no estaba tan lleno, así que había buenos puestos disponibles.
Las bancas de madera no eran tan cómodas, pero el recorrido solo duraba una hora y media, lo que podría considerarse como un viaje corto.
—Ese lugar es perfecto—señaló una banca cerca del barandal—. ¡Ven!
Mert la siguió, mientras prestaba atención al vestido largo que llevaba. «Qué hermoso le luce el azul», pensó mientras la seguía.
—Estoy muy emocionada—soltó cuando se sentó.
—Seré más puntual—afirmó retomando el tema.
—¿Sigues con eso? —preguntó sacándose la cámara del cuello—. Te haré unas fotos. Si sales guapo, te perdonaré.
Mert puso los ojos en blanco, pero sonrió para ella.
—Y si no me perdonas, haré que lo hagas—se enderezó, mientras sostenía el café en la mano.
—¿Y cómo harás eso? —bajó la cámara y lo miró con intriga.
—Si no salgo guapo en las fotos, te diré.
Ella sonrió y le apuntó con la cámara, de nuevo. Sacó varias fotografías, y mientras lo hacía, pensó en lo apuesto que se veía, y lo interesante que lucía con aquel mar detrás de él.
—¿Y entonces? —dijo entre poses—. ¿Cómo me veo?
—Pues no puedo negar que luces muy apuesto—se deslizó hasta quedar al lado de Mert y le mostró las fotos.
—Y eso que ni me peiné.
—¡No seas egocéntrico! —rio.
—Me toca—dejó el café sobre la banca y le quitó la cámara de las manos.
Ella sonrió y adoptó una postura para la foto, se colocó los lentes de sol y llevó una mano al barandal. Con la otra seguía sosteniendo el café.
Después de la sesión de fotos, se mantuvieron callados mirando el mar e intercambiando cálidas miradas de atracción. Las gaviotas revoloteaban alrededor del ferry, esperando poder robar algún pedazo de pan, y al cabo de una hora y media de movimiento sobre el mar, el ferry se detuvo en la orilla de la isla Büyükada.
Cuando se bajaron, caminaron detrás de las personas, y después de unos minutos las edificaciones europeas aparecieron frente a ellos. Aquella isla era hermosa; su arquitectura mantenía la esencia de la época bizantina, pero mezclada con los espacios naturales. No había autos o camiones que contaminaran la paz del lugar.
Las personas se trasladaban con vehículos eléctricos, bicicletas e incluso en carruajes arrastrados por caballos.
Caminaron por muchas calles hermosas; algunas aún estaban vacías por la hora, y otras ya se encontraban más llenas. Especialmente donde había cafeterías o tiendas de frutas.
—¿Ya desayunaste? —preguntó Mert, visualizando algún lugar para comer.
—Sí. No habría aguantado el viaje sin comerme algo.
—Yo también comí—se rascó la barba—, pero me provoca algo dulce.
Después de diez minutos de caminata lenta, se pusieron de acuerdo para entrar en una cafetería con vista al mar. Zeynep dijo que la buscó por internet y que tiene una vista a Estambul espectacular.
La cafetería estaba en un piso alto; por ende, dejaba ver una hermosa vista, tanto del mar como de Estambul. Buscaron una mesa cerca del barandal de madera, aprovechando que el restaurante tenía muchas mesas vacías.
—¿Qué pedirás? —preguntó echándole una mirada al menú—. A ver, adivinaré. Primero un té.
—Vamos bien—sonrió.
El mesero con pasos rápidos volvió con las dos tazas de té que habían pedido, y las depositó en la mesa con mucho cuidado.
—Mustafa, tu primo—sorbió su té mientras rompía el silencio—. Ya está mejor. Está en terapia y ya puede volver a mover el pie.
—Qué bien.
—Nisan me ha preguntado mucho por ti. Me ha dicho que quisiera hablar contigo, y piensa que no es una casualidad lo que sucedió en la plaza. Te lo digo porque me ha insistido mucho.
—Ya veremos—expresó, mientras le daba vueltas a su taza de té.
—Quería venir a tu cumpleaños ayer, pero temió arruinarte la noche o que no fuera bienvenida.
—Que bien que no lo hizo—dijo sin ánimos de sonar antipático—. Qué incómodo habría sido.
—Por eso no lo hizo, pero pienso que debes escucharlos. Después de todo, ellos no tienen la culpa.
Mert permaneció en silencio.
Zeynep suspiró y con tranquilidad sacó su teléfono y comenzó a revisar las redes sociales mientras terminaba su té.
—¿Ya te aburriste?
—¿De hablar sola? —replicó a la defensiva—. Pues, sí.
Terminaron pidiendo dos tortas de limón.
—Me importa lo que piensas, Zeynep.