Raabta

Capítulo 25

TSUNAMI

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   Una vieja carta escrita a mano permaneció en una caja fuerte durante veinticinco años. Solo la persona que la había escrito cargaba con los pecados que se encontraban entre cada letra y cada espacio de la misma.

   El arrepentimiento profundo bajo el lecho de muerte, reveló aquel secreto despiadado. Ayşe fue la desafortunada que cargó con el desde aquel día. Leyó la carta que su padre le había dejado y con cada frase que leía, una lágrima se desprendía de sus ojos mojando el papel que sostenía en sus manos.

   Cuando las palabras permanecen atrapadas en nuestra garganta, porque su sonido puede romper corazones, es mejor conservarlas dentro de nosotros mismos. Pero cuando esas palabras esconden verdades crueles, es injusto, y hasta difícil cargar con ellas hasta la tumba. 

   En aquella inmensa mansión, en una de las habitaciones del segundo piso, falleció Iskender Demir, el abuelo que Mert nunca conoció, y que con su partida se desató una horrible confesión guardada bajo llave en aquella habitación que Ayşe siempre odió.

   Ahora ella se cuestionaba, entre llanto y angustia, cómo le explicaría a su sobrino que su agonía y soledad fue ocasionada por una persona que cargaba su misma sangre.

   Con los días pasando velozmente y el destino pisándole los talones, Ayşe se encontraba entre la espada y la pared. O por lo menos así se sentía. Por un lado, el accidente de Mustafa había postergado la conversación, y el hecho que Nisan y Mert coincidieran en un evento casual, le dejó en claro que no había secreto sin un día final.

—¿Viste por qué no puedo ocultar esta verdad? —comentó Ayşe, mientras ponía medicamento sobre las heridas de Mustafa—. Tu hermana se encontró con Mert inesperadamente, y no me digas que fue una casualidad.

—No iba a decir eso—reprochó, mientras hacía unas muecas de dolor—. Es raro lo que pasó.

—No es raro, hijo—cerró la botella—. Las mentiras, tarde o temprano, salen a la luz.

—¿Cuándo piensas decirle?

—Ya lo decidí; iré hoy—suspiró—. El problema es que no sé si pueda hacerlo.

—¿Nisan sabe que irás hoy?

—Sí, se lo dije ayer—acarició el brazo de su hijo—. No quiero meterlos en este problema, así que espero que Mert no los odie después de esto.

—¿Por qué nos odiaría? —se acomodó en el sofá—. Tenemos la misma mala suerte. Compartimos el mismo abuelo, desgraciadamente.

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   Habían transcurrido tres días desde el viaje de Mert y Zeynep a la isla. Nisan no dejaba de hacer preguntas sobre el tema a su amiga cada vez que se encontraba con ella en la universidad, y eso que la había obligado a contarle todo por teléfono.

—Es que siento que su historia es tan romántica—repitió mientras llevaba su bandeja de comida a la mesa—. No es lo mismo contar la historia por teléfono que en persona. Seguro que olvidas contarme algún detalle.

—Te conté todo—se sentó frente a Nisan—, con lujo de detalles, ¡y dos veces!

—¿Y no se han visto más desde ese día?

—No—agarró una papa frita y se la metió a la boca—. No he ido más al barrio porque estamos terminando detalles teóricos. Ayer hablamos por teléfono, pero no lo sé...

—¿Qué no sabes? —abrió los ojos con sorpresa—. ¿Estás dudando? ¿O es que ya no te gusta?

—No, no es eso—se inclinó un poco hacia delante—. Amo las cosas que me dice y como me mira, pero sabes cómo soy..., me gusta sentir que la otra persona va en serio.

—¿Y sientes que él no va en serio? —observó con preocupación.

—¡No lo sé! —apoyó los codos sobre la mesa y se recostó sobre sus manos—. Durante el viaje le pregunté si estaba enamorado y me hizo sentir extraña. Me hizo entender que no estaba claro.

—¡Lo sabía! ¡No me habías contado todo!

    Zeynep la fulminó con la mirada. Sentía que Nisan estaba un poco rara aquel día, pues parecía más sensible y cada tanto se quedaba perdida en sus pensamientos.

—¿Y por qué no eres más directa?

—¿Más directa? —suspiró pesadamente—. ¿Qué más puedo hacer? ¿Tatuarme su nombre?

    Nisan rio sin muchos ánimos y luego permaneció en silencio unos segundos.

—Escucha—retomó sin dejar de comer—. Hay hombres lentos; y si Mert es de mi familia, entonces seguro lo es. Mustafa duró un año para darse cuenta que su mejor amiga gustaba de él.

—¿Y debo esperar un año? —abrió los ojos, espantada.

—¡No! —sorbió de su jugo—. Pregúntale directamente sobre sus intenciones: si va en serio, te lo dirá; y si lo ves confundido o te ignora, es mejor que lo tengas claro.

   La idea de que Mert no estuviera claro con sus sentimientos había causado que Zeynep sintiera un bajón emocional y un extraño vacío. Nisan tenía razón, pero no sabía si estaba lista para escuchar un «no estoy preparado» como respuesta, pues ya se había ilusionado mucho, amaba como Mert la miraba.




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