UN LUGAR SEGURO
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Ella lo miró con un destello de ternura por la manera en la que había pronunciado aquellas palabras. Pero la situación del muchacho le generaba lástima. Especialmente, porque siempre lo vio como una persona fuerte, y ahora, parecía un niño pequeño que necesitaba que lo abracen fuerte.
Lo guio hasta la habitación y, apenas vio la cama, se dejó caer sobre ella hundiendo su cara en la almohada de seda de Zeynep. Ella permaneció de pie con las manos en la cintura. No sabía si prepararle un café, o si ya no despertaría más hasta el siguiente día.
Intentó moverlo un poco, pero no hubo señal de conciencia, así que le quitó los zapatos y lo cubrió con el edredón. Fue a la cocina para comentarle a Onur lo que había sucedido y tranquilizarlo. El muchacho se encontraba en casa de Samira, y la mujer también estaba angustiada.
Se preparó un dulce café con leche para buscar un momento placentero en medio del desastre, y procesar todo lo que Mert estaba sintiendo en estos momentos. Entonces, recordó a Nisan, así que le dejó un mensaje.
Zeynep
Mert está muy triste, pero está bien.
¿Qué tal está tu madre?
Al no recibir ninguna respuesta en los próximos minutos, supuso que la chica podía estar dormida, así que silenció su celular.
—¿Dónde dormiré? —se preguntó en voz alta, mientras bebía lo último que quedaba de la taza—. Aquí está bien. Iré a buscar una almohada y una manta.
La casa de Zeynep era bastante moderna, espaciosa y amplia; pero no tenía miles de habitaciones, solo la suya, donde dormía. Las demás habitaciones eran espacios que ella había creado según sus necesidades: como una sala de cine, una oficina para estudiar, un depósito de cosas viejas, una biblioteca, etcétera.
El espacio era una herencia de su familia, y era lo único que Zeynep poseía a su nombre; además de su auto, que fue un regalo de su tía.
Su tía estaba bastante ausente, vivía en Dubái junto a su esposo y pocas veces volvía a Turquía, pero aunque estaba ausente físicamente, su dinero siempre estaba disponible para su sobrina.
Cada semana le depositaba una suma de dinero en su cuenta bancaria, también financiaba su universidad y la medicación de su hermana, la madre de Zeynep. Ella se lo agradecía de todo corazón, aunque a veces deseaba mucho poder compartir con alguien aquella casa que consideraba inmensa para ella.
Al entrar de nuevo a su habitación, observó que Mert había cambiado la posición de su cuerpo; ya no estaba tumbado boca abajo, ahora estaba de lado y abrazando a Umut, el peluche que ahora formaba parte de la decoración de la cama de Zeynep.
Ella sonrió inocentemente cuando lo vio, y no pudo evitar acercarse un poco, empujada por el deseo de estar cerca de él. Se recostó a su lado, apoyando su cabeza con la mano, y con la otra acarició la parte visible de su rostro.
Al cabo de cinco agradables minutos, recordó que venía a buscar una almohada y decidió dejarlo dormir tranquilo, pero cuando se levantaba de la cama, sintió como él jaló la parte de atrás de su blusa, obligándola a sentarse de nuevo.
—Quédate conmigo—murmuró, entreabriendo los ojos.
Ella volvió a acostarse, compartiendo aquel deseo de permanecer junto a él. Pero esta vez se quitó los zapatos y entró debajo del cálido edredón. Él suspiró con pesadez y sujetó su mano para asegurarse que no se fuera, pero sus ojos permanecían cerrados.
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El olor de las tostadas y el huevo frito despertó a Mert, forzándolo a abrir los ojos.
Al principio no recordó nada, se mantuvo desorientado un rato hasta que comenzó a hacer memoria, rememorando el día de ayer, y lo que lo llevó a estar en la cama de la muchacha abrazando el peluche que él mismo le había regalado.
Ella estaba en la cocina; las puntas de su cabello aun goteaban, mojando el espaldar de la holgada blusa que ocultaba su figura y gran parte del pantalón de algodón que calentaba sus piernas.
Después del baño de agua caliente que se había dado al despertar, yacía sumergida en sus pensamientos. Suspiró un par de veces mientras hervía el agua para el té, recordando que despertó en los brazos de Mert, y que estaban tan cerca el uno del otro que sus respiraciones se mezclaban entre sí.
Se encontraba más aturdida, pues si antes Mert le atraía, ahora sentía algo más profundo que eso.
Cuando se giró para llevar los platos al desayunador de la cocina, se encontró a Mert apoyado de la mesa con una cara de sueño, observándola fijamente. Pegó un grito ahogado que también asusto al chico, transformando sus gestos apacibles en una mueca de preocupación.