VELADAS QUE DESNUDAN EL ALMA
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Todos fueron cómplices en la preparación de esa agradable y esperada velada. Durante el día, Mert fue a la peluquería; se rebajó la barba y el cabello. Llevó la comida al yate, y salió tratando de ocultar sus nervios.
Mert
Estoy afuera.
Ella suspiró con nervios y soltó una sonrisa. Se miró por última vez en el espejo del corredor para asegurarse de que estuviera perfecta y, por alguna extraña razón, practicó cómo iba a saludar a Mert.
—¡Bah, que estúpida! —se retocó el labial—. Como si fuera la primera vez que salimos.
Cuando vio a Mert sentado sobre la motocicleta esperándola con aquella pinta, sonrió de inmediato. Se veía distinto y ella notó que había tratado de arreglarse.
—¿Te hice esperar mucho? —soltó cuando estuvo cerca.
—Toda la vida te estuve esperando—confesó deslumbrado con su belleza—. Tres minutos no son nada.
Se había sonrojado, pero manifestó una sonrisa abierta llena de placer. Él yacía deslumbrado con aquel rostro angelical; su cabello oscuro estaba trenzado en la parte de adelante y terminaba con un recogido elegante. Vestía un pantalón negro de cuerina y una chaqueta blanca con detalles plateados, pero no era la ropa lo que deslumbraba a Mert sino la belleza de cada facción de su rostro.
Sus labios fuertemente remarcados con un labial Vinotinto, y sus pestañas peinadas hacía arriba abrían su mirada, para dejarle a Mert una vista espectacular de aquel pigmento que tanto le encantaba.
—Eres hermosa. —confesó aun mirando hacia ella sin parpadear.
Sonrieron, pues sabían que los dos habían hecho lo mejor para cautivar al otro. Y lo habían logrado.
—¿Nos vamos ya? —inquirió ansiosa—. Me puse botas porque sabía que iríamos en motocicleta, pero hubiera dejado mi cabello suelto si hubiera recordado el casco.
—No hay excusas—le extendió el casco causando que ella suspirara, resignada.
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—¿Qué hacemos aquí? —inquirió al ver que Mert se detuvo en el muelle.
El capitán salió del yate, le guiñó el ojo a Mert y le dio la bienvenida a Zeynep. No obstante, ella seguía impresionada y anonadada, aunque con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Mert subió al yate, pero ella permaneció de pie, tímida, en la orilla.
—Deja que te ayude—le extendió la mano.
Le dio la mano con plena confianza, y se tambaleó un poco hasta encontrar el equilibrio. La guio hasta la mesa sin soltar su mano. Moría por ver su reacción y el brillo de la felicidad en sus ojos, así que no le quitó la vista mientras subían las escaleras hasta la terraza.
Apenas las luces amarillas se reflejaron en su mirada, proyectó una expresión de asombro bastante sincera. Sus ojos se humedecieron, como Mert imaginó que lo harían, y sus cejas se arquearon suavemente delatando su impresión.
Sus labios permanecieron entreabiertos pidiéndole a Mert una explicación.
—¿Te gusta? —sonrió placido y más tranquilo que nunca.
—Mert... esto es... hermoso.
Haló su mano invitándola a acercarse a la mesa. Tomaron asiento uno frente al otro, alrededor de la lluvia de luces amarillas que el chico decoró cuidadosamente.
Ella miró la mesa con fascinación, aun sin creer que Mert había hecho todo eso para impresionarla. Las comidas exquisitas de Samira, permanecían calientes sobre la mesa y la champaña fría junto a las copas hacía más romántica la velada.
—Mert... no sé qué decir—jugó con sus dedos entre lágrimas contenidas.
—Hoy seré yo quien hable.
El yate se movió lentamente a través del agua, dejando la orilla un poco lejos, pero aún visible. El viento comenzó a soplar sutilmente entre ellos. Qué felicidad tan plena sintieron sus almas, al encontrarse finalmente en una escena soñada desde el primer instante en que se habían visto. Desde el momento que sus corazones se ensancharon, pidiendo a gritos un abrazo, o alguna muestra de cariño.
—Hay miles de estrellas iluminando el cielo esta noche, pero no necesito ninguna de ellas—dijo Mert sujetando su mano—. Porque yo te tengo a ti.
—¿En serio me ves de ese modo? —preguntó, incrédula, en medio de la oscuridad del mar.
—Tardé mucho en decirlo, Zeynep—sonrió—. El día que me quedé en tu casa, el día que dormí sobre tu almohada, pensé en irme de Estambul.
—¿Irte? —inquirió, preocupada.
—Huir de mis problemas—corrigió mientras acariciaba sus finos y suaves dedos—. Y no pude imaginar una ciudad en la que tu olor no esté impregnado.
Ella estaba a punto de derramar lágrimas. No sabía qué decir ante esas hermosas palabras, pero estaba afligida con cada letra que Mert pronunciaba.
—Perdóname por no hacerte sentir segura en cuanto a mis sentimientos.