Raabta

Capítulo 30

UN RESPIRO LARGO

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    Seis llamadas sin contestar y varios mensajes sin confirmación de lectura ocasionaron que Mert se preocupara por Zeynep, pues ella no era de desaparecer sin avisar ni ignorar los mensajes por muy ocupada que estuviese.

      Cuando no podía atender, siempre informaba.

      No logró contenerse por más tiempo y decidió hablar con Nisan.

—Hola—replicó una voz ronca al otro lado del celular.

—Nisan—dijo mientras se movía de un lado a otro, mientras peinaba su cabello hacia atrás—. Disculpa la hora, quería saber si has hablado con Zeynep hoy. Estoy preocupado por ella.

—Ella está bien—apaciguó al chico—. Estuvo en mi casa, se fue hace diez minutos.

—Ah, vale—suspiró aliviado y se sentó en la cama—. ¿Está todo bien? Es que no me contesta.

—¿Podemos vernos mañana y hablar? —contuvo sus lágrimas—. Zeynep necesita tiempo, Mert.

—¿Tiempo? —frunció su entrecejo—. ¿Hice algo malo?

—No, Mert—tapo la bocina y tomó un respiro—. Mañana te contaré todo.

—¿Es por lo de pedirle matrimonio?

—¿Matrimonio? —inquirió con sorpresa—. ¿De qué hablas?

—No, nada. Olvídalo—replicó al ver que no sabía del tema.

    Nisan sabía la verdad. 

  Zeynep estuvo horas llorando su hombro, después de contarle las confesiones que su padre le había hecho. 

  Pero no podía decirle algo así por teléfono, así que lo citó al muelle a las ocho para explicarle todo. Y Mert accedió invadido por la curiosidad. 

    Al colgar, él abrió la gaveta de su mesita de noche. Junto a la fotografía de sus padres, había una pequeña caja forrada de un terciopelo azul rey. La tomó entre la yema de sus dedos y la abrió. Un hermoso anillo reluciente con una sutil piedra en el centro descansaba en la almohadilla.

—¿Será que voy muy rápido? —suspiró desanimado, y cerró la caja.

     Mert había invertido todo su día buscando el anillo ideal para Zeynep.

     Finalmente, con gran parte de sus ahorros, optó por un delicado anillo con una pequeña piedra de Sultanita.

   No obstante, ahora se sentía extraño e inseguro. No entendía la razón de sus comportamientos, ni por qué lo había estado evitando durante todo el día. Pensó en ir a su casa, pero miró la hora y luego pensó en las palabras de Nisan. Quizá tenía razón. Pensó que tal vez la estaba atosigando.

    Se acostó sobre la cama y miró su fondo de pantalla con una sonrisa, pues Mert había puesto la primera foto que se tomaron juntos como fondo de bloqueo.

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    Nisan vestía completamente de negro. Miraba el mar con enojo, tal y como si estuviera reprochándole algo dentro de sus pensamientos. En sus manos llevaba el sobre que el abogado les había dado; y esperaba, entristecida, a Mert.

   El chico no tardó en llegar. Miró a Nisan con preocupación, pues tenía ojeras grises bajo su angustiada mirada que indicaban que no había descansado bien.

—¿Cómo estás? —saludó con nervios—. ¿Estás bien?

—No importa cómo estoy ahora, Mert—replicó—. Hay algo importante que debes saber.

—¿Es sobre Zeynep? —rascó su barba—. No me ha devuelto ninguna llamada, no entiendo. ¿Está molesta conmigo?

—No, Mert—cerró los ojos—. Ella te ama más que a nada en este mundo.

—Lo sé—reafirmó convencido—, pero ella no es de hacer estas cosas.

—Mert, ayer... nos enteramos de algo...

    La chica no sabía ni por dónde comenzar. Terminó extendiéndole el sobre, con una expresión de desmotivación. Él lo sujetó y pronto, invadido por el desespero, comenzó a abrirlo.

—Ese hombre era muy cercano a nuestro abuelo. Fue el principal implicado en el accidente de tus padres. El cortó los frenos del auto de tu padre. 

   Mert miraba con atención la imagen del hombre. La muerte de sus padres tenía un rostro ahora y era ese sujeto. Sintió rabia, ahogo y desesperación. Nisan notó como perdió la calma cuando apretó los puños arrugando la hoja. 

   Sin embargo, pareció más importante saber que tenía que ver ese asunto con Zeynep.

—Está en la cárcel—siguió entre suspiros—. Lleva años allí. Hizo todo lo que mi abuelo le pidió. El abogado dijo que esperaba una recompensa, pero mi abuelo quiso deshacerse de él, y aprovechó. 

    Mert miraba a su prima con atención, aunque desentendido. Solo podía pensar en Zeynep, y nada parecía importante ahora.

—¿Y Zeynep qué tiene que ver con todo esto?

—Mert, ese hombre—tembló al señalar la foto—, es el padre de Zeynep.

    En el miedo de perdernos a nosotros mismos, terminamos perdiendo a quienes nos aman. Y solo cuando nos toca afrontar nuestras heridas, descubrimos qué tan cobardes somos.




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