DÍAS VACIOS, ALMAS DISTANTES
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De la tristeza surgen los mejores versos y de ellos aprendemos a ver la vida. Hay días que nos marcan eternamente; como la cicatriz de una herida profunda, o la sonrisa de los seres que amamos.
Hay cosas que permanecieron atascadas en el corazón, al igual que las palabras que no se dijeron en voz alta, y las lágrimas que mojaron nuestras almohadas cada noche, hasta secar nuestro desamor.
Pidieron a Dios que el amor renaciera, día y noche durante, seis meses. Entonces, supo el destino que había herido a dos seres que se amaron con honestidad; y supo la vida que había amargado dos almas dispuestas entre tanta incapacidad.
Seis meses parecen una eternidad sabiendo que tu alma está lejos de tu cuerpo, que tu corazón solo funciona para mantenerte vivo y no para palpitar de emoción. Pero nada permanece igual después del dolor.
Mert se mudó de Umutla un mes después de perder la fe en que Zeynep volvería. No resistió quedarse en aquel vecindario, pues cada esquina conservaba su aroma y su risa. Por la noche, las farolas susurraban un «te amo» que lo hacía llorar hasta quedarse dormido. A veces, cuando abría el taller, se quedaba mirando hacia la puerta, con la esperanza de verla pasar, o que llegara con una sonrisa.
Como forma de encontrar la paz, terminó aceptando un proyecto compartido con Mustafa. Y Onur se unió a ellos como agente de ventas en el concesionario. El taller permaneció cerrado. Y ahora Mert vivía en un pequeño pero elegante apartamento cerca de su trabajo.
La vida se veía mejor, pero Mert sentía que nada era suficiente después de perder la parte real de su alma, aunque fingía delante de todos estar bien y haber superado a Zeynep, Samira sabía que no era así.
—Onur es muy bueno convenciendo a la gente—rio Mustafa al notar que el chico hacía reír a una pareja de ancianos, mientras los convencía de llevarse aquel Mercedes.
—No sé qué sería de mi vida sin él—confesó con una sonrisa cálida, mientras deshacía la corbata de su traje.
—¿Aún no te acostumbras a esto de los trajes?
—Puedo aguantar los trajes, pero jamás me acostumbraré a las corbatas—la metió dentro de su bolsillo.
Onur se dirigió a ellos, sonriente. Lucía elegante; sus cabellos negros estaban muy bien peinados y ahora se dejaba la barba. Él sí parecía feliz con su nueva imagen y su nueva vida. No tenía problemas ni con el traje ni con las corbatas.
—¡Vendida! —gritó golpeando el brazo de Mert amistosamente.
—¡Eres bueno! —elogió Mustafa—. Deberías enseñarme.
—Cuando tenga tiempo—bromeó mientras metía sus manos en los bolsillos.
—Iré a recoger a Khan después de la escuela—avisó Mert.
Después de todo lo sucedido, Khan era lo único que le daba esperanzas a Mert. Aquel niño alegre que amaba como nada, era su respiro cuando podía verlo. Pasaban tardes juntos durante la semana y, ahora que el dinero no era ningún problema, Mert siempre le daba regalos; ropa, o cualquier cosa que el niño deseara. Incluso, habían cumplido aquel sueño de montar una lujosa camioneta juntos.
—Hoy la maestra me regañó—comentó Khan poniéndose el cinturón de seguridad.
—¿Por qué?
—Porque le dije vieja loca—admitió orgulloso. Y Mert soltó una carcajada.
—No creo que eso le guste a tu mamá.
—¿Por qué no estás usando un traje? —cambió la conversación, intentando ignorar que su madre lo regañaría.
—Me cambié para estar cómodo—dijo sin dejar de ver al frente—. ¿Hamburguesas o Dolmas?
—¡Hamburguesas! —soltó después de pensarlo unos segundos.
La tarde fue amena y divertida; pero cuando acabaron de almorzar y salían del restaurante, una llamada de Onur cambió las cosas.
—Mert—habló con una voz ahogada—. ¿Dónde estás?
—Con Khan—le hizo una seña al niño para que entrara al auto—. ¿Qué pasa?
—Mamá Samira—lloró—. Está en el hospital.
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En el corredor del frío hospital, estaba Onur sentado con Nisan, en las sillas de espera. Aguardaban que alguna enfermera saliera con buenas noticias. Mert llegó unos cuarenta y cinco minutos después, pues tuvo que dejar a Khan en su casa primero.
—¿Cómo está? —se agachó al frente de Onur.
—No sabemos—derramó unas lágrimas y Nisan recostó la cabeza en su hombro—. Tuvo un infarto.
—Estará bien—afirmó Mert tembloroso—. Ya lo verás—abrazó a Onur.
Unos segundos después una enfermera salió. Todos se levantaron e inmediatamente la acorralaron, esperando respuestas.
—Sobrevivió. Pero aún no está estable, vigilaremos su condición.
—¿Estará bien?
—Es una mujer mayor, pero nada es imposible.
La enfermera se alejó y Onur y Mert se abrazaron entre lágrimas. Verla en aquel estado, postrada sobre una camilla, les dolía. Incluso Nisan, quien no la veía tanto, se encariñó con ella.