UN ÁNGEL
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Ella entró junto a Nisan y, justo cuando la puerta se abrió, la anciana las recibió cálidamente esbozando una honesta y amable sonrisa. Zeynep la abrazó con fuerza y derramó sus primeras lágrimas. Le pidió perdón por alejarse sin despedirse. La mujer sonrió, acariciando su mejilla para tranquilizar su agonizante llanto.
—Nisan—le hizo una seña a la muchacha que ella entendió.
Segundos después, Mert se asomó por la puerta. Zeynep no logró evadir su rostro y, sin darse cuenta, ya estaba detallando cada facción y movimiento de aquel rostro que miraba en fotos para consolarse.
—Acércate—suplicó Samira al ver que se quedó en la puerta.
Hizo caso, pero sin saber cómo reaccionar. Por una parte, no podía decirle que no a la mujer que se encontraba en aquel estado; y otra parte pedía a gritos alejarse.
—¿Cómo están? —preguntó la mujer cuando quedaron uno al frente del otro, muy cerca de su camilla.
—Bien, gracias a Dios—soltó Zeynep tratando de ocultar un mar de emociones.
—No pregunté cómo estabas tú—visualizó con su mirada a los dos—. Pregunté cómo estaban ambos.
El ambiente se tornó incómodo, especialmente después de que Mert sonriera burlón y chistara por lo bajo. Zeynep suspiró, conteniendo sus lágrimas. Se había llenado de valor para regresar, y durante sus cinco horas de vuelo, se preparó mentalmente para alguna escena así.
No obstante, la realidad siempre es más dura que una imaginación.
—¿Usted cómo está? —desvió la conversación—. ¿Le duele algo?
—El corazón.
Zeynep se preparaba para preguntar si deseaba que llamase a la enfermera, pero la mujer levantó su dedo en señal de que no había concluido su argumento.
—Tengo seis meses con una incomodidad en el pecho—tosió y Mert tapó su cara con agobio sabiendo por dónde iba la conversación—... preguntándome cuando van a entender que cometen un error.
Zeynep miró a la anciana resistiéndose a llorar.
Mert no parecía querer escuchar.
—Pero yo no tengo toda la vida y, al parecer, ustedes no desean entender—reprochó con decepción—. ¿Por qué nunca aprenden nada? ¿Hasta cuándo huirán?
—Mamá Samira...—suplicó Zeynep, pero fue interrumpida bruscamente por un Mert resentido.
—Ya no existe un nosotros, y no fui yo quien huyó.
—¿Y vivirán toda una vida engañándose? —inquirió entre lágrimas—. ¿Dónde quedó el amor que un día se prometieron?
—El amor se acaba cuando uno de los dos abandona al otro—culminó Mert, girándose para abandonar la habitación.
Zeynep limpió sus lágrimas antes de que cayeran sobre sus mejillas. No recordaba lo ahogada que se sentía cuando Mert se comportaba tan gélido con ella.
—He estado enferma durante mucho tiempo— soltó Samira, causando que Mert se detuviera—. No me queda mucho.
—No diga eso—pidió Zeynep, tomando la mano de la mujer.
—Soy vieja... y más sabia que ustedes—apretó la mano de Zeynep—. Un día, cuando lleven esta piel arrugada, me recordarán. Dirán: «la vida no vale tanto sufrimiento».
Mert observó a la mujer y, por primera vez en seis meses, las pupilas de Zeynep. La detalló con absoluta rapidez; sus ondas brillantes lucían igual de espectaculares. La blusa de mangas cortas delataba su piel erizada, y sus perfectos ojos mantenían la misma transparencia de siempre. Pero pronto desvió la vista.
—El destino escribe los caminos, pero el amor es quien decide cuál tomar—tosió—. Mert, hijo. Ven a mi lado.
Se acercó nervioso. Permaneció en el lado opuesto de donde se encontraba Zeynep. De reojo observó que jugaba con sus dedos.
—En el armario de mi habitación hay una caja de madera—respiró jadeante—. En ella guardo las cosas más apreciadas que poseo. Allí llevo el retrato de mi familia, mi anillo de bodas y los juguetes de mi hija.
—¿Por qué... nos dice esto? —preguntó Zeynep entre sollozos.
—Porque allí conservo un regalo para ustedes—confesó y ellos volvieron a intercambiar miradas fugaces—. Hay un manuscrito y una copia del mismo—tosió repetidas veces.
Mert pronto le entregó un vaso con agua. La mujer bebió.
—Quiero que lo busquen... y lo lean—ordenó con pocas fuerzas—. Allí yacen mis esperanzas en que entiendan el valor de los momentos.
—¿Un... manuscrito de qué? —inquirió Zeynep confundida.
—Una historia basada en hechos reales.
Sujetó las manos de ambos, juntándolas encima de su pecho. La mano de Mert tapaba la de Zeynep; y Samira sintió perfectamente sus frías pieles estremecidas después de que el orgullo les quitara el privilegio de tocarse.
—No pude terminarla, me negué a escribir aquel final—lamentó entre lágrimas—. Ustedes serán quienes decidan el final. Entonces, Zeynep, quizás ese libro se convierta en tu historia favorita—sonrió.