Raíces de Hierro

Capítulo veintidos

Capítulo veintidós
Antes de una tormenta

La mañana llegó con un sol frío, teñido de un brillo metálico que no lograba calentar el mármol del gran salón, Callisto permanecía de pie junto a la ventana, observando los jardines de Occidia despertar bajo la neblina.

El recuerdo de la noche anterior la perseguía como un eco que no podía borrar, el roce de su piel contra la de Ragnar. El sonido de su voz cuando le dijo “Entonces que el destino arda.”

Apretó los dedos sobre el alféizar hasta que los nudillos se le pusieron blancos, no podía pensar en eso, no debía. Él era su esposo, sí… pero también era un rey forjado en sombras, un hombre temido por su propio pueblo, y —según los susurros— la causa de su propio linaje caído.

El sonido de pasos interrumpió sus pensamientos, Ragnar entró sin anunciarse, la capa de terciopelo negro ondeando tras él, el fuego del brasero reflejaba en sus ojos grises una determinación fría.

—El consejo espera —dijo, sin rodeos.

—Lo sé —respondió Callisto, sin girarse—. Están impacientes por saber si la “reina extranjera” se atreverá a hablar.

Él se detuvo a unos pasos detrás de ella, el aire entre ambos estaba cargado, denso, como si cada palabra pesara más de lo que debía.

—Deberás hacerlo —murmuró Ragnar—. Esta vez, no puedo protegerte con silencio.

Callisto giró lentamente hacia él, sus ojos verdes lo atravesaron con una mezcla de fuego y desafío.

—No necesito que me protejas, lo que necesito es que me escuches.

Por un instante, algo se quebró en su mirada, el rey dio un paso hacia ella, como impulsado por una fuerza que no podía contener. Pero se detuvo a medio camino, recordando dónde estaban. Solo dijo, más bajo: —Entonces hablemos juntos.

━✧♛✧━

El consejo se reunió en el salón, bajo los ventanales altos que dejaban entrar una luz pálida, los doce asientos estaban ocupados: ministros, estrategas, y viejos señores que habían visto morir a más de un rey. En el centro, el trono doble, aún nuevo, aún ajeno.

Ragnar se sentó primero, su figura oscura dominando el lugar. Callisto lo hizo a su lado, con un vestido verde esmeralda adornado con hilos de plata.

La tela caía como un río de bosque, y en su cuello brillaba un colgante con el símbolo de Gaia, la combinación no pasó desapercibida para nadie.

Lord Alaric, el mismo que había sembrado rumores desde el principio, se levantó para hablar.

—Majestad —dijo, inclinándose apenas—. Nos preocupa la inestabilidad de las tierras del sur. Los clanes desconfían del tratado… y, si me permite hablar con franqueza, también de la reina.

Ragnar lo observó con un silencio que era más peligroso que cualquier grito.

—Habla —dijo finalmente—. Aquí no hay palabras prohibidas.

Alaric sonrió con un gesto medido.

—Dicen que la reina guarda secretos —continuó—. Que sus sueños traen mal presagio, que el eclipse de su boda fue señal de una unión no bendecida por los dioses antiguos.

Un murmullo recorrió la sala, Callisto no bajó la mirada, en cambio, se puso de pie, el sonido de su voz clara cortando el aire.

—Si los dioses no bendicen la paz, entonces bendicen la guerra —dijo—. Pero yo no soy un presagio. Soy la consecuencia, he vivido la tierra, he sentido sus raíces. Y si el eclipse fue oscuro porque el mundo temió ver lo que nace de la unión de dos fuerzas opuestas.

El silencio que siguió fue tan profundo que se oía el crepitar del fuego, Ragnar la miraba con un orgullo silencioso.

—Occidia no teme a la oscuridad —añadió Ragnar, poniéndose de pie a su lado—. La ha abrazado desde que nació y si los clanes buscan señales, que miren este trono: forjado con hierro y raíz. No hay maldición aquí, solo un nuevo comienzo.

Lord Alaric bajó la mirada, derrotado por la autoridad en su voz, pero los ojos de otros consejeros se cruzaron en silencio, tramando nuevas semillas de discordia.

Horas más tarde, cuando el consejo se disolvió, Callisto se quedó sola en la galería de los espejos, Ragnar se acercó detrás de ella, sin decir palabra.

Su reflejo los mostraba juntos, uno al lado del otro, como si el destino los hubiera tallado en un mismo fragmento de vidrio.

—Has hecho callar a todos —dijo él.

—Solo por hoy —respondió ella, con una sonrisa cansada—. Mañana volverán a murmurar.

Ragnar se inclinó ligeramente hacia ella, tan cerca que el reflejo parecía confundirlos.

—Entonces que hablen —susurró—. Si no pueden destruirnos, que se consuman en sus palabras.

Ella lo miró de reojo, sintiendo el peso de su mirada recorrerle la piel, por un instante, el mundo volvió a reducirse a eso: al reflejo de dos almas opuestas que empezaban a arder juntas.

La noche había caído como un manto de ceniza sobre Occidia, desde las torres más altas se veían los relámpagos a lo lejos, retorciéndose detrás de las montañas como si el cielo ardiera por dentro.

Callisto caminaba sola por el corredor principal, sosteniendo el borde de su capa, mientras el eco de los truenos se mezclaba con el sonido de sus pasos.

No podía dormir, desde el jardín, el recuerdo del casi-beso la perseguía. Cada vez que cerraba los ojos, sentía otra vez la cercanía de Ragnar, su voz baja, su mirada azul grisácea que parecía leerle el alma, había pasado tanto tiempo conteniéndose que temía que un solo gesto la rompiera por completo.

Llegó frente a las puertas de la biblioteca, buscando refugio, pero una voz detrás la detuvo.

—Tampoco puedes dormir.

Era Ragnar, apoyado contra la pared, sin armadura, solo con una camisa negra suelta, desabrochada en el cuello, el cabello oscuro le caía sobre la frente, húmedo por la lluvia que comenzaba a azotar los ventanales.

—El castillo entero parece un cuerpo enfermo esta noche —murmuró ella, girándose hacia él.

—No es el castillo —dijo Ragnar con suavidad—. Somos nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.