Raíces de Hierro

Capítulo veintitrés

Capítulo veintitrés
Emblema

La lluvia había cesado al amanecer, pero el castillo seguía oliendo a tierra mojada, los ventanales del ala norte reflejaban el gris del cielo y las torres parecían flotar entre la neblina. Occidia dormía un respiro antes del caos, sin saberlo.

Callisto se despertó antes que él, Ragnar aún dormía, con una mano sobre el pecho y el ceño levemente fruncido, como si incluso en los sueños cargara con el peso del reino, durante un momento, ella se permitió observarlo.

Sin la corona, sin la armadura, sin la dureza de las palabras… solo un hombre, uno que parecía tan perdido como ella.

No recordaba en qué momento se había quedado dormida la noche anterior, recordaba el fuego crepitando, la conversación que los había llevado del odio a la confesión, y el instante en que sus dedos se habían entrelazado sin pensar. Ragnar había hablado poco, pero su silencio lo había dicho todo, cuando ella empezó a cerrar los ojos, él la había cubierto con su capa, como si temiera que el frío la reclamara.

Se levantó despacio, intentando no hacer ruido, el suelo estaba helado bajo sus pies descalzos, pero el aire del lugar tenía algo distinto: una paz que no había sentido desde que llegó a Occidia. Tomó una copa de cristal de la mesa y la llenó con agua del cántaro, bebió, mirando el amanecer teñir el horizonte de tonos ámbar.

—No creí que me dejarías dormir —dijo él, con voz ronca, rompiendo el silencio.

Ella giró, sorprendida de verlo despierto, Ragnar se incorporó lentamente, con el cabello oscuro cayéndole sobre la frente.

—Pensé que ibas a huir antes de que el día me recordara que todo fue un sueño.

Callisto lo miró con una mezcla de ironía y ternura.

—Si fuera un sueño, no haría tanto frío —respondió, dejando la copa—. Y tú no hablarías tanto.

Él sonrió apenas.

—Tienes razón. En mis sueños, tú no me contradices.

Ella arqueó una ceja.

—Entonces sueñas con otra mujer, porque yo no dejaré de hacerlo.

Hubo un silencio breve, cargado de algo que ninguno quiso romper, luego, Ragnar se levantó y se acercó hasta quedar frente a ella.

—¿Sabes? —dijo—, pensé que la calma nunca volvería a este castillo. Y, sin embargo, aquí estás.

Callisto lo miró, el reflejo de la luz del amanecer le daba a sus ojos un tono casi dorado.

—No soy la calma, Ragnar. Soy la tormenta que todavía no entiendes.

Él extendió la mano, rozando un mechón de su cabello.

—Lo sé —susurró—. Y aun así no quiero alejarme.

Por un instante, ninguno habló, solo el sonido del viento filtrándose por las ventanas llenó la habitación. Y entonces, sin aviso, Ragnar inclinó la cabeza y la besó, fue lento, silencioso, una promesa que no necesitaba palabras.

Callisto lo sostuvo entre sus manos, y por primera vez, no pensó en reinos, ni en deberes, ni en profecías. Solo en él.

Cuando se separaron, Ragnar apoyó la frente en la de ella.

—No sé si esto es el principio o el fin —murmuró.

—No importa —respondió Callisto—. Por ahora, solo respira.

Y lo hicieron, respiraron el mismo aire, el mismo silencio, la calma antes de que todo volviera a arder.

━✧♛✧━

La lluvia cayó sin aviso, golpeando las torres como si el cielo quisiera borrar todo lo que había sucedido ese día.

Los corredores de Occidia se llenaron de ecos —sirvientes corriendo, guardias cerrando postigos, el sonido del agua golpeando las vidrieras.

Callisto se detuvo frente a una ventana, mirando el reflejo difuso de su rostro, un golpe suave en la puerta la hizo girar, no necesitó preguntar quién era, esa presencia, firme y silenciosa, ya le resultaba familiar como su propio aliento.

Ragnar estaba allí, empapado, con el cabello pegado al rostro y la mirada más intensa que nunca, no dijo nada.

Solo la observó un segundo… y en ese segundo, Callisto entendió que tampoco él podía dormir.

—No deberías venir aquí —dijo ella, apenas un susurro.

—No podía quedarme en mi habitación —respondió él—. No después de lo de hoy.

Hubo un silencio, roto apenas por el murmullo de la lluvia. Ragnar dio un paso dentro—se había pasado todo el día pensando en ella, no se iba a ir a ningún lado—; el fuego de la chimenea lo envolvió en una luz ámbar.

Ella lo siguió con la mirada, sabiendo que si le pedía que se marchara, no lo haría y, aunque podía hacerlo, no quiso.

—Están hablando de nosotros otra vez —continuó Ragnar, con una sonrisa amarga—.Dicen que la reina hechizó al rey, que lo tiene preso entre sus sueños.

Callisto frunció los labios.

—¿Y tú lo crees?

—Si eso fuera cierto —contestó él, acercándose—, desearía no despertar nunca.

Ella lo miró con una mezcla de desconcierto y ternura, no supo cuándo empezó a sentir compasión por él… tal vez cuando vio la soledad que llevaba como una segunda piel. Tal vez esa compasión era ya otra cosa.

Ragnar se quitó el manto, lo dejó sobre una silla y se acercó al fuego, el silencio entre ambos era tan espeso que podía cortarse. Ella, sin pensarlo, se aproximó también.

—Estás temblando —dijo ella.

—No por el frío —murmuró él.

Sus miradas se encontraron, por un instante, el mundo se redujo al espacio entre sus manos. Ragnar levantó una de ellas, dudando, y con los dedos rozó el mechón húmedo que caía sobre la mejilla de Callisto.

Ella no se apartó, el contacto fue leve, pero suficiente para encender algo que ninguno quiso nombrar.

—A veces sueño que te pierdo —confesó él en voz baja—. Que te busco entre ruinas, y que todo lo que toco se vuelve ceniza.

Callisto lo miró, sorprendida.

—¿Y qué haces entonces?

—Sigo buscando —respondió Ragnar—. Aunque sé que no vas a estar.

Ella no supo qué decir, solo extendió la mano y sus dedos se entrelazaron, y esa simple unión fue más íntima que cualquier beso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.