Raíces De Zafiro

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Las manos consumieron al volante circular. Sus dedos le podían dar casi dos vueltas al poco diámetro que tenía de circunferencia; los pulgares deseaban con exquisita desesperación aplastar la goma junto con el metal de este.

Se intentó relajar contando la cantidad de diminutos faros que conformaban el foco rojo del semáforo frente a él. Su rostro alumbrado por esa frenética luz, le hacía temblar de inquietud e incertidumbre.

Era ridículo retenerlo aún más. Estuvo por horas recolectando valentía para poder girar la perilla de su departamento, al mismo tiempo que era atormentado por una roñosa corazonada representada como una punzada en el abdomen.

El tiempo le había favorecido en todo el trayecto. Un pestañeo lo metió en un bucle que apresuraba a las manecillas del reloj, y ahora, la rudeza del semáforo no solo lo sacó de este ciclo finito, sino que ahora lo sumergió en otro totalmente distinto: donde los minutos dejaron de transcurrir y la incertidumbre lo acosaba.

Tenía nueve razones para girar el volante en dirección contraria, y entre cada intento fallido de encontrar la número diez, era engañado por su subconsciente dando con miles de motivos de sobra para asistir a su inhóspito destino.

Estúpidamente esperaba a la mitad de una calle ennegrecida por la desprestigiada noche solitaria, siendo teñida de sombras incrustadas en las paredes rayadas con insultos nada decorativos.

Randall, indignado, realizaba un movimiento repetitivo de cabalgamiento con su pierna en signo de desesperación.

A la una de la mañana, ni un alma puritana se atrevía a levantar de su limbo y darse la dignidad de cruzar el apenas visible paso peatonal. Pensó comiéndose las uñas de sus pulgares que abrazaban al volante.

El policía que lo asechaba desde la patrulla en el otro lado de la avenida,  le iba a multar por tratar de matar algo que era intangible , más bien algo que para Randall no existía, ni en su sueño más lúcido creía en el fantasioso más allá.

Un cambio de tonalidad a verde le destapó de inmediato el pensamiento.

—Por fin, solo quedan dos cuadras. —Se dijo a si mismo arrancando el auto e intentando marcar su mirada resentida en el individuo quien disfrutaba de una bebida cargada de cafeína.

El volante no debía cambiar de dirección para seguir fielmente la amplia calle. Recorrió dos cuadras, dio un giro doblando en una esquina y fue a menos de cinco kilómetros por hora. Se concentró en darle prioridad a sus globos oculares para interceptar a las lúgubres esquinas con una obvia mirada carente de seguridad.

La cruda sensación que desprendieron estos lares, le alteraron los folículos pilosos tanto que se ahorcaban unos contra otros, simulando un escozor semejante a la roña canina.

Entre tantas, se quedaba perplejo ante las imponentes presencias que pasmaban sus sentidos; había demasiado surtido de donde escoger.

Unas sujetaban entre sus dedos manchados de pecado un inofensivo cigarrillo emanado el típico humo blanco fumigador desde sus narinas, mezclándose sutilmente con sus fugaces delineados de gato.

Otras, platicaban plácidamente entre carcajadas recargando sus cuerpos en un viejo poste de luz, simulando una charla típica de unas señoras que saboreaban su té en los portones frente a la catedral. Un parloteo que se vio interrumpido por el curioso intruso.

Las minifaldas no le iban, así de conciso era, revelaban más cosas que de lo que buscaba; mucho maquillaje podría manchar el auto, además que le distraía tanta cosa en el rostro, y por último, las uñas: armas decorativas. Aunque realmente lo que quería prevenir era un desgarro en la vieja tela de los asientos.

Entre más se adentraba, inconscientemente, se le iban encogiendo sus diminutos hombros, casi pegándolos con sus pálidas orejas. Un instinto primitivo de supervivencia parecido al de un perro ocultando su cola entre las patas, lo atrapó intentado recuperar su nula seguridad utilizando al volante como un escondite.

El atrevimiento de mirarlas por más de cinco segundos le hacía activar un sentimiento repulsivamente morboso.

Veía de reojo como unas se dieron vueltas como trompo mostrando sus voluptuosos cuerpos a la mitad de una calle opaca, acompañadas por una luz pública parpadeante, y cubiertas con unos vestidos que dejaron ver casi cada centímetro de sus exóticas pieles.

Su cerebro prefirió no usar lo único que le hacía soñar.

Ignoró todas las señales de aquellas callejeras posadas en el poste, eran el perfecto ejemplo de lo que no toleraba.

Del otro lado de la banqueta, unas movían su cabello plagado de extensiones coloridas como lo haría un clásico pavorreal con su iridiscente cola.

Sin previo aviso, unos piquetes en las ventanas traseras fusionaron su mente distraída entre tanto circo. Sus ojos se perdieron entre la penumbra que ahogaba el interior del auto. Cada globo ocular prefirió ir a su rumbo nublando todo a su paso. En un intento de recobrar el equilibrio ocular, uno de ellos logró enfocar directo al espejo retrovisor; una cara con labios rojo manzana lo asechaba apoyando sus uñas en la ventana, con un meneo de dedos en abanico picoteando el vidrio con las puntas.

La salvaje lujuria que emanaron esos delicados movimientos, le hicieron contraer al instante todos los músculos, inclusive hasta el de los intestinos, generando un dolor profundo de tipo cólico dentro de su abdomen. Y como toque final: una mancha de sudor apareció debajo de la axila dibujada en su camisa de cuadros.

Remordió de culpa a su conciencia al recordar la presencia de un collar adornado con un crucifico, regalado por su padre, que colgaba en la base del retrovisor.

Él le niega una posibilidad de trabajo moviendo sutilmente la cabeza de un lado a otro. La desconocida se fue sin renegar.

El otro desequilibrado globo ocular por fin captaba algo, y por inercia frunció precipitadamente el ceño. Una de cabello lacio rojo le arrebataba la concentración; parada en plena esquina recargada en un poste portando un gran bolso beige, colocó sus manos repletas de múltiples tatuajes en su pronunciado escote dorado invadido de piedras refringentes verdes, y en un instante, se descubrió la parte superior de su torso revelando su poco pudor y presumiendo la gran inversión al cirujano plástico.




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