Raíces De Zafiro

**

INTO THE CHURCH

 

Recorría el asfalto a baja velocidad esperando que alguien le diera el lugar para estacionar su auto. Solo veía como múltiples familias descendían de sus autos con sueños y esperanzas al  presenciar, con su mirar, a el gigante monumento frente a ellos.

La Catedral De Santo Domingo era una estructura tan descomunal que dejaba a el ardiente sol completamente ciego. Unas pirámides gigantescas de puntas muy finas picoteaban el cielo tan alejado para cualquier ser terrestre, siendo unidas a unos castillos con sinnúmero de adornos tallados en cantera; con una gran ventanal circular, puesto justo en la mitad de un castillo cuadrado más amplio, por donde pasaban unos discretos rayos del sol, que topaban con el suelo de la gigante explanada que daba la bienvenida a cualquier fiel en busca de la salvación.

Por fin, y para suerte de Randall, una señora había movido su carro con el objetivo de ir a un lugar más cercano a la imponente entrada de bordes de cantera rosa, y así, facilitar el trayecto a su hija en silla de ruedas quien portaba en la cabeza en un pañuelo azul con una imagen de la Virgen Del Tepeyac, junto a una frase en dorado que proclamaba: "Se lo ofrezco a tu hijo, solo ruego que se lo hagas saber Virgen Santísima".

Aparcó a un lado de un frondoso árbol. Se plasmó sobre la enorme plaza de mármol repleto de fieles apurados en llegar puntuales al rito, que en una gran proporción, eran niños menores de doce años.

Las últimas campanadas se hicieron escuchar libremente por la ciudad, retumbando en todas las direcciones. Un reflejo proveniente de la campana chapada en oro, colocada en la cima de las cúpulas grises y exageradamente prominentes, segaba a Randall como lo haría un faro de luz en el océano.

La estructura gótica exterior amenazaba con acoger un ambiente gélido en el interior del monumento, las gruesas paredes absorbían los rayos del astro naranja. Sin embargo era totalmente lo contrario. La cantidad de creyentes que sostenían una vela, vendida en la entrada por unas guares desesperadas por capturar a un creyente noble y así conseguir el alimento para sus crías, superaban más del noventa por ciento; y sumando el calor corporal, rechazaban la influencia gótica sobre la temperatura de la construcción.

Randall entró con escasa confianza, no le traía muy buenos recuerdos este sitio. Consideraba que siempre estaba lleno de repletos hipócritas en busca de saciar sus culpas a punta de rezos. Esos pañuelos impresos con esa frase tan suplicante portada por docenas de niños, quienes cargaban con una actitud y un semblante degollado por la tristeza, no ayudaban mucho. Sentía rabia y tristeza al pensar que muchos de ellos probablemente no habían tenido acceso a un tratamiento por la corrupción de Augusto.

La mayor parte de ellos se sentaron al pie del gran altar de cuarzo cubierto por una enorme sábana de seda con una cruz bordada en el centro.

Unas señoras en su climaterio tapadas con un rebozo blanco, iban por cada banca de madera de roble repartiendo sobres blancos adornados con la imagen de Santo Domingo abrazando una paloma blanca entre sus aparentes tersas manos. Randall recibió el suyo y de inmediato leyó una frase escrita con un tipo de fuente tosca y marcada: "Día de colecta para los niños con cáncer. Dios Padre te lo agradecerá y te lo regresará con múltiples regalos".

Además de los innumerables y costosos cuadros, pinturas, estatuas y vitrinales de múltiples colores que promovían la presencia de un Dios en esta edificación, una manta al fondo de todo estaba colgada desde una de las cinco cúpulas en forma de aviso, siendo adornada con un Jesucristo abrazando a varios críos mezclados con borregos puramente blancos, proclamando un mensaje muy persuasivo a la vista de Randall: "Misa de los niños con cáncer. Dios les ha dado las peores batallas a sus mejores guerreros".

Dieciocho ecos repetitivos resonaron desde la cima de la arquitectura junto a tres campanazos finales lentos y pausados, que sumergieron a sus pabellones auriculares en un cosquilleo traicionero y enérgico.

De pronto, la multitud sentada en las bancas de madera de roble, se levantaban de una del regazo de sus asientos y la mirada de todos los presentes se giraba junto a su cuello hacía la entrada del recinto, como si fijaran su atención en el escuálido quien trataba de pasar desapercibido.

Randall fue bien conocido por la gran mayoría de los fieles de este recinto en aquel entonces. Fue uno de los principales acólitos durante gran parte de su pubertad. Sin embargo por un percance no muy agradable para su franca moral y lo poco útil que le había resultado estar asustado por su forma de pensar, tuvo la necesidad de cortar el cordón con todo lo que tuviera una biblia de por medio. Después de eso jamás quiso regresar, desapareciendo de la vida de todo humano que rezara en este lugar.

Un olor seco, parecido a la menta, colonizaba a cada segmento de sus pulmones sin ningún tipo de impedimento. Una fumarola gigante atrapó a los seres, incluido al reportero, más cercanos a la entrada, quedando cegados por una neblina mareadora.

Dos pubertos vestidos con una túnica de una tela roja barata que los cubría desde el cuello hasta los tobillos a la vez que portaban una prenda blanca, que les llegaba hasta la altura del ombligo, con bordados muy propios de una anciana desterrada de sus propiedades y abandonada el asilo, caminaban hacia el altar con pasos rítmicos, saliendo de esa bomba de humo; cargando entre sus dedos unos barrotes forrados de un aluminio bien pulido, con una punta, como si fuera una lanza, donde reposaba una delgada vela que chorreaba cera, cayendo en una superficie plana pegada al palo metálico.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.