Raíces De Zafiro

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DESCUBIERTO

 

Abrió la puerta del auto para estirar su mano y quitar un periódico abandonado en el limpiaparabrisas que le obstruía la visión. Del coraje ni se había percatado de ello. Notó de inmediato el estilo y la estructura de este cumulo de hojas. No había duda, era una publicación de la arquidiócesis de la ciudad.

Le dio unas hojeadas. Quería despistar la mente, ignorar la repulsión y descansar un poco para diluir las ideas. Necesitaba otra manera de sacar esa información, la gente de ahí dentro estaba errada en negarle todo lo que tuviera relación con los niños con cáncer.

Solo le quedaban tres opciones: Entrar sin permiso y robarse la información, lo cual era poco viable teniendo en cuenta que todo estaba plagado de candados, cadenas y rejas que protegían al recinto de los cientos de delincuentes. Otra opción era sobornar a alguien pero ¿a quién?, Randall creía que todo ese dinero recaudado no solo se desviaba para las prostitutas, sino también para lo que se les diera la gana, por lo cual cabía la posibilidad que muchas de las personas dentro también podrían ser sobornadas. Pero el problema principal era que al final Augusto tenía a "Dios" de su lado, solo los espantaba con el infierno y ya los tenía de su escudo. 

La tercera opción podría dar resultados pero a un riesgo muy elevado. Pues consistía en seguir a Augusto, tomarle fotos y grabar su voz. Pero eso sería exponerse mucho, Randall no tenía cámara pero su amigo Farías si, sin embargo no quería embarrar a terceros y mucho menos a él, no porque fuera solo su mejor amigo sino que los sentimientos que aun persistían latentes lo quemarían.

Un bostezo por poco le trabó la mandíbula. Había olvidado que no durmió nada, ya era algo tarde y lo único sólido que pasó por su barriga fue una dona desabrida de la oficina del periódico.

Hojeó unas cuantas páginas más. Le llamaban mucho la atención las fotos de los pobres niños, no le daba buena espina que todavía que muchos de ellos no estaban recibiendo tratamiento, eran fotografiados y puestos en este papel para vender su imagen. Todo lo que daba lástima le funcionaba a la iglesia.

Seguía leyendo, no por entusiasmo ni porque el contenido fuera interesante o que le fuera aportar algo nuevo en su vida; lo hacía en automático. De niño leía todo lo que hubiera en casa, y lo que más encontraba eran estos periódicos que sus padres compraban fielmente cada domingo a pesar de que ni ellos los leían. No tenía de otra, su familia le prohibía los libros normales, los consideraban inapropiados por impedir el correcto desarrollo de un católico.

Esa sensación nostálgica que le trajo de un momento a otro lo calmaba como lo haría una ducha de agua helada. Se sentía catapultado en ese preciso momento cuando estaba sentado en la alfombra de la sala a las faldas de su difunta madre quien tejía unos calcetines, mientras que su hermana jugaba con su muñecas por un lado de su padre caído del sueño por las jornadas tan duras que llevaba al trabajar en el ferrocarril de la ciudad; afortunadamente para él, le valieron tanto su esfuerzo que lo premiaron con una merecida pensión, y ahora vivía en el pueblito donde creció, uno muy alejado de Randall.

Sus ojos se deslizaban como mantequilla al pasar por las columnas, de verdad que lo disfrutaba. De pronto detuvo la travesía de sus pupilas. Una frase le había atropellado la nostalgia: "Raulito, Juana, Luis y Ulises lamentablemente fallecieron a causa de una leucemia. Oremos por ellos y su familia".

Su sexto sentido de periodista se activó generando una inquietud increíble. Buscó entre más páginas, pero no había más notas de niños. Sin embargo otra frase culminó con activar a su cuerpo estático: "La palabra siempre estuvo oculta en los escritos, pero solo alguien sabio las supo interpretar y plasmar de una forma en que todos la pudiéramos entender como un solo pensamiento; ese alguien fue el apóstol Pablo".

—¡¿Cómo no pude darme cuenta de esto?! —Se dijo a sí mismo. Aventó el periódico a los asientos traseros e introdujo de prisa las llaves del auto arrancando a toda prisa. Ahora su destino eran las oficinas, más precisamente el almacén del edificio.

Estacionó el auto frente a la entrada con toda confianza, era algo tarde así que sus compañeros no tendrían por qué seguir aquí, además era un completo desconocido para los del turno vespertino.

Fue directo a ese dichoso almacén como dardo al centro del tablero. Le pidió las llaves a la señora que se encargaba del aseo, Silvia y esta accedió amable.

Randall no la pensó dos veces y se embaucó en los anaqueles repletos con docenas de cajas donde permanecían cada una de las copias de todos los periódicos que habían salido hasta la fecha. Tenía que evitar a los más nuevos, o sea los que tuvieran menos de seis años de ser publicados. Hace más de siete años, un grupo de reporteros le propusieron al director publicar cosas violentas y morbosas, este vio la posibilidad de crecer y aceptó pero se debería de dejar de publicar cosas religiosas, no querían dar una mala publicidad. Algo que por cierto afectó mucho a Randall, orillándolo a hablar con prostitutas.

Por suerte, cada caja tenía una etiqueta pegada con el año. Desempolvó algunas y se dispuso a investigar.

Randall recordaba que las notas de la arquiedosis siempre se las ganaban sus compañeros y el solo se quedaba con unas ambiguas entrevistas del sacerdote Augusto. Por ejemplo Farías siempre entrevistaba a las familias de los niños, y como poseía un carisma acogedor, la gente les soltaba la sopa con todo y hoya. Muchas veces Farías le contaba que se sentía impresionado con la cantidad de niños que sufrían el cáncer, y que la gente le insistía que publicara un anuncio donde colocaba el nombre de algunos niños muertos para que la gente pudiera apoyar directamente a los familiares. Un tiempo si lo estuvo haciendo pero de la nada el jefe le negó continuar. Ahora Randall entendió el porqué. Maldito Augusto.




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