Raíces De Zafiro

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Jennie

 

No exitía ventana por donde escapar ni lugar en donde esconderse. Lo habían agarrado con las manos en la masa, por una de las personas que menos quería ser descubierto.

Ahora, su amigo, estaba dispuesto en hacer lo que fuera para conocer cada detalle de su investigación. Lo conocía bien. Desde que iban juntos a la universidad, Farías hacía hasta lo imposible por investigar, antes de pedir el noviago, todo lo que tuviera relación con sus seres amadas. En los primeros años de la carrera, donde recien había conocido a Randall, siguió a una de sus compañeras, de las clases vespertinas de inglés, hasta su casa.

 Lo hizo en dos ocasiones: un día antes de declararle su amor y otro, después de hacerlo. Quería saber si el ritmo de sus pasos, la forma de obverbar su entorno y los movimientos de los delgados brazos de aquella chica cambiaban con la revelación de sus sentimientos románticos. Necestiaba saber si en realidad había un amor mutuo y de la misma intesidad. Él, por amor, hasta cambiaba sus hábitos por los de sus queridas, inclusive esos sentimientos se veían influidos en la forma de redactar las noticias. Farías era un ser que se entregaba de pies a cabeza, sin medias tintas ni inseguridades. El había nacido para amar. Por lo tanto quería estar bien seguro si ella era no solo la indicada, sino la perfecta media naranja.

La últma vez que siguió a esta chica hasta la puerta de su casa, se impresionó al saber que en la entrada de la morada se posaba un chico escualido recargado en el marco de madera: Randall. No sabía que Jennie era hermana de él, ni mucho menos que Randall, iba a ser su cuñado.

—Jennie es un tema aparte que no va con nada de esto— pronunció con una voz franca y una mirada apachurrada.

—Jennie fue, es y será el amor de mi vida y tu lo sabes— el cigarro que traía en mano se estaba acabando sin haber sido fumado. Farías tenía la cabeza invadida por recuerdos de aquella chica —. Cuando leí las notas de tu libreta no me fue imposible recordar su dulce rostro, pero también se me vinieron a la mente imágenes de su piel pálida, llena de piquetes en sus brazos por los cateteres que le ponían las enfermeras, su tierna mirada ojerosa, su calva lisa y su sonrisa, que muy a pesar del ciclón que vivió, seguía petrificada en su cara.

—No voy a caer a tus asocianes ridiculas. No te daré el lujo de usar a mi hermana como arma de manipulación— era más doloroso para Randall revelar lo que sabía. El amor puede hacer a la gente impulsiva y loca, y no deseaba que Farías cayera en eso.

—Después de presenciar la última carisia de Jennie, mi mente solo pensaba en esa mierda de enfermedad. Necesitaba respuestas a mis millones de peros. No podía creer que desde aquella noche donde nos conocimos de verdad le encontré esa maldita bola en su pezón izquierdo. Desde ese instante el tiempo se redujo a la nada— su mano pasó por uno de sus cachetes, embarrando una lágrima, y le dio otra fumada al cigarro—. Su cuerpo se caía a pedazos en cuestón de minutos  y solo era cuestión de tiempo que se derrumbase para caer dentro del ataúd. Imagiante Randall, ¡Y eso que el doctor nos dijo que el tumor estaba en una etapa temprana!

—Ya vamonos, es tarde, Silvia nos va a correr a escobazos— guardó la última caja.

—No seas sordo, escucha —sacó la libreta de notas de Randall de uno de los bolsillos de su chamarra—. Un día, después de ponerle un ramo de rosas a Jennie, me fui de rata a una biblioteca. Se me hizo el hábito que después de salir del periodico, me fuera a leer algunos libros de medicina, de hecho hasta me peleaba por ellos con algunos estudiantes. Y sí, efectivamente, el doctor estaba en lo cierto, ese tumor no era tanto problema.

—Entonces— dijo entrecortado, casi que deletreando cada letra.

—Ella no necesitaba sufrir por los vomitos y mareos constantes de las quimioterapias. Solo necesitaba una simple cirugía —carraspeó la garganta y fijó la mirada sobre Randall—. Pudiera que de esa manera ella aún seguiría con vida. Estoy seguro y ¡Apostaría mi amor por Jennie en afirmar esto!

—No eres doctor. Leer un libro no te hace experto en el cáncer.

—Calla porque le pregunté a cada estudiante de medicina que me topé y todos coincidieron. ¿Recuerdas la ves que llegué con un ojo morado al trabajo? Pues fui a encarar ese doctor de cuarta y se me vino a los golpes, no me respondió nada, parece que hasta me estaba esperando.

—Todos nos equivocamos.

—Si, claro. Pero eso no me quitó el derecho de investigar más este hoyo— comenzó a tirar varias cajas de los estantes, desparramando los periodicos en el suelo —. Desde ese momento comencé a entrevistar a todos los padres de aquellos niños con cáncer de la iglesia. Así como tú, conté a cada uno de ellos y traté de investigar sobre el desarrollo de la enfermedad. Y casí todos tuvieron un final apresurado. Pero como sabía que esto podría ser algo polémico, solo públicaba los nombres de los niños con el pretexto de darle más apoyo a los padres de esas criaturas, cuando solo dejaba el rastro a alguien más que tuviera pruebas más fuertes.

—¡¿Qué haces?! —exclamó frustrado.

—Sacarte la verdad por la mala, así se llama esto— tomó su cigarro y lo comenzó a embarrar en las libreta de notas, prendiendo las hojas con las brazas del fuego —. Esa fundación de mierda  a manos de la iglesia no está haciendo las cosas bien. Esa misma que estuvo tratando a tu hermana, esa misma fue quien la mató.




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