Raíces De Zafiro

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La Porpuesta

La penumbra ocultaba a las decenas de autos estacionados a lo largo de la amplia calle. Una ventisca mareadora se paseaba en cada banqueta de las casas de cartón barriendo con la basura. Una especie de remolino invisible, pero gigante, ahogaba con su congelante temperatura a todo aquel que se atreviera a salir del erótico calor del hotel “Rumania”.

Unos pasos apurados, al ritmo de un maraquero del circo, proveniente de una de las tantas trabajadoras, topaban por todo el ostentoso recinto con singular estilo a la barata loza de la recepción. Las puertas de la salida se encontraban abiertas, no había necesidad de tocar un timbre o tener algún tipo de llave, sin embargo, la única barrera que la protegía eran los vigilantes, que más que humanos, parecían dos gorilas amazónicos de pie.

Por un lado de la salida, una recepcionista encargada de la organización de las habitaciones disfrutaba de una cerveza sentada frente a un pequeño televisor portátil, y veía gustosa un programa que apenas se lograba visualizar a través de la pantalla borrosa en blanco y negro; la mala señal por estos lares era pobre, de verdad el hotel estaba bastante alejado del centro de ciudad.

Los pasos se detuvieron frente a la mesa de la recepción. La mujer de la vida galante dejó caer desde su mano, un rectángulo de plástico con un treinta y siete marcado. De inmediato, la recepcionista se levantó de una silla llena con manchas extrañadas y de cojines rotos ruñidos por las ratas. Dejó su cerveza a un lado y sacó de un cajón, la agenda donde tenía apuntadas a todas las trabajadoras y las habitaciones que debían usar para sus servicios.

—Veamos —dijo al ponerse los lentes de abuelita que colgaban desde su negro cuello —, ¿Y el cliente?

—Ya sabes. Vino el viejito, de seguro ni se ha terminado de abrochar su camisa —contestó mientras se acomodaba su playera de licra transparente que revelaba un cuerpo casi desnudo a excepción de por unas estampas doradas en forma de estrellas que cubrían sus pezones.

—Le hubieras ayudado —soltó un carcajada con ánimos de ofender—. Si todo el mundo te dice la “aventada” porque a todo le entras.

—Odio ese apodo. A una como mujer de verdad, no le hacen tanto caso —sacó un bonche de billetes desde su diminuto bolso rojo que colgaba de su hombro—. Me tengo que vender hasta con los sifilosos todo por cumplir la paga.

—Claro, pues si te falta el chorizo. Sabes bien que las que ganan más es porque tienen mucha carne tanto arriba como abajo.

—Si fuera así, tú fueras la puta más rica del mundo. Tienes mucho pecho arriba y pansa de vaca estreñida debajo —dejó caer los billetes a un lado de la tarjeta blanca.

—¡No me refería a esa carne estúpida! —recogió el dinero, lo contó celosamente e hizo unos garabatos en la libreta para guardarla de nuevo en su respectivo cajón—. Me vuelves a faltar el respeto y le digo a mi primo Sharkan que no diste la paga completa —volvió a sentar su sudoroso trasero en el ruñido sillón y subió a tope todo el volumen del televisor.

Se alejó de ese pútrido ser humano.

—¡Noda! —gritó bajando el volumen.

—¿Ahora qué? —respondió a punto de clavarle un puñetazo en su senil cara.

—Puta tú —rio atragantando su garganta con unas papas fritas sin mucho cuidado.

Noda salió enojada. El último castigo que había recibido por parte de su proxeneta Sharkan, fue por olvidar un par de billetes en la habitación que fueron robados. Esa vez la obligaron a beber el agua de todos los retretes con un popote.

Pasó por debajo de un entramado de hierro artístico decorado con flores doradas puesto en la entrada del hotel. Agachó la cabeza entre los gorilas de negro y de inmediato presenció el repentino cambio de temperatura del exterior. Hacía demasiado frio y ella portando diminutas prendas, además de llevar un corte de cabello corto muy al estilo de años 50s.

Se apoyó sobre una biga en una posición estratégica para evadir al aire congelante. Hurgó en su bolso para hallar su labial rosa y retocó sus labios con un espejo cuadrado partido por la mitad. Se miró en él y se notaba demasiado pálida, si de por sí ya lo era naturalmente, con este frio parecía fantasma. Algo que a los clientes no les agradaba mucho. Así que tomó su rubor y con una esponja para maquillar sus mejillas.

—Nodita —una voz rasposa la llamaba—.Me dejaste loco y con ganas de más— un anciano bajaba con suma dificultad el único escalón que había en la entrada—. ¿Qué haces tan solita aquí eh?

—De regreso Don Miguel —contestó evitando hacer contacto visual.

—¿De regreso a las calles? ¿Con otro hombre? ¿No te soy suficiente? —dijo acercándose.

—Trabajo es trabajo Don Migu… —soltó un quejido. El anciano había metido sus rasposos y seniles dedos debajo de su minifalda—. ¡¿Qué hace?! ¡Ya no estoy en servicio para usted!

—Solo es un cariño muchachita —sus respiraciones se hacían cada vez más latentes en el cuello de ella—.Eres mi consentida pequeña, pelona  —comenzó a acariciar su cabello mientras Noda se petrificaba por el asco y el frio—. No, mejor me voy a dormir, no vaya ser que mi esposa me descubra.

Se despidió con un beso mal plantado en la boca. Subió a su auto que estaba a escasos pasos de la entrada y se fue despidiéndose de Noda detrás de la ventana.




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