Raíces en Ti

Capítulo 1

Samantha

Los nuevos comienzos son aterradores.

Nunca pensé empacar mi vida en un maletero oxidado y manejar hasta que la gasolina o el miedo se agotaran. Pero aquí estoy. Con una mano al volante y la otra aferrada a la lista de cosas que no debo olvidar: mantener la calma, no mirar atrás, y proteger a mi hija.

—¿Falta mucho, mamá? —La vocecita de Emma rompe el silencio del coche.

—Ya casi, cariño. Solo un poco más. —Le sonrío a través del espejo retrovisor. Tiene el cabello castaño claro, igual que yo, pero los ojos grandes y curiosos los heredó de él. De quien no quiero hablar.

Llevamos horas en la carretera, cruzando pueblos y paisajes increíbles hasta que por fin encontramos nuestro destino. El letrero de madera que marca la entrada a Edén Creek aparece al final del camino de tierra. El sol cae dorado sobre los campos, y una brisa cálida me da la bienvenida como si el pueblo supiera que necesitábamos este respiro.

Edén Creek es pequeño, tranquilo, y lo suficientemente lejos de todo lo que nos hizo daño. Lejos de todo el ruido de la ciudad y sus malas vibraciones.

—¿Crees que haya helado aquí? —pregunta Emma.

—Estoy segura de que sí. Y gente amable. Y trabajo para mí. —Aunque no estoy tan segura de eso último.

Estaciono frente a la cafetería “Ruby’s Diner”, donde vi anunciada en una oferta de empleo a través de una app. El toldo rojo está descolorido, pero hay flores en las ventanas y olor a pastel de manzana. Me gusta. Emma baja conmigo, tímida, aferrada a mi mano. Me sujeta con tanta fuerza mientras su manita suda, que sonrío notando que esta más nerviosa que yo.

Voy a tocar la puerta cuando esta se abre de golpe. Me quedo paralizada por la sorpresa.

—¿Tú eres Samantha Collins? —Una mujer pelirroja con una energía arrolladora me mira de arriba abajo—. Llegas justo a tiempo, cielo. Soy Ruby. Estuve esperando junto a la ventana durante horas.

Y sin darme oportunidad a responder, me jala dentro del restaurante. El restaurante de Ruby es una cápsula detenida en el tiempo. Desde fuera, parece un pequeño edificio de una sola planta con paredes de ladrillo claro, una marquesina roja descolorida por el sol y un letrero pintado a mano que dice “Ruby’s Diner”, con letras torcidas y un dibujo de una taza de café humeante.

Por dentro, todo huele a café recién hecho, pan caliente y un toque de grasa de desayuno tardío. Las mesas están cubiertas con manteles de cuadros rojos y blancos, y hay una barra larga al fondo con taburetes cromados que han perdido el brillo con los años. Una pared está llena de fotos enmarcadas: clientes sonrientes, trabajadores antiguos, incluso un par de caballos con sus jinetes.

La luz entra a través de las ventanas grandes y deja manchas cálidas sobre el suelo de madera desgastada. Hay plantas en las esquinas —un poco descuidadas, como si sobrevivieran más por costumbre que por cuidado— y un ventilador en el techo que gira con un zumbido suave.

Ruby corre detrás del mostrador, limpiando una taza, aunque no parezca necesitarlo, y no tarda en servir un café para mí y un vaso de leche para mi hija sin preguntar.

—Primera vez aquí, ¿verdad? —pregunta con una sonrisa amable, como si siempre supiera cuándo alguien llega buscando más que un café. — He estado emocionada desde que llamaste, espero que decidas quedarte el puesto.

—¿Es mío? — la pelirroja asiente. —¿Así de fácil?

—Cariño… No hay mucha gente por aquí en busca de trabajo y yo necesito algo más que estudiantes con turno partido.

—Pero no me has realizado una entrevista siquiera.

—Tuve suficiente con lo que hablamos por teléfono. Así que el puesto es tuyo. ¿Qué dices?

No lo pienso demasiado, es justo lo que necesito y Ruby parece agradable.

—Hecho.




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