Luke
No necesito ayuda. No necesito visitas. Y, sobre todo, no necesito a mi primo molestando con más problemas que una vaca en celo. Habla, habla y vuelve a hablar. ¿Un hombre no puede trabajar en silencio?
—¿Qué dices, Luke? ¿Nos ayudas con la feria? —pregunta Tom, mi primo, con esa sonrisa que suele meterme en líos. —Daremos la bienvenida a los nuevos vecinos.
—¿Desde cuándo organizamos bienvenidas? ¿Qué somos ahora, una maldita agencia de turismo?
—Es una madre soltera. Viene con su niña. Según Ruby, es bueno ofrecer un poco de calor de pueblo.
No respondo. Me limito a echar otra pala de heno en el remolque.
La última vez que alguien nuevo vino con “una historia difícil” acabamos con una denuncia por peleas en el bar y un matrimonio roto. Yo no tengo tiempo ni paciencia para lidiar con tales revuelos.
Además, este lugar no está hecho para forasteros. Ni para quienes vienen buscando empezar de cero como si eso fuera sencillo. Aquí se suda, se madruga, y se calla más de lo que se dice. Y yo ya aprendí que cuando uno baja la guardia por amabilidad… es justo cuando más duele.
No tengo nada en contra de ella. Ni de su hija. Pero tampoco tengo espacio para perder mi tiempo dando bienvenidas. Bastante con mi trabajo y mis problemas. Y por mucho que no hable, siguen ahí, acomodados entre los silencios del rancho.
Así que no, no voy a dar la bienvenida a una cara nueva que terminara por marcharse, ni me uniré a los cotilleos de mis vecinos.
Si se queda, bien.
Y si no… mejor.
—Vamos, Luke —responde mi hermano Caleb, apoyado con descaro en el rastrillo—. Es una madre soltera. Viene con su niña. ¿Tan grave es ofrecer un poco de calor de pueblo?¿Ser amable por unos minutos?
—Sí. Lo es —gruño—. Porque ese “calor” termina en chismes, problemas y caos. Ya lo hemos vivido.
—No todos los que llegan traen drama —insiste Caleb, con esa maldita sonrisa de quien aún cree que todo puede arreglarse con una buena barbacoa y una charla.
—Y no todos los que se quedan valen la pena.
Caleb suelta una carcajada a la que se suma Tom, sabe que es por él. Mi hermano se negó a perseguir su sueño como jinete por cuidar la granja de nuestros padres junto a mí.
—Eres un caso perdido, primo. Algún día te vas a tragar ese orgullo… y ese día te invitaré a una cerveza solo para saborearlo.
—Ese día hace frío en el infierno.
Sigo trabajando y ellos siguen hablando. Algunas cosas sin sentido, cotilleos aquí y allá… por mi parte me limito a trabajar, gruñendo de vez en cuando como aprobación o hastío, aunque ellos lo interpreten como más les conviene.