Samantha
Mi primer turno comienza tan caótico como imaginaba. Apenas llegué, Ruby me lanzó un delantal rojo y me dejó frente a una cafetera que parece más vieja que el estado de Texas. No sé si quiere que la repare o que me prepare un café, pero no tengo ni idea de como funciona este aparato.
—Empieza suave, cielo. Toma órdenes, sonríe bonito y no le pongas azúcar a alguien que pidió sin. —me guiña un ojo—. Y no te preocupes por Emma, puede quedarse en la oficina con la tele y los colores.
Emma asiente tímidamente, con su cuaderno apretado contra el pecho. La acompaño hacia el despacho de Ruby y sin ninguna queja, ella se acomoda en el rincón del pequeño despacho mientras yo salgo al salón principal del restaurante con la inmensa culpa de despertar a mi hija a las siete de la mañana para venir a trabajar. Debo encontrar una solución más pronto que tarde…
Ahora lo primero es mi trabajo si queremos seguir aquí.
Una vez ubicada en mi puesto, el sonido de cubiertos, risas suaves y el golpeteo de botas sobre el suelo desgastado me dan la bienvenida.
—Café, huevos con tocino y galletas, cariño. —me dice una señora sin mirar el menú.
Apunto lo mejor que puedo su comanda, pero cuando llego a la barra Ruby lo tiene preparado y me guiña un ojo. La mujer parece conocer los gustos de todos sin leer mis notas. Hay tres mesas ocupadas, las cuales sucede lo mismo que con la señora. La única diferencia, la barra, donde un hombre enorme con sombrero, camisa azul arremangada y brazos como columnas, se limita a mirar el café frente a él.
Lo reconozco al instante como el hombre que hizo un ruido despectivo cuando llegue con mi hija. Él no sonríe. Él observa. Como si cada movimiento mío pudiera romper algo.
—¿Quiere algo más que café? —le pregunto, esforzándome por sonar natural. — ¿Azúcar tal vez?
Levanta la vista. Es guapo de ese modo hosco y arrogante que te hace olvidar cómo se respira.
—No me gusta el azúcar. —responde sin más y vuelve a su taza.
Genial. Gruñón y misterioso. Justo lo que NO necesito. Y por desgracias el tipo de personas que tienen mi atención. Soy curiosa y no puedo evitar intentar descifrarlas. En la larga hora que pasa sentado junto a la barra, me ha pillado mirándolo tres veces, si no son más... en cada una de ellas le he regalado una sonrisa y puedo decir algo alto y claro: este tipo me odia.