Raíces en Ti

Capítulo 5

Samantha.

Al final de mi turno estoy cansada… Y muy triste porque mi pequeña quedo dormida sobre el sofá del despacho, mientras que Ruby está emocionada. Demasiado.

—Hay una feria este sábado. Todo el pueblo va a estar ahí. ¿Por qué no vienes con Emma? —me sugiere mientras cuenta las monedas de la caja.

—No sé… aún estamos desempacando. —miento. No tenemos mucho que desempacar. Pero si me gustaría hacer que nuestro pequeño apartamento parezca un hogar.

—Entonces no hay excusa, eso puedes hacerlo más tarde. Además, Luke también irá. —añade con una sonrisa astuta.

—¿Luke?

—Carter. El tipo grande que no habla. Vive en el rancho al norte. Le cuesta sonreír, pero cuando lo hace… bueno, no te adelanto nada. Suficiente gran acontecimiento tenemos en el pueblo con que haya confirmado su asistencia, es como un gran acontecimiento o algo así.

Sonrío para salir del paso, pero por dentro me revuelvo. El tipo parecía odiarme en la mañana, fue hosco todo el tiempo, al contrario que sus acompañantes. Y ahora pretende que asista al acontecimiento del año solo porque él va a una feria.

Pero no importa.

El vaquero gruñón queda completamente a un lado cuando Emma corre a mí con una hoja donde ha dibujado un caballo y un campo. Tiene el rostro iluminado.

—¿Aquí hay caballos de verdad, mami?

—Tal vez. —Le acaricio el cabello—. ¿Te gustaría ver uno?

—En la feria habrá muchos— asegura Ruby.

Los ojos de mi hija brillan como estrellas y mira en mi dirección mientras siente con una emoción que hace que mi pecho se contraiga. Tal vez la feria no suene tan mal después de todo…

Sale del establecimiento con el dibujo abrazado tan fuerte que quizá no sobreviva al viaje hasta casa, más cuando deberos hacer una parada de camino para repostar.

La gasolinera está a las afueras del pueblo, pequeña, con un par de surtidores, una tienda minúscula y un porche cubierto que chirría con el viento. Me estaciono al lado del único otro vehículo presente: una camioneta negra completamente reluciente. Parece recién lavada.

Cuando entro a la tienda, la campanita sobre la puerta suena. Detrás del mostrador, un chico joven que parece más pendiente de su móvil que de los clientes me lanza un "hola" desganado. Emma se desliza hacia el pasillo de los cereales con una emoción que me hace sonreír, aunque no se me pase el agotamiento.

Y entonces lo veo.

De espaldas, con su sombrero, revisando la nevera de bebidas como si estuviera a punto de arrestar a las botellas. Reconozco esa espalda recta, la forma en que los hombros se tensan. Luke Carter. Por supuesto. Porque si hay alguien que pueda hacer que comprar leche se sienta intimidante, es él.

—Buenas tardes —me atrevo a decir, casi por cortesía.

Él se gira. Me mira. No sonríe. Solo asiente con la cabeza.

—Señora.

—Samantha —corrijo.

—Ajá. —Vuelve la vista al interior de la nevera como si el universo estuviera escondido ahí dentro.

Yo me obligo a no incomodarme. Camino hacia la caja con una leche en una mano y Emma aparece justo a tiempo, con una caja de cereales de unicornio bajo el brazo. Me lanza una mirada que dice “he triunfado en la vida”.

Mientras pago, Luke pasa junto a nosotras. No dice nada más. Solo deja una botella de agua sobre el mostrador, saca un par de billetes del bolsillo y se los extiende al chico sin esperar el cambio.

—Quédatelo. Y limpia esa entrada, que parece trampa de barro —gruñe, no sin razón.

Emma lo mira como quien ve a un oso que habla. Él baja la vista, apenas un segundo, y le asiente con la cabeza. Ni una sonrisa. Pero no hace falta. Su tono no fue frío. Solo… seco. Como un terreno antes de la lluvia.

—Que tenga buena tarde — repito mientras paso junto a él.

—Igualmente —responde sin mirarme y podría decir que sonó como un gruñido.

Cuando salimos, me doy cuenta de que sujeta la puerta abierta para que salgamos. Un gesto pequeño. Sencillo. Pero no me pasa desapercibido antes de que se aleje.

Y mientras Emma charla sobre cereales y caballos imaginarios en el asiento trasero, no puedo evitar mirar por el retrovisor cuando él arranca su camioneta. No me mira. Pero algo me dice que, por un segundo, supo que yo sí lo hacía.




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