Samantha
Luke Carter debe haber sufrido una insolación, ha sido tolerable y pretende ser simpático al tiempo que yo debo haber sufrido otra para aceptar su invitación. Caminamos por los puestos con Emma entre nosotros, comiendo algodón de azúcar, con los labios pegajosos y las manos llenas de azul.
—Gracias por lo de los caballos —le digo.
—No hay nada que agradecer.
—Ni te imaginas lo feliz que has hecho a mi hija, no solo con los caballos, sino con el algodón de azúcar.
—Es lo mínimo que podía hacer cuando fue tan grosero contigo. Es decir, no soy bueno con la gente, pero no quiero ser mal educado
—En realidad he oído que eres bastante maleducado.
— ¿Qué puedo decir? ¿Qué pediré disculpas a todos? No lo creo…Además, me dijeron que si sonrío más de dos veces al día me cobran impuestos.
Me echo a reír. No lo esperaba. Ni la broma, ni el tono. Luke es un tipo serio y difícil, pero es agradable saber que tiene un poco de humor bajo toda esa fachada.
—No estoy acostumbrada a hombres que conceden los caprichos de a mi hija —admito.
—Yo no estoy acostumbrado a niñas que me sonríen sin pedirme nada.
Nos detenemos en un puesto de tiro cuando mi hija queda mirando embelesada un peluche que hay en él. Emma nos mira expectante.
—¿Puedo intentarlo? —pregunta.
—Yo la ayudo. —dice Luke antes de que yo pueda abrir la boca.
La toma con delicadeza, le coloca el rifle de juguete, y apunta con ella. Le habla bajo, suave. Y ella le escucha como si fuera el único que supiera cómo funciona el mundo.
Nunca aprobaría este tipo de juegos aptos para un niño, pero no creo que haya ningún tipo de maldad en este momento. Me cruzo de brazos. No porque me moleste. Sino porque me confunde. Y espero.
Emma acierta en uno de los patos y se vuelve loca a celebrar con Luke que le ofrece su mano para chocar. Gana un peluche. Y me lo ofrece. A mí.
—Es para ti, mami.
Y cuando la abrazo, veo a Luke darse la vuelta, como si no quisiera vernos. Como si no supiera qué hacer con el tipo de situaciones afectuosas entre personas.
Como si, tal vez, le resultara incómodo. Un pequeño acto que lo deja callado para el resto de nuestro paseo y a mí, más que confundida.