Luke
No sé qué me pasa con esa mujer. Hay algo en ella… en su forma de mirar, de hablarle a su hija, de no tratarme como un fenómeno. No sé qué me mueve a hacer el siguiente movimiento.
—Tengo un potro nuevo. A veces los niños lo alimentan con zanahorias. Si quiere llevar a Emma, puede venir mañana. —Digo. Seco. Como si no me importara.
Ella tarda en responder. Como si intentara leer entre líneas.
—¿Y si te digo que sí?
—Entonces prepararé dos tazas de café mientras tu hija se une a Caleb y los niños que está enseñando a montar.
—¿Quién es Caleb?
—Mi hermano. El tipo de la cerca. — Me mira sin decir nada y me siento obligado a dar explicaciones. —Organizó clases de equitación y muchos niños del pueblo se han apunado, a ellos les ayuda a aprender a montar y a él le ayuda a ocupar el escaso tiempo libre que tiene mientras no me molesta.
Una sonrisa tira de sus labios, y es encantadora. Cuando acepta no puedo evitar que su sonrisa se me contagie.
Algo que debería haberme advertido que me enfrentaría a las cuarenta y ocho horas más largas de mi vida.
___________
Ahora estoy aquí, en la cocina, como un idiota. Preparando café. Acomodando cosas que no necesito acomodar. Y de repente cuando los pensamientos extraños dejan de rondar mi mente…Me doy cuenta de que me importa si le gusta el rancho. Me importa si vuelve y no era consciente de que llevaba horas pensando sobre ello.
Y eso… eso me jode más de lo que admito.
Como cada mañana de domingo, algunos niños comienzan a llegar con sus bicis, otros con sus padres, los analizo uno a uno hasta que el pequeño coche azul ocupa mi camino de entrada. El sonido de neumáticos sobre la grava me saca del trance frente a la ventana. Me paso la mano por el pelo soltando todo el aire y salgo a recibirlas.
Samantha baja primero. Está hermosa sin esfuerzo. Jeans, una camiseta blanca y el pelo suelto. Emma se asoma detrás de ella con una sonrisa ansiosa.
—¿Llegamos muy temprano?
—Nunca es temprano para un caballo. —Me obligo a sonreír. Apenas.
Ahora digo muchas tonterías.
Emma corre hacia la cerca. Samantha camina más lento. Como si no supiera si tiene permiso para estar aquí.
—Puedes entrar —le digo, señalando el corral donde Caleb se encuentra explicando algo a un grupo de niños de varias edades.
Samantha me mira con una sonrisa, pero hoy la veo triste o cansada, no lo sé. Parece una mezcla de ambas y no la conozco lo suficiente como para identificarlo.
—Gracias por… bueno, por dejarnos venir.
—Gracias por venir. No recibo muchas visitas. —ni quiero. Hasta hoy, pero eso no lo digo.
Dejo que acompañe a su hija con el grupo, mi hermano la recibe con una gran sonrisa que ella devuelve al tiempo que los miro embobado.
No entiendo que me está pasando.
Estoy asustado.