Samantha
El rancho de Luke es tan silencioso que hasta el viento se escucha, Muy lejos del barullo de la ciudad. Hay árboles viejos, colinas suaves, y una casa que parece construida con las manos. Tiene algo… cálido. Aunque él no lo admita. Cada centímetro que he podido ver de la casa se encuentra ordenado y limpio.
Emma está jugando con el caballo más pequeño, riendo cuando Caleb le explica como cepillarlo. Luke la observa como si cada carcajada le removiera una parte oxidada del alma.
Me ofrece una taza de café en el porche y se sienta al otro lado del banco. No muy cerca, pero no demasiado lejos.
—¿Siempre has vivido aquí? —le pregunto.
—Desde que tengo uso de razón. El rancho era de mi abuelo. Yo lo mantengo.
—¿Solo?
—No me llevo bien con casi nadie. —Se encoge de hombros con una sonrisa que corta la respiración—. Supongo que soy más fácil de tolerar entre vacas. Pero no, mi hermano y mi primo me ayudan mayormente, además tenemos tres empleados.
Sonrío ante su intento de broma. Parece nervioso, demasiado y hasta me preocupa poder molestarlo.
—Yo tampoco soy exactamente popular.
Se queda en silencio. Luego me mira, directo con sus penetrantes ojos grisáceos y tormentosos. Me abruma su intensidad, pero todo en él es intenso.
—¿Por qué te fuiste de donde estabas?
Trago saliva. Pienso en mi madre. En el padre de Emma. En lo sola que estuve con un bebé en brazos y una casa que ya no era un hogar.
—Porque allá no tenía lugar. Aquí… pensé que podría encontrar uno.
Luke no dice nada. Pero su mirada se clava en la mía como si lo entendiera.
Como si también hubiera buscado un lugar donde no doliera tanto ser uno mismo.