Luke
Pasamos la mayor parte del tiempo en silencio, la embarre al preguntar por su antiguo hogar, pero ella no parece molesta, sino distante. Supongo que he cruzado un límite que no debería y míranos…
Sentados frente a uno de los mejores atardeceres que he visto en mucho tiempo mientras la niña duerme en el sofá del porche. Samantha está sentada en el primer escalón. Mira el campo como si estuviera aprendiendo a respirar otra vez.
Me acerco y le tiendo una manta, el otoño empieza a dejar temperaturas más frescas. Ella me regala una sonrisa sobre su hombro y abro la boca antes de pensar.
—¿Quieres quedarte un rato más? Mi hermano vendrá y prepararemos la cena, podeis quedaros.
Ella asiente. Me mira con esos ojos enormes, honestos. Y se queda. Junto a mí una vez más. Sin decir nada.
Nuestros cuerpos se rozan. Solo un segundo. Lo justo mientras me acomodo sobre el escalón.
Pero ese segundo me atraviesa.
—Eres distinto cuando no hay gente —susurra.
—¿Para bien o para mal?
—Para bien.
Me encojo de hombros y soy salvado por mi hermano. Sus pisadas suenan cada vez más fuerte se hace notar cuando nos alcanza.
—¡Huele a alguien que no tenía intención de cocinar hasta que llegué yo! —grita Caleb desde lo bajo de las escaleras.
—Estaba invitando a Samantha a quedarse—respondo, sin levantarme.
Observo a Caleb con la caja de cartón en brazos, sin molestarse en ocultar la sonrisa al vernos sentados juntos.
—Qué bonito. ¿Estoy interrumpiendo una escena de película o solo el principio? —bromea pasando junto a mi, y se inclina un poco hacia Emma, que ya se ha puesto de pie y ni siquiera nos dimos cuenta—. ¿Tú qué crees, vaquera Emma? ¿Estaban tramando algo?
—Solo hablaban —dice ella, divertida, encogiéndose de hombros.
—Mmm. Sospechoso.
Se pierde en el interior de la casa, y como ovejas, no tardamos en seguirlo, Mi hermano deja la caja en la cocina, se arremanga y se gira hacia nosotros como si lo hubiéramos convocado para una misión especial.
—¿Quién quiere ayudar a preparar la cena?
Emma levanta la mano sin dudarlo, y Samantha suelta una carcajada suave mientras se une también. Me obligo a moverme detrás de ellas, aunque me quedaría a un lado junto la nevera. Observando como se mueve por mi cocina con alegría contagiosa.
No sé qué demonios me pica, que cuando quiero ser consciente de mis actos, estoy ayudado, absorbiendo la energía que tantos años llevaba sin disfrutar en esta casa.
Y con ella tan cerca... Me siento bien.
Mientras tanto, Caleb reparte tareas como si estuviera dirigiendo una orquesta: le da a Emma una cuchara de madera y la encarga de “vigilar la salsa”, a Samantha le pasa las verduras para cortar y a mí me lanza un delantal viejo que nadie debería usar.
—Si vas a estar en mi cocina, al menos intenta parecer útil —me dice, y Samantha suelta una risa sincera que se me mete debajo de la piel.
—¿Siempre es así? —pregunta, mientras pica pimientos con destreza.
—Sí, pero con peor sentido del humor cuando no hay público —respondo. — Tiene una boca bastante sucia.
—Lo oí —grita Caleb desde la sartén.
Emma se ríe bajito y empieza a mezclar la salsa bajo la supervisión de mi hermano como si le fuera la vida en ello.
—¿Crees que necesita más limón? —le pregunta Caleb con tono serio, inclinándose sobre el bol.
Emma asiente, segura de sí.
—Y un poco más de sal.
—Eso pensé. Por eso eres mi jefa de cocina.
Samantha y yo compartimos una mirada rápida. Cómplice. Como si fuéramos los únicos dos adultos en una obra infantil perfectamente caótica. Y por algún motivo, me gusta. Estoy tan relajado que no importa que mi hermano sea un idiota.
Cenamos en la mesa grande, con las ventanas abiertas y la brisa colándose en el salón. Caleb habla más de lo que come, Emma lo imita, y Samantha lo mira como si llevara años tratando con esos dos.
Y yo… yo no digo mucho.
Pero los observo.
Escucho a mi hermano hacerla reír.
A Emma hablar con la boca llena de entusiasmo.
A Samantha susurrar un “gracias” cuando le paso la salsa sin que me lo pida.
Y por un momento, solo un momento, no me siento fuera de lugar.
Ni solo.
Ni demasiado.
Ni menos.
Sino parte de algo que no sabía que quería, pero que no querría soltar.