Samantha.
—¿Estás segura de que no quieres que te lleve en la camioneta? —pregunta Luke, apoyado con una mano sobre la puerta del bar mientras yo termino de colocarme la chaqueta. El sol ya se está poniendo, y las calles comienzan a teñirse de ese dorado que hace que todo parezca más bonito de lo que en realidad es.
—Estoy bien, gracias. Me hace bien caminar un poco —respondo, ajustando la bufanda al cuello—. Claro que si tú quieres venir, no voy a detenerte.
Sus cejas se arquean apenas, y por un segundo parece debatirse algo en su interior. Pero luego da un paso al frente, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta de mezclilla.
Desde la cena en su casa ha sido mucho más agradable, es como si el tipo maleducado se haya hecho a un lado, y realmente lo agradezco. Luke es muy agradable y me hace sentir segura, he llegado a apreciar sus silencios, aunque a veces podría golpearlo por cascarrabias. Digamos que a veces, solo a veces, es un señor de ochenta años atrapado en el cuerpo de un dios griego.
—No tengo nada mejor que hacer. Supongo que me vendrá bien estirar las piernas.
No digo nada. Solo sonrío, porque su fingido desinterés me hace gracia. Y empezamos a caminar. Algo que admitió odiar cuando está cansado, y debe estarlo mucho, mas tras un largo día de trabajo.
El pueblo tiene ese aire detenido en el tiempo. Las farolas viejas, las tiendas con escaparates pequeños, los buzones oxidados que siguen funcionando. Todo parece sacado de una postal. Y de algún modo, caminar a su lado lo vuelve más fácil, más seguro.
—¿Te acostumbraste al ritmo del bar? —pregunta Luke, con la vista al frente.
—Sí… más o menos. Es trabajo duro, pero al menos me permite mantenerme a flote. Y la gente ha sido amable. Bueno, casi toda la gente.
Me lanza una mirada de soslayo, ladeando la boca en una media sonrisa.
—Supongo que eso va por mí.
—Lo dije con cariño —bromeo.
Él suelta una risa baja, pero no responde. Caminamos un poco más en silencio. El viento mueve algunas hojas que han quedado en las aceras, el aire huele a madera y a café viejo.
—¿Tu hija está bien? —pregunta de pronto, rompiendo el silencio con suavidad.
—Sí. Está en casa de la señora Ruth, la vecina. Se llevan bien. Emma es tímida, pero cuando se siente segura… es un torbellino de preguntas. Puedes pedir la opinión de Caleb.
—Ya me di cuenta —dice, y sus ojos se suavizan un poco al recordarla—. Me preguntó si los caballos duermen de pie.
—¿Y qué le dijiste?
—Que sí… y que a veces también se echan. Pero que, si ella intentaba dormir asi, seguro se caía.
No puedo evitar reírme. Y es un tipo de risa que se siente raro, porque hace tiempo que no me río así. Natural. Cómoda.
—Gracias por hablarle. No muchos adultos lo hacen. La mayoría solo ven a una niña callada y miran hacia otro lado.
Luke se encoge de hombros.
—A veces, lo más valiente que alguien puede hacer… es quedarse en silencio.
Me detengo, sin esperarlo, y él también lo hace. Lo miro.
—¿Siempre fuiste así?
—¿Así cómo?
—Gruñón pero amable en secreto.
Él se rasca la nuca, incómodo.
—No soy amable.
—Claro que no —digo, sonriendo. Y entonces, porque me sale sin pensarlo, añado—: Pero se te da bien fingir que no te importa nadie.
La forma en que me mira cambia un poco. Es leve, pero lo noto. Como si en lugar de ver lo que digo, escuchara lo que no estoy diciendo.
—¿Y tú? —pregunta entonces—. ¿Siempre fuiste así?
—No. Lo aprendí a la fuerza.
Él asiente, como si entendiera más de lo que estoy dispuesta a confesar. Y seguimos caminando, más despacio ahora. A cada paso, parece que el aire se vuelve un poco más cálido, o tal vez soy yo. Tal vez es la forma en que me mira cuando cree que no me doy cuenta. O el roce breve de su brazo contra el mío cuando la acera se estrecha.
Cuando llegamos a la esquina, mi edificio ya se ve al fondo. Me detengo, sin querer que se acabe el momento.
—Gracias por acompañarme.
—No hay de qué.
Nos quedamos así. Mirándonos. Y por un segundo, solo uno, pienso que va a acercarse. Que quizás incline el rostro y sus labios rocen los míos, solo un poco. Pero no lo hace. En lugar de eso, solo baja la mirada hacia mis labios y se queda quieto.
—Buenas noches, Samantha —dice con voz baja.
—Buenas noches, Luke.
Camina de regreso sin volverse. Y yo me quedo ahí, con el corazón latiendo un poco más rápido, viendo señales , que no sé si están ahí, sabiendo que esto… esto apenas empieza.