Raíces en Ti

Capítulo 13

Samantha

Emma camina unos pasos por delante, con su mochilita de unicornios rebotando a la altura de la espalda. A cada rato se detiene para mirar escaparates: una tienda de golosinas antiguas, una panadería con tartas en exhibición y una tienda de objetos artesanales que parece sacada de otra época.

—¿Crees que nos dejen entrar ahí, mami? —pregunta, señalando una librería que más parece una cabaña de madera con enredaderas reales cubriéndola.

—Seguro que sí, cielo —respondo con una sonrisa.

El pueblo tiene ese encanto que huele a pasado y a algo nuevo por descubrir. Calles empedradas, faroles antiguos, bancos de madera, un parque increible. No hay prisa. No hay ruido. Solo un murmullo de vida en calma.

—¿Sabías que ahí venden libros usados y también tienen gatos? —dice una voz grave a mi lado.

Me giro, sorprendida. A medio paso de un infarto para ver a Luke Carter.

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunto, alzando una ceja con una sonrisa.

—Porque uno de esos gatos se metió una vez en el granero. Me pasé media tarde persiguiéndolo.

—¿Lo atrapaste?

—No. Terminó sentado sobre mi sombrero como si él fuera el dueño del lugar y a Mary no le importó adoptarlo.

Emma ríe bajito. Está claramente más cómoda con él cada día que pasa. Quizás sea por el modo en que Luke la trata, sin presionarla, sin invadir. Solo siendo paciente.

—¿Vas a acompañarnos? —le pregunto, sin pensar demasiado.

—Si no te molesta —dice, encogiéndose de hombros.

Molestarme. Qué palabra extraña en ese contexto.

—Claro que no —respondo. —Pero si tiene cosas que hacer, lo entender

— Solo iba a comprar alambre, Caleb puede esperarme un par de horas.

— Estas trabajando, Luke…

— Insisto.

—Esta bien,

Camina junto a nosotras. Él no habla mucho, pero su presencia se siente. Fuerte. Estable. Y de algún modo, reconfortante. Emma le muestra cosas de su interés con timidez: una muñeca en un escaparate, un girasol de madera. Luke asiente, le hace preguntas, le sonríe. Y yo, por dentro, me derrito un poco más.

Entramos en la librería que tanto llamó la atención de mi hija. Huele a papel viejo y a menta. Emma corre hacia una estantería baja mientras yo me acerco al mostrador con Luke.

—No sabía que te gustaran los niños —comento, casi sin pensar.

—No me gustan los niños. Me gusta tu niña —responde, mirándome de reojo. — Es simpática.

Mi estómago se encoge. Es demasiado. Demasiado pronto. Y sin embargo, hay algo en cómo lo dice, en su voz firme pero suave, que me hace sentir segura.

—¿Siempre eres así de directo?

—No siempre. tampoco tengo que fingir.

Quiero decir algo, pero justo en ese momento escuchamos un golpe. Emma ha tirado un par de libros. Me apresuro a ir con ella, disculpándome con la dueña de la tienda, que nos tranquiliza con una sonrisa.

—¿Estás bien, cariño?

—Sí, lo siento. Quería ver uno de gatos y...

Luke ya se ha agachado para recogerlos. Le entrega a Emma el que buscaba. Su expresión es tan paciente que me sorprende. Casi... tierna.

—No pasa nada, peque. Solo intenta no llevarte la estantería entera.

Emma asiente, y Luke le revuelve el cabello suavemente. Entonces noto que una mujer nos observa desde la entrada. Es una señora mayor, pero con expresión severa. Susurra algo a otra mujer, y ambas nos miran con ese gesto que conozco bien: juicio.

—Deberíamos irnos —murmuro mientras observo a Luke.

—¿Te molesta?

—No. Pero sé cómo son los pueblos pequeños. — Responde sin dejar de mirar a la mujer, su escasa expresividad ha desaparecido y hay algo desagradable en él.

—Yo también. Pero a mí me da igual lo que piensen.

—¿En serio? Yo prefiero que ella no piense nada.

Me quedo en silencio. No sé cómo responder. No estoy acostumbrada a las rencillas vecinales. Mucho menos a los problemas de Luke Carter.

Cuando salimos de la librería, Emma camina en medio de los dos, con su libro en las manos. Al pasar por el mercado, nos detenemos frente a un puesto de pasteles.

—¿Quieren uno? —pregunta Luke.

—Solo si tú eliges —respondo.

—Eso suena a trampa.

—Tal vez lo sea.

—Me estas consintiendo, Luke

Él se ríe, ligero y finalmente, terminamos en un banco bajo un árbol, compartiendo un pastel de manzana entre los tres. Es el turno de Emma de reír cuando Luke se mancha la barba con azúcar. Él frunce el ceño en fingida indignación.

—¿Así que te divierte que me ensucie?

—Un poco —respondo, riendo también.

Él me mira entonces. Largo, profundo.

—Nunca pensé que me verías como alguien con quien reírte.

—¿Y qué pensabas?

—Que yo era solo el gruñón del rancho.

—Tal vez lo seas —le digo, dando un mordisco al pastel—, pero no con nosotras.

Él me sostiene la mirada.

Y en ese momento, siento que algo en mí cede.

No es amor aún.

Pero es algo.

Algo real.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.