Raíces en Ti

Capítulo 16

Luke

No me gusta hablar.
No me gusta la gente que se mete donde no la llaman.
Y no me gusta sentir cosas que no puedo controlar.

Pero ahí estoy. Apoyado en el marco de la puerta del granero, mirando cómo Samantha Collins se aleja por el camino de tierra con el cabello recogido de cualquier manera, la camisa metida dentro de los vaqueros y esa sonrisa triste que lleva puesta como si no pudiera quitársela ni aunque quisiera.

La veo desaparecer entre el polvo. No debería importarme. Pero me importa.

Y eso, joder, me molesta.

Me quedo un rato más ahí, escuchando el sonido de los caballos, del viento sacudiendo la cerca rota, del silencio no tan silencioso que ofrecen hectáreas de campo y ganado.... Un silencio que antes me gustaba, pero ahora… ahora se siente diferente. Como si faltara algo.

O alguien.

—¿La has vuelto a ver? —me pregunta Caleb esa noche mientras toma una cerveza en mi porche.

—¿A quién?

Él me lanza una mala mirada, sabe exactamente lo que quiero hacer . Y lo odia. Porque Caleb es de las personas que mejor me conocen. Mejor que yo incluso. Con su ceño fruncido acepto la cerveza que me ofrece y me siento junto a el.

—La camarera. La madre soltera. Samantha.

No respondo. Solo bebo.

—La chica tiene agallas. —Hace una pausa—. Pero también tiene problemas, Luke, lo lleva escrito en la frente. Y tú no eres precisamente el tipo que puede encargarse de eso, llevas los tuyos a cuestas.

—¿Y si es mi amiga? ¿Y si solo quiero estar cerca? Me cae bien.

Caleb se ríe entre dientes, sacudiendo la cabeza.

—Entonces ya estás jodido.

Al día siguiente me cruzo con Emma en la tienda. Está parada frente a una estanteria, mirando unos lápices de colores mientras su madre compra. Es callada, pero cuando me ve, me sonríe tímida.

—Hola, señor Luke —murmura.

—Hola, ratona.

Samantha aparece enseguida, con una caja en los brazos y se sobresalta al verme. Intenta decir algo, pero tropieza con sus propias palabras, entonces como el buen caballero que a veces soy, me acerco y le saco la caja de las manos.

—Te acompaño al coche.

No me responde. Pero tampoco se opone. Caminamos en silencio hasta su camioneta. Me gusta ese silencio. El que tenemos cuando estamos juntos. No pesa. No exige. Solo está.

—Emma dice que eres bueno montando a caballo —me dice, al acomodar la caja en la parte trasera de su coche. — Te vio mientras estaba con Caleb.

—Hago lo que puedo.

Ella sonríe. Dios, esa sonrisa.

—¿Puedo invitarte a ese café ahora? —pregunta, sin mirarme.

—¿Ahora?

—Cuando tú quieras en realidad.

La miro. No como suelo mirar. La miro de verdad. Con los ojos que no uso desde hace mucho.

—Sí —respondo—. No tengo que volver ahora.

Y eso, para mí, es un paso gigante. Hacia tiempo que no dejaba mis obligaciones por otra persona.

Porque ya no se trata solo de galletas, o de dejar pasar el tiempo. Se trata de esperarla. De querer que vuelva.

De querer más.




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