Samantha
Llevo semanas en este pueblo y todo parece estar bien. Me gusta mi trabajo, mi hija esta feliz y yo estoy feliz. Asique, aunque no nos acompañe el mejor de los días, prepare galletas y un termo con café en mi mochila para caminar al que se esta volviendo mi lugar favorito en mi tiempo libre. No sabía si era el impulso o la necesidad, pero cuando vi a Luke junto a la cerca, mojado por la lluvia y con el ceño ligeramente fruncido, sentí un deseo repentino de acercarme bajo mi paraguas amarillo.
—¿Quieres café? —pregunté con una sonrisa tensa. No estaba segura de si aceptaría.
Él me miró de reojo, como si intentara leer si era una trampa o solo una cortesía. Después de un largo segundo, asintió.
—Supongo que puedo tomar uno antes de volver al trabajo —dijo con su tono grave, pero preocupado. — Te estas mojando, vayamos entro y lo preparare.
El sonido de nuestras botas sobre la madera del porche era lo único que interrumpía el silencio. Una vez en su preciosa cocina, no le doy tiempo a jugar al perfecto anfitrión, desempaco mi mochila logrando un ligero gesto de sorpresa que oculta a las mil maravillas.
—¿Azúcar? —pregunto sosteniendo el termo y sin poder aguantar la sonrisa. Odia esa pregunta.
—Negro está bien. —Apoyó los antebrazos en la isla de la cocina, observándome como si quisiera entender algo que aún no había dicho.
Me siento frente a él, ocupando uno de sus taburetes altos, y por primera vez en mucho tiempo, no tengo ganas de hablar. Solo quiero que alguien me acompañe en el silencio.
—¿Siempre has vivido aquí? — pregunto desviando la mirada de la intensidad de la suya.
Luke niega con la cabeza.
—Viví un tiempo en Vancouver. Volví al rancho hace unos diez años. Se suponía que sería temporal.
—¿Y se volvió permanente?
—Como casi todo lo que no planeas —respondió. Dio un sorbo a su café y me sostuvo la mirada—. ¿Tú?
—¿Mi historia? —solté una risa amarga—. Es menos interesante. Solo necesitaba desaparecer de donde estaba. Vine porque nadie me conocía aquí.
El silencio se extiende una vez más entre nosotros y agradezco que Luke no pregunte por qué. No lo necesito. Su mirada ya me dice que entiende más de lo que yo misma he procesado. Y da miedo. Puede leerme aunque no mencione ni una maldita palabra.
—Tu hija…Emma. Es buena niña —murmura.
Me sorprende que lo mencione. Ed la primera vez que alguien nota a Emma antes de notar el desastre de madre que soy.
—Ella es lo único que hice bien —susurré.
—Es por ella que estas aquí, ¿verdad?
Juego con el dedo alrededor de la taza de café sin quitar los ojos de ella. Afuera, la lluvia golpea el tejado con ritmo pausado. Y dentro, me siento expuesta… pero no juzgada.
Luke se estira hacia adelante, y por un momento pensé que iba a tocarme la mano. No lo hice. Solo se queda allí, cerca, su presencia firme.
—No tienes que contarlo todo, Samantha. Pero no tienes que cargarlo sola —dice con una voz tan baja que casi fue un susurro.
Y ahí es donde lo siento: el primer derrumbe real de una muralla que llevaba años construyendo. No digo nada. Solo asiento y empujo las terribles ganas de llorar que amenazan con consumirme.
Luka carraspea cuando el silencio se vuelve pesado hasta para él.
—Me gusta el café —dice con mal intento de volver a una conversación monótona y nada personal—. Y tu compañía. Quizá Ruby pueda darme más de esto con frecuencia.
Levanto la mirada hacia él y se me corta la respiración con su sonrisa sincera, ha apartado su ceño fruncido y con él mi pesar. Solo con una sonrisa, la más hipnótica que he visto nunca.
—Sé de algo que podría animarte. Vamos.