Luke
El cielo sobre el rancho comienza a llenarse de nubes oscuras cuando termino de cargar el último fardo de heno. A lo lejos, veo el polvo levantarse por el camino, y no necesito más que un segundo para reconocer el viejo coche de Samantha. No es hora de que termine su turno, pero ahí está, bajando del coche con el ceño fruncido y la pequeña Emma de la mano.
Camina directo hacia mí como si tuviera fuego bajo los talones.
—¿Está todo bien? —le pregunto, limpiándome las manos con un trapo.
Samantha niega con la cabeza y suelta un suspiro largo.
—No. Me llamó Ruby, canceló el turno de la noche, su padre esta enfermo.—Apreta los labios con frustración—. No puedo permitirme perder más horas de trabajo, Luke.
La miro. No como antes. No como un tipo que sólo quiere asegurarse de que su caballo esté bien alimentado. La miro como un hombre que quiere arreglar el mundo con las manos si eso la hace sonreír. Pero no tengo soluciones mágicas, sólo un rancho... y una idea.
—¿Quieres ganar algo de dinero hoy? —pregunto, con una chispa que no puedo contener.
Ella entrecierra los ojos, escéptica.
—¿Haciendo qué?
—Emma puede quedarse conmigo en la casa, ver alguna película o jugar con los cachorros... Y tú puedes ayudarme... Necesito una mano y te puedo pagar.
La forma en la que su expresión cambia me hace sentir como si acabara de abrir una ventana en un cuarto sin aire. Aún duda, claro. Pero dice que sí. Emma sonríe y corre hacia los perros que merodean cerca del porche, y Samantha me sigue con las botas hundiéndose ligeramente en la tierra mojada.
Durante la tarde, trabajamos en silencio al principio. Se mueve con decisión, limpiando cada hueco de mi ya limpia casa, no le contaré que lo hice ayer. Me cuenta poco a poco cómo su madre dejó de hablarle cuando quedó embarazada. Cómo su ex desapareció apenas supo que venía un bebé. Cómo todo lo que tiene ahora es porque lo peleó sola.
—Yo... no suelo contar estas cosas —dice, sin mirarme—. Pero aquí es fácil hablar. Es raro.
Continúo pasando el cepillo de un lado a otro.
—Tal vez porque aquí nadie quiere que seas otra cosa que tú misma —respondo, sin pensar demasiado.
Sus ojos se alzan y se clavan en los míos. Hay algo en esa mirada que me hace desear que se quede. No sólo hoy. No sólo mientras dure la tormenta. Sino aquí, conmigo, con Emma corriendo por el campo, con risas en la cocina y pasos pequeños en la madera al amanecer.
La lluvia comienza a caer con fuerza cuando terminamos, y corremos hacia la puerta en busca de su hija. Entramos empapados, riéndonos como dos adolescentes atrapados bajo el mismo cielo. La niña corre alrededor de los perros bajo la lluvia, mientras su madre le pide que venga hacia el porche.
—Alguien tendrá un resfriado mañana.
—Tengo una idea, sígueme.
No me detengo a escuchar su protesta antes de correr hacia la lluvia, levantar a su hija y correr hacia el establo. Oigo como Sam se queja de lo inmaduro que es esto, bla, bla, bla… aun asi, me sigue hacia el establo, donde dejo a la niña en el suelo que no tarda en correr hacia los potrillos.
La puerta se cierra con un golpe, y por un momento, sólo escuchamos el golpeteo del agua sobre el techo.
—Gracias por esto —dice ella, con la voz más suave que nunca y respirando agitada—. Hoy no me sentí tan sola.
—No estás sola, Samantha —le respondo.
El silencio que sigue no es incómodo. Es un puente entre nosotros.
Y cuando ella da un paso hacia mí, y yo doy uno hacia ella, ya no hay nada que decir. El beso es inevitable. Lento. Cargado de emociones que aún no podemos nombrar, pero que entendemos.
Cuando se separa, me mira con una mezcla de culpa y deseo. Además, siento como si el mundo hubiera dejado de girar y solo me quedase saltar al vacio.
—Luke...
—Lo sé. No vamos a apurarnos. Pero no me pidas que no lo sienta.
Ella asiente, respirando hondo. La lluvia no para. Pero dentro del granero, hay un calor que ya no se debe solo al trabajo.
Y aunque no crucemos esa línea aún, ambos sabemos que no estamos tan lejos de hacerlo.
Sin embargo, hay una única verdad. No me arrepiento de haberlo hecho. Sin saber cuánto lo quería, no me arrepiento.