Raíces en Ti

Capítulo 22

Luke

El sol se alza como si nada hubiera pasado.

Pero algo pasó.

Y no puedo dejar de pensarlo.

La rutina me arrastra igual que siempre. Dar de comer a los caballos, revisar el cercado, cargar heno. Pero cada vez que me detengo a tomar agua o a respirar, la recuerdo. Su boca. Su silencio. La forma en que me miró justo antes de alejarse.

No fue un rechazo.

Tampoco una promesa.

Fue esa clase de pausa que se siente más viva que cualquier palabra.

A media mañana, voy al pueblo a comprar semillas para el nuevo huerto que quieren iniciar Tom y Caleb. Paso frente al restaurante donde trabaja. No la veo. Pero no me atrevo a entrar. No quiero presionarla. No después de lo de ayer por la tarde. No después de que sus ojos me dijeran tantas cosas sin abrir la boca.

Decido dar una vuelta larga antes de regresar al rancho. Paso frente al colegio de Emma, sin intención de detenerme. Pero entonces la veo: Samantha, sentada en el borde de una fuente con una libreta en las piernas. Tiene el ceño fruncido, como si resolviera un problema imposible. Me detengo.

No sabe que estoy ahí.

Y por primera vez en mucho tiempo, no me importa parecer idiota.

Bajo de la camioneta y camino hacia ella, pasando desapercibido, no me presta atención alguna.

—¿Planeas escribir un libro o estás haciendo cuentas mentales? —pregunto desde la acera.

Ella alza la vista, sorprendida. Luego sonríe, pero es de esas sonrisas medias. Bonitas, pero heridas.

—Presupuesto. Mi deporte extremo favorito —responde, cerrando la libreta.

Me siento a su lado sin pedir permiso. Está nerviosa. Lo noto en cómo juega con el bolígrafo entre los dedos. Me dan ganas de tomarle la mano, pero no lo hago. Todavía no.

—Sobre lo de ayer... —empiezo.

Ella alza la mano.

—No lo lamentes, Luke. Por favor, no hagas eso.

—No iba a decir que lo lamento. Solo que… estoy aquí. No tengo todas las respuestas, pero no voy a salir corriendo.

Se queda en silencio. Luego asiente.

—¿Y si yo sí lo hago?

—Te sigo —digo, sin pensarlo.

Ella ríe. Es suave, inesperado. Y hermoso.

—No hagas promesas que no puedas cumplir.

—Nunca he sido de muchas promesas. Pero las que hago, las sostengo.

Nos quedamos ahí, juntos, en el borde de una fuente vieja con el murmullo de niños a lo lejos y una conversación sin prisa que sabe a inicio.

—¿Quién te hizo daño, Luke? — pregunta de repente haciéndome querer huir,

—Eso ya no importa, ha pasado mucho tiempo.

Antes de irme evitando su contestar, me pongo en pie y le tiendo la mano. Ella duda un segundo, pero la toma.

—¿Café esta tarde? —pregunto.

—¿En el rancho?

—Donde tú quieras.

Me mira, y esta vez su sonrisa es completa.

—En el rancho está bien.

Y así lo supe.

No importa cuánto me cueste, ni cuántas veces ella dude.

Voy a quedarme. Esta vez puede que lo haga bien.




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