Samantha
Despierto con la manta de lana hasta el cuello y el murmullo del campo colándose por la ventana abierta. Por un segundo, no supe dónde estaba.
Luego siento el olor a café recién hecho, el crujido de madera bajo pasos firmes, y recordo.
El rancho.
Luke.
Anoche.
Me incorporo lentamente en el cama, parpadeando contra la luz suave que entraba por las cortinas. La casa tiene ese silencio distinto al de la mía, uno que no duele. Uno que no grita ausencias. Aquí, el silencio es presencia. Es paz.
Como un tren arrollándome, me doy cuenta de que Emma no está. Me levanto descalza, guiada por los sonidos lejanos que vienen de afuera. El alivio me inunda con la escena que veo.
—Buenos días, dormilona —dice Luke desde el interior de la cocina al verme aparecer en la puerta.
Veste jeans viejos y una camisa remangada hasta los codos. El cabello ligeramente húmedo, como si acabara de salir de la ducha. Me sonrie. Esa media sonrisa que ya reconozco como su forma de decir “me alegro de verte” sin necesidad de palabras. Algo que no creí ver nunca
—¿Dónde está Emma?
—En el establo. Caleb la está enseñando a identificar los nombres de los caballos. — En silencio gesticula que esta bajo la mesa, algo ya sé siendo un pie de mi hija— Me dijo que no necesitabas preocuparte porque es una niña grande y que puedes comer todo el chocolate, ella no lo quiere.
—¡Eso es mentira! — dice mi hija asomando la cabeza. — El chocolate es para mi. ¡lo prometiste, Luke!
Sonrío. Aunque no sorprendida. Emma, con Luke, parece otra. Más suelta. Más segura. Como si, en este rincón del mundo, también ella pudiera comenzar de nuevo.
—Te hice café —agrega el ex-amargado, sirviendo una taza.
Lo acepto, las manos envolviendo la porcelana caliente como si pudiera absorber su calor directamente en el pecho.
—¿Dormiste bien? —pregunta él, sin presión.
—Demasiado bien. Es… extraño.
—¿Qué cosa?
—Sentirme así. Como si nada fuera urgente. Como si todo estuviera… en su lugar.
Él no responde. No necesita hacerlo. Solo me alcanza un plato con pan tostado y mermelada casera y se sienta frente a mí, dejando espacio, pero no distancia.
—¿Qué haces normalmente a esta hora? —pregunté.
—Lo de siempre. Establo, animales, algunas reparaciones. ¿Por qué?
—Porque tengo libre en el restaurante… y me preguntaba si necesitas ayuda.
Luke me mira por un momento, esos ojos grises que no se apuran
—Sí. Claro que sí.
Y esa respuesta —tan simple, tan directa— me dijo más de lo que cualquiera podría decirme en cien promesas. Me quiere cerca y yo quiero estarlo.
Pasamos el resto de la mañana entre tareas sencillas tras llevar a mi hija a la escuela. Me deja ayudarlo a reparar una cerca, mostrándome con paciencia cómo sujetar los clavos y evitar golpearme los dedos. Se ríe cuando fallo, mientras Caleb nos mira como dos bichos raros. Aun así, es divertido estar con ellos, es la primera vez que disfruto completamente trabajando desde que llegué al pueblo.
Podría decir que le debo mucho a Luke Carter. Se presentó como una mañana nublada en mi vida y ahora…