Raíces en Ti

Capítulo 29

Luke

Las cosas con Sam se dirigen en la dirección que más me aterra, y aun así, voy hacia ella. Sin embargo, después de varios días viviendo sobre una nube, siento que algo no va del todo bien.

El sonido de los cascos contra la tierra me calma.

Siempre lo hizo.

Hoy no.

Hoy algo me inquieta. No sé qué es, pero lo siento en el aire, como esas tormentas que uno huele antes de que el cielo se ponga oscuro.

Estoy en el corral, vigilando a los potrillos, cuando veo la nube de polvo en el camino. No es Samantha. No es su coche. Este es otro. Un sedán oscuro con placas de fuera. Se detiene justo frente a la casa.

Y ahí está.

Un tipo de unos treinta y pocos, con el pelo engominado y un traje demasiado limpio para este pueblo. Baja del auto con la actitud de quien ha estado aquí antes y no le quedó nada pendiente.

Me acerco sin quitarle los ojos de encima.

—¿Se le ofrece algo? —pregunto, firme.

El tipo me mira, midiendo. Sonríe como si no le importara ni quién soy ni lo que le estoy preguntando.

—Busco a Samantha Collins.

Mi estómago se revuelve.

—¿Quién la busca?

—Soy Nathan.

—Bien Nathan, no está.

—La mujer del bar dijo que la encontraría por aquí.

—Como ves no está.

El tipo mete la mano en la chaqueta de su traje y me tiende una tarjeta.

—Dile que no llame.

—No soy su secretario. ¿Me ves con pinta de serlo?

—Solo dile que me llame, paleto.

—Lárgate de aquí antes de que te eche a patadas de mi rancho, idiota.

—Baja los humos, te arrepentirás de estar en la cma de esa mujer.

—¿Ah, si?¿Según quien?

— Según el padre de la niña.

La forma en que lo dice, como si fuera un título y no una responsabilidad, me enciende algo que no sabía que tenía tan cerca de la superficie.

—Samantha no está —respondo.

—Entonces esperaré.

—No aquí.

—Solo cuando la ocultas, esperare.

—Haz lo que te dé la gana, pero mantente ahí.

Él se encoge de hombros.

Le hago esperar en el porche. Ni un paso más allá. Mientras, llamo a Samantha. Me cuesta encontrar las palabras. No quiero preocuparla, pero esto… esto no se puede suavizar.

—Sam… está aquí.

—¿Quién?

—Nathan.

El silencio al otro lado me golpea más que cualquier grito.

—No dejes que vea a Emma —dice, al fin, con la voz tensa—. Voy para allá.

Y así le pido a Caleb que se entretengan del camino de vuelta desde la escuela. Cuando llega, no hay duda en su cara. No es miedo. Es furia contenida. Dolor viejo. Y mucho, mucho cansancio.

—¿Qué haces aquí? —le suelta, sin miramientos.

Nathan intenta el tono encantador. El mismo que, estoy seguro, usó para herirla antes.

—Vine a ver cómo están. A conocer a mi hija.

—¿Siete años después?

—Estaba confundido. Era joven.

—Y ahora solo eres idiota —le escupe Samantha.

Estoy detrás de ella, en silencio. Pero cada músculo de mi cuerpo está alerta.

—No tienes ningún derecho —dice ella—. No estuviste cuando enfermó. No estuviste cuando lloró por una figura paterna. No estuviste nunca. Así que no, Nathan. No tienes lugar aquí.

Él se ríe, incómodo.

—¿Y él sí? —señala hacia mí.

Samantha no duda.

—Sí. Él sí.

El silencio que sigue es brutal. Y definitivo.

Nathan se da la vuelta y se sube al auto, mascullando algo que no escucho. Pero me da igual. Ya no importa.

—Tendrás noticias mías.

Cuando el auto desaparece por el camino, Samantha se deja caer en el primer escalón del porche, con los ojos brillando, pero la mandíbula apretada.

Me siento a su lado.

—Gracias por no decir nada —murmura.

— Ya sabes que el silencio es parte de mi encanto—, bromeo chocando mi rodilla con la suya y consigo que sonría— Además, sabía que tú podías sola.

Ella me mira, y en ese momento, más que nunca, sé que la quiero.

Y no por lo que ha pasado.

Sino por todo lo que ha enfrentado y aún así… sigue de pie. Ha sido capad de sopórtame siendo un idiota y mantenerse firme frente a un idiota. Es una mujer increíble

Y la quiero.




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