Luke
Sam llamó antes de venir.
No lo hace desde hace. Pero esta vez lo hizo.
—¿Estás en casa? —preguntó.
—Sí. ¿Todo bien?
—Solo… quiero verte.
Dos horas más tarde está aquí, en mi salón, con su cabello recogido de forma desordenada y los ojos con esa mezcla de miedo y decisión que sólo ella tiene.
La invité a pasar sin decir nada más. Puse agua para el té. No lo tomé. Me quedé de pie junto a la ventana mientras ella recorre la estancia con la mirada como si fuera la primera vez que la ve.
—Emma se quedó con Liz, mi vecina — dice, como quien busca una excusa para estar sola.
—¿Está bien?
—Sí. Quería quedarse. Pero no vine a hablar de ella.
Me giro, esperando. Con el nerviosismo recorriendo mi nuca.
Es un adiós…
y ahí está ella, hermosa, viva y despidiéndose.
—Entonces dime de qué quieres hablar —digo ya intuyendo hacia dónde va todo.
—De esto.
Da un paso al frente. Luego otro. Hasta quedar frente a mí.
—De ti y de mí.
Mis manos quieren tocarla. Mi boca decirle que la llevo pensando desde el primer día. Pero no me muevo. No quiero entorpecer su decisión. Sus labios tocan los míos y sé que se avecina su marcha.
—Tengo miedo —admito.
Me aterra volver a quedarme solo, ser el mismo de antes. Perderla… Y no ovlver a sentir nada en la vida.
—Yo también, pero también tengo ganas —añade—. De quedarme. De intentarlo. Contigo.
No hizo falta nada más. La sorpresa me golpea y arrolla como una manada de toros. Sin embargo, ni un discurso. Ni una pregunta.
Solo la tomo de la mano, la atraigo a mí.
El beso es distinto a los anteriores. No es urgente. Fue profundo. Como un hilo que finalmente se anuda. Como una promesa que no hace falta decir.
La llevo hasta el sofá. Se acomoda entre mis brazos como si siempre hubiese sido su sitio. Apoya la cabeza en mi pecho, con sus dedos se entrelazaron con los míos.
—Esto se siente como hogar —murmura.
—Es porque lo es.
Y esa noche, sin más planes que la piel y la calma, supimos que ya no estábamos probando nada.
Ya nos pertenecemos.