Samantha
No fue nada.
Eso es lo que me repetí toda la tarde.
Solo una llamada.
Un número oculto que sonó y no respondió cuando dije “¿hola?”.
Pero lo suficiente para que algo dentro de mí se tensara.
Lo suficiente para que el pasado me susurrara desde la sombra.
Volví a guardar el teléfono en el bolsillo, sonreí a Emma como si nada, y seguí barriendo la entrada del porche de Luke. Pero el temblor no se fue. Era sutil. Como si mi cuerpo recordara antes que mi cabeza.
Para cuando llego la hora de la comida y cuando todos volvieron, no se lo dije a Luke.
No porque no confíe.
Sino porque no quiero cargar este lugar con los fantasmas que aún me siguen.
Él no lo notó. O si lo hizo, no dijo nada. Me abrazó por detrás mientras lavaba los platos y apoyó la barbilla en mi hombro. Sus dedos tocaron mi cintura con esa naturalidad nueva que aún me deja sin aire.
—¿En qué piensas? —pregunta.
—En que no tengo espacio en el armario.
Fue una mentira blanca. Él ríe. Yo también. Pero el nudo siguió allí.
—Prometo hacer hueco más tarde.
—Y que sea grande, aún no he movido la mitad de ms cosas.
—Hablando de eso, Tom y Caleb se han ofrecido a ayudar.
—Recuérdame que les agradezca.
—Son mis esclavos, no ¡necesitan agradecimiento.
Ver a Luke bromear es un suceso extraño, pero mantiene el tono mientras me ayuda a recoger la cocina y durante el resto del día… Contarle lo de la llamada seria estropearlo.
Estaa noche, me acuesto antes que él. Emma duerme profundamente. El rancho es silencio y cielo estrellado. Pero mis pensamientos sonn ruido.
¿Y si esto es demasiado bueno para ser verdad?
¿Y si un día se despierta y se da cuenta de que no quiere esto?
¿De que no quiere a alguien con una historia, con una hija, con miedo?
Aprieto los ojos, molesta conmigo misma.
Luke no me ha dado ningún motivo para dudar.
Todo lo contrario.
Él ha estado. Cada vez. Sin falta.
Pero a veces el amor no se mide por lo que haces, sino por lo que logras desarmar.
Y yo aún estoy desarmándome.
Cuando se acosta junto a mí, me giro hacia su pecho. No digo nada. Él tampoco. Pero su mano me acaricia la espalda, lento, como si pudiera leer en mi silencio todo lo que me estaba callando.
Y por eso se que, aunque los miedos no desaparecen…
Ahora no tengo que enfrentarlos sola.